n 50 y tantos años en que obsesiva o fielmente he llevado un diario es natural que con mayor o menor conciencia haya practicado en él todos sus géneros, por separado o en diferentes combinaciones, según la época, la urgencia, el ánimo. Íntimo, de viaje, de lecturas, social. Diario literario, diario de registro, diario de búsqueda, de búsquedas; diario de desahogo. Diario de desasosiego. Diario útil, diario inútil. Una de mis aspiraciones, cumplida a medias, ha sido llevar diario de cada libro que escribo, en cada una de sus fases, desde el momento en que lo empiezo hasta cuando se publica y aun después, si le va bien o cómo le va. Hago la lista de a quién se lo envío y, si la hay, recojo la respuesta de quien lo recibe. En mi diario, he reunido diálogos reales, en los que he participado o los que he atestiguado abiertamente o a hurtadillas. En él, he esbozado cuentos. He tomado notas para novelas y ensayos. He garabateado juegos de palabras (que no osaría llamar poemas). He ensayado cartas, enviadas después o nunca enviadas. He consignado sueños reales o imaginarios. He procurado escribir crónicas. En mi diario, me he quejado de todo: del mundo, de la gente, de mis penas y preocupaciones. Y sería falso si no confesara, aunque lo haga con vergüenza, que en mi diario también me he quejado de la vida. En síntesis, en todo este tiempo no me he ocultado nada a mí misma al escribir mi diario día a día. En él, incluso me he quejado de lo imperioso de mi necesidad de llevar diario. El diarista es esclavo de su diario. El diario del diarista es su confesor, el hombro de su amigo, el borrador de su vida y de su obra. También es su verdugo, implacable y voraz.
Mi diario ha sido tan significativo para mí, una extensión mía tan posesiva y tan poderosamente inherente a mí, que también ha sido natural que la lectura de diarios sea de mis favoritas y que procure averiguar todo sobre esta actividad, esencial para el diarista si no siempre para nadie más. En una ocasión hace años en Palma de Gran Canaria incluso conduje un taller teórico y práctico sobre el diario, y he querido convertir las notas que entonces tomé para prepararlo en un pequeño libro, ilusión que se reaviva en mí cada tanto. (Imagino un pequeño tomo con tres ensayos nada extensos. Uno, el del diario; otro sobre la biografía y, el tercero, sobre la autobiografía. Están escritos. Y no tanto como en la pista de despegue, pero sí esperando su momento, que llegará.)
Ésta no es la primera vez que me refiero a la práctica del diario y mi experiencia en ella. He afirmado que así fue como yo empecé a escribir, al llevar un diario, en momentos en que ni siquiera sabía que eso era lo que estaba yo haciendo, ni que así era como yo estaba empezando a ser escritora, al llevar un diario. Aparte, haber hablado de esto con anterioridad tampoco me impide volver a hacerlo a voluntad, por más que ahora parezca contar con una justificación tan válida que no se me reprochará la recurrencia.
En estas páginas no puedo dejar fuera la mención del cuidado que pongo en elegir los cuadernos en los que llevo mi diario, la pluma, el color de la tinta. Ni cómo ha variado todo esto a lo largo de los años.
Precisamente, el asunto de la caligrafía, que también ha sufrido variaciones, me acerca a explicar la razón de ser de estas líneas. Sucede que en estos días tengo inutilizado el pulgar derecho y, en vista de que escribo con la mano derecha, se me ha dificultado escribir mi diario. La angustia que he padecido por esta causa menor ha sido, digamos, mayor. La he tratado de mitigar recordándome que la incapacidad de mi dedo es temporal y que, por grave que sea, no me impide escribir en la computadora, o sea, cartas o mis artículos, pues en este medio escribir mi diario me resulta impensable, intolerable, no lo he hecho y no lo haría.
Un consuelo ha sido confiar en que mis cartas han recogido muchos de mis registros, así como mis artículos muchas de mis reflexiones, muchos de mis encuentros, o el comentario de muchas de mis lecturas. Pero mientras pasa el temporal y recupero el uso de mi pulgar derecho, la idea feliz ha sido la ocurrencia de pegar la fotocopia de estos días consignados en mi agenda sobre las páginas de mi diario, por más que las mancillen, por el aspecto fiel del caos en que ha consistido recoger esta temporada bajo mi condición de medio manca.