as publicaciones de primer orden de casi todo el planeta lo consignan en estos días, así como las manifestaciones de protesta, también en gran parte del mundo, en países de cualquier clase de régimen político, económico y aun social, también se han hecho presentes. ¿Qué es lo que pasa? Pues lo que pasa, como decía ese gran hombre y mejor amigo, es que “siempre que pasa algo sucede lo mismo, una villanía como la que se está dando en algunos países centroamericanos ha llegado muy adentro del alma de varios pueblos, y no se han podido contener en la exteriorización de su profunda indignación por el tratamiento que se les está dando a cientos o a miles de niños, muy principalmente adolescentes, a quienes sus padres no se les ocurre algo mejor para solucionar la gravísima situación por la que atraviesan en sus propios países –donde no tienen ni un techo bajo el cual dormir, o mejor dicho, vivir, ni tampoco nada que vestir, que algunos harapos recogidos quizás en algunos centros de caridad– que organizar una especie de cuerdas
de niños. A quienes ni los explotadores tuvieran una mínima conciencia de los riesgos a los que exponen a estos pequeños seres humanos a quienes se proporcionara alguna seguridad frente a las acechanzas, ya recorriendo fatigosamente su camino, o subiendo a bordo de La Bestia, que es un viejo tren de carga, en el que trepan peligrosamente para conseguir un escaso lugar, a veces solos y otras mal acompañados por parientes que así los ayudan
o los llevan a resolver sus problemas
, en el lomo de La Bestia, o bien colgados de sus costados, los más grandecitos.
¿El rumbo? Por supuesto que en el camino se van reuniendo con los mexicanos, adultos, o también niños que aparentemente son iguales que sus vecinos del sur, donde no hay fronteras, y lo mismo viven acá que allá, creando de pasadita un serio problema internacional, generando una atmósfera sumamente hostil, como si todos, mexicanos, guatemaltecos, hondureños, salvadoreños, y arrean parejo con todos, poniéndonos sobre un banquillo para acusarnos y tratando, desde luego, de aprovechar las acusaciones de culpabilidad más acerbas, y diré, injustas con las mayorías, pues no es necesario explicar ni describir el modo en que los adultos actuales fuimos tratados de pequeños, ni mucho menos cómo tratamos nosotros, quienes tenemos el privilegio tan preciado de ser bisabuelos, hasta los padres y madres jóvenes, que tienen en México, y muy seguramente también en centro y en Sudamérica, los mismos beneficios que en países más desarrollados. Estamos, desde luego, en aportar esfuerzos y/o recursos a nuestro alcance, para que estos niños que cuando logran llegar a Estados Unidos consigan algunas aportaciones gubernamentales o privadas,para resover el problema de fondo, que desde luego reside principalmente en sus economías.
Las dictaduras, las deshonestidades tanto en el medio oficial como del lado de la iniciativa privada –pues hay que admitir que si no hubiera corruptores, tampoco habría corrompidos–, las guerras, las persecuciones a los revolucionarios honestos que entienden cuál es el verdadero camino del progreso social que nos llevará tarde o temprano a la situación general desde la cual podamos estar en situación de mejorar verdaderamente el nivel de vida de nuestros pueblos, tan castigados durante tanto tiempo, y que ahora resulta que buscan la solución en el lomo de La Bestia, no logrando sino agravar las cosas, pues cuando ésta se descarrila, o tiene otra clase de las deficiencias que ya trae consigo, entre otros motivos porque esta viejísima máquina no fue seguramente creada ni puesta en marcha con estas finalidades que tratamos de describir.
Esto es, de manera muy general, lo que los niños sufren para llegar a trascender esa etapa de la vida del género que ineludiblemente ha de pasar por este estado tan bello que es la niñez, y que desgraciadamente se transforma en la víctima primaria que integra únicamente tratos inhumanos y abusos que llegan incluso a ser instrumentos de orden político que los victimizan para conseguir ciertas posiciones que sólo benefician a gobernantes sin esccrúpulos, que no vacilan en tomar medidas altamente demagógicas, aprovechadas nada más por unos cuantos inconscientes.
De los viejos, de quienes para bien o para mal han llegado –¿por suerte?– a edades de dos dígitos, será poco lo que voy a decir: no incurriremos en el error de autoalabarnos ante quienes ven en un viejo una oportunidad para aprovecharse en algún camino estrecho y difícil para un hombre de cualquier edad, de la asimetría de fuerzas, para dar un buen golpe que le deje de una manera indigna alguna ventaja que agregue un efímero y dudoso plus a su poder, que, repito, es más ficción que realidad. Los viejos, que hemos llegado lejos en el camino del tiempo, generalmente sabemos defendernos con armas legítimas que sí son eficaces y las portan las personas que saben lo que es la cortesía, la generosidad y el verdadero poder, el poder de hacer el bien a sus congéneres. Así es como somos nosotros, como bien dijo Jean Paul Sartre, los dueños y responsables de nuestro propio destino. Somos todo el tiempo condenados a ser libres.