Cualquier cadáver se titula su novela más reciente publicada por Cal y Arena
cómo la violencia deja secuelas sicológicas y morales
Reducirla en la literatura sólo a escenas de balaceras, de asesinatos, implica eximir de responsabilidad a la sociedad y al Estado, como si fueran incidentes aislados, expresa el escritor a La Jornada
Miércoles 25 de junio de 2014, p. a12
Uno de los temas poco explorados desde la literatura es el cambio en la dinámica actual de las familias, creo que pertenezco a una generación de varones no educados con mucha perspicacia en el ejercicio de la paternidad, y al mismo tiempo vivimos una época en la cual los modelos antiguos de ese ejercicio de la paternidad ya no son factibles
, expresa el escritor Geney Beltrán Félix en relación con su nueva novela titulada Cualquier cadáver.
En este volumen, que publica Ediciones Cal y Arena, la cotidianidad, violenta, que rodea al personaje central lo convierte en una víctima. Más que escenas de balaceras, dice el autor, lo que me interesaba era explorar las secuelas sicológicas y morales de los que viven de forma cercana esa violencia.
Geney Beltrán nació en Culiacán, Sinaloa, en 1976, y existen algunos elementos autobiográficos dentro de esta novela, pero sólo unos pocos: el personaje central, Emarvi, también nació en Culiacán y también es padre.
Las situaciones que vive Emarvi son llevadas al extremo, primero con el suicidio de su padre y después con el secuestro de su hijo de siete años, es incapaz de relacionarse con el resto, ni siquiera con su madre y menos con su ex esposa, en un país (México) donde el entorno político llama a la rebelión.
Dolor y envilecimiento
La primera idea de Cualquier cadáver surgió en 2003, es un libro que fue recibiendo la carga vivencial y las introspecciones en el tema del ejercicio de la paternidad, la condición de ser padre e hijo
, señala Geney Beltrán.
Reconozco que el tema de la paternidad es fundamental en lo que escribo de ficción, es una experiencia autobiográfica que me definió, me transformó, de una manera que no me había imaginado. Quizá la novela tiene como una función de taller de exploración, de cómo se redefiniría el ejercicio de la paternidad, el personaje por supuesto no es autobiográfico, aunque tiene un nombre extraño que es una forma de vengarme por haber sido bautizado con un nombre tan raro
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En estas páginas existe menos autobiografía de la que hubiera pensado en un principio, añade el autor de Cartas ajenas, más bien el personaje es una posibilidad, es como la exploración de temores, relacionados con el fracaso
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–¿Es un perdedor que no busca la redención?
–Esa es una de las cosas que cuando comencé a escribir la novela no preveía, el dolor que él experimenta por la pérdida de su hijo que lo transforma en una culpa que lo asfixia, lo conduce a un camino de envilecimiento, no encuentra la manera de redimirse”.
Al terminar de escribir el libro “pensé que tenía que ver con la soledad de las víctimas de la violencia, porque al final también es una víctima, sufre la pérdida de su hijo por la violencia en nuestro tiempo y no hay una herramienta en esta sociedad que se pueda traducir en consuelo.
“Esa soledad es, por un lado, un tema que creo que no se está tratando a pesar de que está en la agenda periodística y política: el saldo de las víctimas de la guerra del narcotráfico, la cantidad de padres y madres con hijos desaparecidos, o asesinados, parece como si eso incomodara, como si fuera un tema que no se encontrara manera de resolver.
“Hay una gran responsabilidad en las instituciones del Estado, más allá de que se le quiera endilgar a los cárteles del narcotráfico la responsabilidad de la violencia, hay una gran complicidad de corrupción por parte de las fuerzas del Estado.
Más que narrar la violencia directamente, la novela plantea cómo la violencia deja secuelas sicológicas y morales muy profundas, es acerca de lo que queda después, cómo eso transforma. Reducir la violencia en la literatura sólo a las escenas de balaceras, de asesinatos, implica eximir de responsabilidad a la sociedad y al Estado como si fueran incidentes aislados, en un entorno social en el que pareciera que el dolor no importa
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La ficción actualmente tiene la posibilidad de recuperar lo cotidiano, aquello aparentemente intrascendente, esas historias de personas comunes y corrientes a las que se les cruzó la violencia que les transforma la vida muy probablemente de forma negativa para siempre. Me interesaba mostrar ese efecto sicológico de la violencia, no la violencia directa, continua.
–¿Es un poco cómo la violencia externa, de lo cotidiano, violenta el interior de las personas?
–Sí. Es una forma de ver esa dinámica entre la violencia externa, que ocurre una vez, dos veces, y la violencia interior que se queda como un eco permanente dentro de los individuos. Así como ocurre con los rencores, ocurre con las formas en las cuales no sabemos cómo reaccionar ante lo violento que nos toca, que viene de fuera, y que a veces nos hace sentir víctimas que ni la deben ni la temen.
En este momento hay que pensar cómo le estamos mostrando en primer término a los lectores lo que pasa en México, no se trata de hacer un arte testimonial, una literatura de denuncia, de carácter sociológico sólo porque sí. Por supuesto que existe el reto de cumplir en términos estéticos con la mayor exigencia, en el escritor está en la exploración del lenguaje, pero eso no cancela la posibilidad de meter en esa exploración estética una exploración crítica de la sociedad
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