rnaldo Córdova fue un intelectual comprometido política y partidariamente. La política, decía, es el gran teatro de la vida y no hay más remedio que actuar en ella. A ese teatro se dedicó en cuerpo y alma. Lo hizo como un disidente, no porque quisiera serlo, sino porque los cosas en las que creía lo condujeron en esa ruta.
Hombre de izquierda, a la que definió como el estar con las causas del pueblo, no tuvo hígado para estar en el centro y menos en la derecha. Comenzó a militar en 1956, con menos de 18 años de edad, cuando se incorporó al Partido Comunista Mexicano (PCM). El organismo lo envió a China, a una escuela de formación de cuadros comunistas. Diez años después lo abandonó.
A los 25 años viajó a Italia con dos obsesiones: darse la instrucción intelectual que no había podido adquirir en Morelia, y las mujeres italianas. Regresó a México –escribió en La Jornada– con dos o tres ideas fundamentales y una hermosa y sabia esposa. Allí, Umberto Cerroni le enseñó lo que necesitaba saber para ser un científico social y un jurista. De ser gramschino se convirtió en gramsciano.
No obstante considerar que cuando la lucha política se hace desde la izquierda es dura y sumamente fatigosa, formó parte a lo largo de su vida de organismos de este signo. Militó en el Movimiento de Acción Popular (MAP) y el Partido Socialista Unificado de México (PSUM). Entre 1982 y 1985 fue un brillante diputado federal.
Fundador del Partido de la Revolución Democrática (PRD), terminó encontrando su lugar, primero en el movimiento cívico de López Obrador y después en Morena. AMLO –sostuvo el autor de La ideología de la Revolución Mexicana– ha hecho creer a millones de mexicanos en la buena política, honrada, sincera ante el pueblo y coherente consigo misma.
Arnaldo Córdova nunca se sometió a los partidos en los que militó. Polemista mordaz, durante los últimos años de su vida hizo críticas muy duras y amargas al PRD, partido en el que jamás encontró lugar para sí mismo y para todo aquello en lo que creyó.
Según él, la naturaleza del sol azteca es profundamente burocrática. Está muy lejos del proyecto que le dio origen. Nació como un partido de corte democrático y se convirtió en un conjunto multiforme y deforme de tribus y grupos mafiosos, un amasijo corporativista de corrientes que se disputan el poder interno y se lo dividen por encima de sus miembros. Era el partido más connotado de la izquierda mexicana y, debido al pragmatismo inmoral y desvergonzado de los grupos hegemónicos, terminó enfermo de centaverismo.
El PRD –advirtió Córdova– no tiene remedio. Está sumido en una profunda miseria intelectual. Carece de cuadros. Lo que predomina es la corrupción que el dinero público ha llevado a sus entrañas y la conversión de sus dirigentes en cazadores de fortuna, corrompidos, que han hecho su modo de vida ocupando toda clase de puestos burocráticos o de elección. Sus activistas –sostuvo– son ignorantes y pragmáticos que, al ocupar una curul, no pueden hacer otra cosa más que calentarla. Su tarea más frecuente es bloquear a los cuadros más preparados.
El sol azteca –escribió el académico– premia la corrupción y la ineptitud. Sus debates son únicamente para fijar las cuotas de los grupos. Sus integrantes son una masa informe de gandallas de la peor ralea
. Sus dentelladas y gruñidos son por los huesos
. El partido existe para sí mismo, para satisfacer las ambiciones de sus dirigentes.
El PRD fue, desde su fundación, un organismo oligárquico. Los cardenistas –explicaba–, acostumbrados al tipo de liderazgo que conocieron en el PRI, impusieron ese tipo de dirección en la nueva asociación.
Su liderazgo es vertical, corrupto y entreguista. Forma una pandilla de vividores sin más intereses que los suyos
. Duchos en la grilla y la cosecha de prebendas, carece de ideas y de cultura. Son granujas sin estilo ni ética. Han pasado por encima de todo principio y entregado el partido a la derecha más reaccionaria.
Las críticas de Arnaldo Córdova hacia el sol azteca se dirigieron también hacia su líder moral. Según él, lo que hoy es el PRD es obra de Cuauhtémoc Cárdenas y del modo autoritario en que condujo al organismo. De acuerdo con el profesor universitario, el hijo del general nunca ha sido un hombre de partido, con verdadera militancia política. Fue siempre un funcionario y un burócrata
. Reconoció que era un hombre justo, con ideas, pero no con la sabiduría para conducir la vida partidaria
. El grupo de Jesús Ortega hizo fortuna a la sombra de Cárdenas.
Para Córdova, los chuchos no son un grupo de ideales, sino de oscuros intereses particulares. Imponen su voluntad prácticamente sin cortapisas. Se han adueñado del botín del PRD y lo han utilizado para hacerse de una clientela. Avezados en el arte de la intriga y las transacciones convenencieras, están empeñados en la pertinaz labor de convertir el partido en un estercolero inmundo
. Buscan presentarse como coautores de las reformas de Peña Nieto, pero no han sido otra cosa que simples fautores, facilitadores de la obra de Los Pinos.
Arnaldo se lamentaba de que en México prevalece una izquierda logrera y oportunista, engolosinada con los puestos de poder y de representación, tribal y chicanera
, que no representa a nadie más que a sí misma. Por ello, desde febrero de 2011, después de la derrota perredista en Baja California Sur, sentenció la desaparición del sol azteca para dar lugar a una formación política de izquierda verdadera.
Convencido de que la Constitución está moribunda y Enrique Peña Nieto es su sepulturero, y de que la derecha en pleno (priístas y panistas por igual) está empeñada en el asalto a la nación, reivindicó la urgente necesidad de otra izquierda. Una, democrática y comprometida con el derecho y la justicia y, ante todo, con el avance y el progreso de la sociedad y el pueblo trabajador. Solidaria con los pueblos del mundo que luchan por su liberación y por la igualdad de sus ciudadanos.
Arnaldo Córdova vio en Morena el germen de esa nueva izquierda, que se propone construir un partido mientras transforma México. A ese partido y esa causa dedicó sus últimos años de vida.
Twitter: @lhan55