a fe de los sectarios gira en torno a la espera de alguna revelación. En el ínterin muchos pierden la razón y unos pocos consiguen influir en millones de personas. Con lo cual dejan de ser sectarios: Jesucristo, Buda, Mahoma, Lutero, Gandhi… O sea, lo contrario que las vueltas de la vida deparó al infortunado y ambiguo doctor Heraclius Gloss.
Personaje de un cuento de Maupassant, Gloss vivía esperando algo que lo liberara de su tristeza y crónico malhumor. Que le llegó en un manuscrito inédito sobre la metemsicosis. Y tan contento se puso, que a través de extrañas deducciones se hizo ultravegetariano (por si las moscas), y decidió ser más metemsicosista que Pitágoras.
Ignoro por qué, al recordar la historia del doctor Gloss, la asocio con un lejano día de abril de 1967, en viaje a la escuela en autobús. Leía con admiración la noticia del exitoso lanzamiento de la Soyuz (modelo de nave espacial tripulable de la antigua Unión Soviética –URSS–), y en eso subió al vehículo un joven que repartía Voz Proletaria, cuyo titular decía: Carta al Partido Comunista Argentino (PCA)
.
El panfleto celebraba lo siguiente: Las masas del mundo han visto que la Soyuz es una prolongación de la intervención de la URSS en apoyo de las masas que luchan en Vietnam, Medio Oriente y América Latina. Saludamos al PC Argentino, que es en el país una prolongación de estas fuerzas de la URSS. ¡Vivan Marx, Engels, Lenin, Trotsky y Posadas!
Intrigado, pregunté quién era el último de los aclamados, y el joven tuvo la gentileza de explicarme que Posadas era la organización científica en esta etapa de la historia
. No obstante, cuando requerí su opinión acerca de que la Soyuz y su único tripulante (el heroico cosmonauta Valentin Kormanov) se habían estrellado en tierra después de la rentrada, el joven me acusó de pesimista.
En otro folleto de Posadas leí después: Hay que convocar a las masas, crear las condiciones para derrumbar el capitalismo y la burocracia de los estados obreros, e instaurar el socialismo. Es necesario decir a los seres de otros mundos, si aparecen, que deben intervenir ya, colaborar con los habitantes de la Tierra para suprimir la miseria. Es necesario hacerles ese llamado
(sic, en Los platillos voladores, el proceso de la materia y la energía, la ciencia, la lucha de clases revolucionaria y el futuro de la humanidad
, 1968).
Sin embargo, leyendo a otros autores, fui reparando en pleonasmos tales como que los partidos dividen, las sectas aíslan, los movimientos movilizan. Y en sus paradojas: partidos que unen, sectas que se abren, movimientos que no mueven. Tres formas de organización en las que siempre, invariablemente, circulan personajes que logran ver más allá de su aldea, ególatras cazamicrófonos, y orates anunciando la nueva era.
Algunas de esas formas, con todo, consiguieron trascenderse a sí mismas. V. gr.: las cuatro que en el siglo cuatro monopolizaron el mensaje del Ungido; las que dos siglos después se querellaron en Arabia con la anterior, y las que en el siglo XV encomendaron a Dios las cosas del capitalismo. Suerte distinta, en fin, a las sectas ideológicas que desde el siglo pasado se disputan los azarosos caminos de la revolución.
Los antiguos griegos llamaban psiquis a lo que hoy entendemos vagamente por alma
. Por consiguiente, sería proeza teórica analizar la psiquis del sectario. Carezco de instrumentos. Pero me consta que si sostuviésemos que Dios, el universo y los aficionados al futbol se expanden infinitamente, el sectario materialista fruncirá el ceño diciendo que Dios no existe, y que el futbol es el opio de los pueblos. Y si lo convidásemos a un tecito de valeriana para que se calme, observará que Stalin usaba la infusión con algo especial para deshacerse de sus enemigos.
Igualmente, me consta que hay sectarios de honor, solidarios, cultos, sensibles. Pero en política se vuelven obcecados, mentirosos, retorcidos y jesuíticamente autopersuadidos de que el fin
(triunfo de la clase obrera, pero con líderes y dirigencias que jamás se hayan tirado un pedo en la mesa) justifica los medios.
Olvidaba la triste suerte del doctor Gloss. En casa, el doctor tenía un gran mono que exponía a sus discípulos como ejemplar del hombre en su última transmigración. Por último, creyó que el autor del manuscrito era él mismo. El doctor terminó en el manicomio. Pero allí se le apareció un personaje de barba y melena, que le dijo: yo soy Pitágoras. Y a partir de esta frustrante revelación, Gloss se hizo antimetemsicosista.
En mis recorridos por América Latina, supe que los posadistas (argentinos, faltaba más) habían sembrado en Bolivia, Perú, Ecuador, Colombia y, muy especialmente, en Guatemala y México, confusionismos varios de cuidado.
Y fue precisamente en México donde pregunté a un ex dirigente de la secta qué lo había llevado a tomar distancia de un personaje al que acompañó durante 30 años, y que en el Topo Gigio veía “…una muestra de la decadencia del capitalismo, que en su desintegración es capaz de mostrar como simpático a un animal tan repugnante como el ratón”.
Respondió: “Bueno… es que Posadas se volvió loco”.
Respondí: ¿Y a ti no te afectó en nada?