Los robapoquito
El hilarante Hilario
La política como negocio
EPN elogia a abdicante
an Hilario dadivoso se convirtió de golpe en el involuntario héroe del pragmatismo nacional. Deseoso de volver a sacrificarse por el pueblo, a una parte del cual benefició con asignaciones de billetes en directo mientras fue presidente municipal en nombre del Partido Acción Nacional, Hilario Ramírez Villanueva, conocido como Layín, confesó que cuando tuvo a su cargo el erario de San Blas, Nayarit, sólo robó poquito aunque, Robin Hood a salto de mata entre los controles administrativos, lo que con una mano sustraía con la otra lo repartía entre su rumbosa clientela electoral, a la que ahora apela como candidato independiente en busca de regresar a las andadas burocráticas de la rapiña piadosa (cualquier parecido con otros políticos clásicos no es mera coincidencia).
El hilarante Hilario (quien luego ha pretendido justificarse al atribuir todo a un espíritu bromista muy suyo) exhibe en versión caricaturesca (http://bit.ly/1oOgxSx) la desgracia de la política nacional, sumergida en aguas negras de las cuales uno de los componentes principales es la corrupción y una de sus expresiones más cínicas es ese pragmatismo que obliga a todo político, candidato y partido a aceptar el imperio del dinero, a riesgo de perder en las urnas toda posibilidad de avance si no se aceptan esas reglas extraoficiales de competencia necesariamente financiada por factores sucios para que el resultado electoral, la construcción de los poderes públicos, el perfil y compromiso de los gobernantes y representantes, esté de antemano suficientemente emporcado y nadie pueda romper ese círculo mafioso de los enriquecimientos personales y grupales con cargo al erario y sus negocios colaterales. Embarraos los unos a los otros.
Las comaladas sexenales de millonarios han ido del voraz alemanismo paradigmático al hankismo de la filosofía del pobre político en que ha de quedarse convertido todo aquel que no hubiese sabido convertirse en político rico. Recuérdense las pintas de hace más de una década con las que ciudadanos también pragmáticos pedían en pintas callejeras que regresaran los corruptos y se fueran los pendejos, en referencia al arribo de la clase política panista que ‘‘ni robar sabía’’ (pero requetebién que aprendieron, con rapidez y pasión, entre negocios de Chente, Marta y sus familiares y socios, y el esplendor del tráfico de influencias con el consentido Mouriño, ya difunto, y los batallones de calderonistas al asalto del presupuesto por todo el país).
Hilarismo no de a poquito, sino todo lo contrario, practicado en todos los partidos llegados al poder y en todos los niveles (priístas, desde luego, pero también panistas, perredistas, verdes y cuanta sigla cruza el pantano del manejo de recursos públicos). Todo dinero a disposición de esos políticos ha de ser una providencial invitación a hacer negocio para quedarse con comisiones ya institucionalizadas, con moches para los promotores, con compensaciones y beneficios para cuentas particulares (obra, que algo sobra, es conseja vigente).
Difícil sería encontrar hoy a un ciudadano respetable que metiera las manos al fuego por la honestidad comprobable de su gobernador. Y los casos de los presidentes municipales y su corrupción a tarascadas suelen ser tragicómicos. En el plano federal no se diga, pues allí están los verdaderos negocios, los que salvarán de adversidades a varias generaciones de esos ‘‘triunfadores’’ (reforma, que algo, más bien mucho, queda). En esos enjuagues de múltiples complicidades para que el negocio siga su marcha se mezclan gobernantes, legisladores, auditorías, contralorías, comisiones de transparencia y cuanto artificio de cara simulación se ha inventado para legitimar el saqueo tan sabido.
Pocas excepciones hay a esa regla de la corrupción institucionalizada. Una, por ejemplo, la del doctor Salvador Nava Martínez que más de medio siglo atrás publicaba cada semana en los diarios locales y en las paredes del palacio municipal de San Luis Potosí los gastos hechos en su administración. Otra, la de Andrés Manuel López Obrador a quien nadie ha podido demostrarle deshonestidad en su paso por el tentador baúl del Gobierno del Distrito Federal. ¿Quién más que haya tenido frente a sí, desde un cargo de gobierno, la posibilidad del privilegio, del saqueo, del ‘‘nomás poquito’’ o de plano del atasque a manos llenas?
En la etapa española de su más reciente viaje por Europa (a su paisano le llamaban Adolfo López Paseos), Enrique Peña Nieto tuvo a bien elogiar al cazador de elefantes y estrella de múltiples episodios de frivolidad, el abdicante Juan Carlos de Borbón, al llamarlo ‘‘líder valiente y patriota’’, cuando una parte de los habitantes de ese país demandan una consulta pública para decidir si tiene sentido continuar con una monarquía que entre otros de sus signos decadentes se ha visto envuelta en escándalos de corrupción, y no de a ‘‘poquito’’, con el yerno del rey como beneficiario de tráfico de influencias. Los saraos palaciegos y actividades del monarca ibérico sirvieron en el pasado para la promoción y cierre de negocios privados que beneficiaban a empresarios privilegiados y a familiares de las figuras públicas involucradas. En esta gira europea peñista, el interés hispano está puesto en los negocios relacionados con la apertura energética que EPN ya da por hecha para el mes próximo. Ayer mismo se firmó un convenio con la empresa Iberdrola relacionado con almacenamiento de gas natural, generación de electricidad y transporte y distribución de energía.
En la capital mexicana, mientras tanto, los panistas trataban de conseguir un poquito más en cuanto a sus negociaciones para apalancar el cierre del reformismo peñista en materia de telecomunicaciones y energía. Instalado de nuevo en su montura de pactismo galopante, el de nueva cuenta dirigente nacional del partido blanquiazul, Gustavo Madero Muñoz, tardó en llegar a una reunión con senadores de su partido, entre los que predominan los afines al calderonismo, como último reducto de esa facción funeral, pero finalmente se encerró con ellos con el objetivo de avanzar en el rediseño de la ingeniería del negocio político. ¡Hasta mañana!
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