Momento crucial
nte la guerra fratricida en el este de Ucrania, focalizada en Donietsk y Lugansk, donde cada día se incrementa el número de muertos y la población civil sobrevive en medio del caos y la devastación, urge establecer un alto el fuego.
El presidente ucranio, Petro Poroshenko, tras discutirlo tres veces por teléfono con su colega ruso, Vladimir Putin, defiende un plan de paz que, además de anunciar una tregua unilateral, hace concesiones importantes a las regiones del este. A cambio, exige la rendición incondicional de las milicias separatistas, surgidas con ayuda del Kremlin, que encabezan la resistencia armada.
El plan incluye decretar una amnistía, permitir que los voluntarios
rusos, con su armamento, abandonen el territorio de Ucrania, reconocer que cada región oriental decida en qué idioma hablar –ucranio o ruso, o ambos–, elegir a sus gobernantes (ahora designados desde Kiev); en una palabra, descentralizar el poder, como exigen la mayoría de los habitantes del este sin pensar en dejar de formar parte de Ucrania.
Hay un problema: el plan está formulado como ultimátum y el núcleo duro de la resistencia armada no acepta dejar el territorio ucranio, cuando Moscú presiona para que Kiev negocie también con los dirigentes de los rebeldes.
Y para acabar de enredar las cosas, los separatistas declararan que nada tienen que negociar y se sienten traicionados por el Kremlin. Igor Guirkin, coronel del GRU (inteligencia militar rusa) que fue enviado a Slaviansk para provocar un escenario similar al de Crimea, ahora clama por Internet que resisten con sus últimas fuerzas y jura que van a morir combatiendo.
Tras pedir por enésima vez que entren las tropas rusas, Guirkin publicó en su cuenta de Twitter una carta abierta del ideólogo del ultranacionalismo ruso, Aleksandr Duguin, donde éste lo dice sin ambages: Putin nos traicionó
.
Entretanto, el Kremlin no quiere involucrarse en una guerra en el vecino país eslavo y, al mismo tiempo, no puede dejar de apoyar a las milicias pro rusas: con más voluntarios, armas y una nefasta ofensiva televisiva, que siembra el miedo entre la población civil del este de Ucrania y moldea la opinión pública en Rusia, con noticias tan absurdas como que en Donietsk y Lugansk “combaten unidades de la OTAN, aviones extranjeros bombardean escuelas y hospitales, en el ejército ucranio hay mercenarios de Irak y Libia…”
Estados Unidos y la Unión Europea sí pueden dejar de impulsar a Ucrania a tensar la relación con Rusia –por ejemplo, casi mil consorcios rusos de la industria militar, que dependen de contratos con empresas ucranias, se quedaron en el limbo al suspenderse toda colaboración con ellos–, pero no tienen ninguna geopolítica intención de hacerlo.
Momento crucial, en el que el Kremlin tendrá que aceptar el plan de paz de Poroshenko –en otras palabras, que el ejército ucranio aniquile las milicias que él propició– o, en su defecto, enviar tropas para frustrarlo, elevando el conflicto armado de Ucrania a una nueva y mucho más peligrosa dimensión.