Oportunidad y riesgo
l reciente entendimiento sobre la necesidad de establecer una tregua en las regiones de Donietsk y Lugansk, alcanzado por los cancilleres de Ucrania, Rusia, Alemania y Francia en Berlín, brinda a Ucrania la oportunidad de declarar un nuevo alto el fuego, tras el fracaso del primer intento, como paso ineludible de cara a negociar un arreglo político del conflicto armado en el país eslavo.
Tanto el presidente Petro Poroshenko como el operador político moscovita, Aleksandr Borodai, líder de la llamada República Popular de Donietsk, principal grupo pro ruso, coinciden en que urge detener las hostilidades, pero antes de hacerlo quieren conseguir objetivos que, hasta ahora y mediante el uso de la fuerza, ninguno ha logrado.
Poroshenko exige que las milicias separatistas liberen a todos los rehenes y se imponga un severo control en la frontera con Rusia y se permita ahí la presencia de observadores de la Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa (OSCE), mientras Borodai demanda que Ucrania retire sus tropas de Donietsk y Lugansk.
Al margen de que –en la reunión que sostendrán mañana los independentistas con el grupo trilateral de contacto (Ucrania, Rusia, OSCE)– se llegue a un consenso que, sin concesiones humillantes para nadie, haga posible declarar un alto el fuego bilateral, es grande el riesgo de que esa tregua vuelva a quedar en oportunidad desperdiciada para la paz mientras existan grupos que apuesten por continuar los combates, poniendo de relieve su autonomía respecto del Kremlin.
Las milicias pro rusas carecen de un mando unificado, pero la mano de Moscú empieza a notarse cada vez más en Donietsk y Lugansk, cuyos gobiernos encabezan dos politólogos nacidos en Rusia y enviados ex profeso para encabezar una eventual negociación con Poroshenko en nombre de los ucranios de habla rusa que ahí residen.
Y ya empezaron los enfrentamientos entre los separatistas: Borodai ordenó combatir al grupo de Igor Bezler, que tomó por asalto la sede del Ministerio del Interior en Donietsk en señal de desacuerdo con la intención de alcanzar un arreglo político sin abandonar Ucrania, mientras Igor Guirkin insiste en sentirse traicionado. Ambos tienen grado de coronel del GRU, inteligencia militar rusa, y su presencia en Donietsk ya choca con la línea que intenta marcar el Kremlin.
Rusia, ante las críticas de que otorga apoyo encubierto a los independentistas con armamento y voluntarios, parece dispuesta a que la OSCE vigile la frontera con Ucrania, al tiempo que permanece atenta por si tiene que realizar una intervención militar, que sólo se produciría como medida extrema si el gobierno de Poroshenko renuncia a negociar y trata de expulsar por la fuerza a los grupos que se supeditan al Kremlin, o si Ucrania solicita ayuda militar a la OTAN, situación menos probable.
Pero si persisten el caos y la devastación en Ucrania no se descarta que el Consejo de Seguridad de la ONU, en los próximos meses, incluya en su agenda introducir fuerzas de pacificación que se interpongan entre las partes beligerantes.