Un triunfo del futbol
ue un juego memorable, digno de una final. Y el título se tuvo que definir en forma dramática: tiempos extras, porque 90 minutos no fueron suficientes para romper tanta paridad, y por un golazo que valió la Copa anotado por un jugador de 22 años que, como buen alemán, no tuvo miedo al triunfo y con toda la clase y la sangre fría dio a su país su cuarto título mundial.
La final fue reñida, dramática, forzada así por una Argentina que peleó con todas sus armas –casi todas, dirían algunos al recriminar a Lionel Messi–, pero lo más importante fue que el futbol coronó la justicia: se tituló el mejor equipo de Brasil 2014 y con ello se puede afirmar que, además de Alemania, también ganó el futbol.
La Mannschaft aprendió de sus fracasos previos y a partir de ahí modificó sus bases y la muestra de esa revolución es el actual conjunto de Joachim Löw. Los teutones conservaron sus virtudes –juego vertical, veloz, mentalidad sin grietas–, pero le añadieron técnica individual con la que antes estaban peleados y la mezcla es un conjunto que se brinda a la tribuna, al que da gusto seguir cuando nuestra playera quedó eliminada.
El ajedrez futbolístico que observamos, con impresionante despliegue físico de los contendientes, fue definido por esa genialidad de Mario Götze, un joven de 22 años, los mismos que el lesionado Neymar y uno menos que el colombiano James Rodríguez, quien se llevó el justo premio de ser el campeón goleador.
Con el título definido se puede decir que el ganador se repuso a la ausencia de Sami Khedira, fundamental en medio campo, mientras que al perdedor le pesó la ausencia de Ángel di María.
En México 86, Diego Maradona casi en solitario llevó al título a la albiceleste ante una Alemania muy cuadrada. En Italia 90 el campeonato lo decidió la FIFA mediante el arbitraje tendencioso de Edgardo Codesal.
Pero esta vez, en el tercer choque titular entre estas potencias, el cetro se definió en la cancha y lo ganó Alemania por su fortaleza grupal, mientras en el aire quedó la duda de si Messi quedó a deber.
El mejor jugador del mundo fue el que menos corrió de su escuadra durante toda la Copa. Este domingo anduvo ahí, como flotando, mientras sus hinchas esperaban un milagro que nunca llegó.
Quedará para el recuerdo esa última imagen suya: un tiro libre desperdiciado, ni disparo ni centro. Una triste despedida para el astro que, tristemente para sus hinchas, no llenó otra vez los zapatos del Diego.
Al final, después de tanto gasto, de las protestas sociales, de la tragedia futbolera, hubo una buena noticia para Brasil: el enemigo no festejó en casa. Hubiera sido el único escarnio que le faltaba al Scratch, ver banderas albicelestes ondeando triunfantes en el mismísimo Maracaná.
Ahora los fanáticos futboleros se preguntan, ya sin Mundial, por dónde seguir la vida.