eviso mis colaboraciones para La jornada; veo que hace un año estuve en Nueva York. La semana pasada volví por unos días. Verano asoleado y calor agradable. Entre las noticias principales se hablaba de los niños inmigrantes y su más que segura deportación.
No puedo dejar de recordar a la American Fruit Company y las guerras centroamericanas.
El jueves pasado fuimos al Guggenheim: estaba cerrado; queríamos ver una exposición de arte latinoamericano y la de futurismo italiano que terminó siendo un movimiento fascista. Recuerdo un cuento de Sergio Chejfek Los enfermos
, incluido en Modo linterna; habla de Giacomo Balla, quien durante un breve tiempo se inscribió en una tradición humanitaria y luego se dejó fascinar por Mussolini.
Caminamos por la Quinta avenida, compro un plano de Nueva York intervenido por un artista callejero, en la parte posterior del mapa ha dibujado bicicletas, se lo regalo a mi yerno, Rodrigo Díaz, escribe un blog llamado El pedestre donde defiende otro tipo de locomoción citadina: mejoraría nuestra vida diaria. Le pregunto al artista de dónde viene y me responde que de Odesa, le digo que mi madre también era de allí, me sonríe, solidario, su acento me recuerda al de mis padres. Mi hermana Shula le compra una reproducción de un anuncio de los años 30, época de depresión en Estados Unidos y de movimientos políticos progresistas.
Seguimos rumbo al Metropolitan; nos topamos con la Neue Gallerie, dedicada desde 2001 al arte alemán y austriaco de principios del siglo XX. En 2006 se incorporó a su colección permanente el cuadro emblemático de Gustav Klimt, titulado Retrato de Adele Bloch-Bauer I, la bella esposa de un rico industrial judío, obra expoliada por los nazis en 1938. Se puede admirar a artistas como el propio Klimt y Egon Schiele, amén de los grandes diseñadores de joyas, muebles y las demás artes decorativas de ese periodo.
La exposición temporal lleva el nombre de El arte degenerado: el ataque al arte moderno en la Alemania Nazi, 1937. Pequeña pero fundamental exposición. Se exhibe una película documentando la que los nazis montaron para condenar la mentalidad degenerada de algunos artistas: Max Beckmann, Otto Dix, Ernest Ludwig Kirchner (quien, exilado en Suiza en 1938, se pegó un tiro en la nuca), Georg Grosz, Karl Schmidt-Rottluff y varios de los integrantes del Bauhaus y Die Brücke, movimiento donde se gestó el llamado Expresionismo alemán tan odiado por los nazis, quienes preconizaban como modelo ario un arte enraizado en la tradición griega, del cual es representante el pintor preferido de Hitler, Adolf Ziegler.
Destacan, entre otros cuadros, uno de Kokoshka intitulado Autorretrato como artista degenerado, un famoso tríptico de Beckman algunos de Groszs y Dix, Heckel y Nussbaum. En otra sala cuelgan varios marcos vacíos que ostentaron alguna vez obras ahora destruidas, robadas o vendidas por los nazis, como las que recientemente se encontraron almacenadas en una casa particular en Munich.
Coronó nuestro periplo artístico la enorme retrospectiva de Sigmar Polke en el Museo de Arte Moderno, irreverente artista nacido en la Alemania del Este casi al finalizar la Segunda Guerra, cuyo gran ingenio y escepticismo frente a cualquier autoridad, además de una constante experimentación con diversos medios dibujan una acerba crítica de la herencia nazi y sus consecuencias en el mundo contemporáneo.
“Polke, leo en un comentario periodístico, nació en la antigua Silesia pero con doce años se trasladó con su familia a Dusseldorf. Desde muy joven comenzó a realizar actividades artísticas con un marcado carácter corrosivo. Una de sus primeras exposiciones, realizada junto a su amigo Gerhard Richter y Konrad Lueg, quien luego pasaría a llamarse Konrad Fischer, llevaba el significativo título de Capitalismo Socialista, una referencia al Socialismo Realista, estilo que imperaba en la época. Este artista revitalizó y regeneró todo un sistema de percepción de la imagen”.