ace unos días, en el marco del 36 Foro Internacional de Música Nueva, se rindió un necesario homenaje a su fundador y promotor, Manuel Enríquez (1926-1994).
Su importancia en el desarrollo histórico de nuestra música es insoslayable, por más que algunos rencorosos añejos sigan arrojando tierra sobre su nombre y su música.
Sí, la figura de Enríquez fue y sigue siendo controvertida, y ha de ser materia de un análisis más político que estético. Pero su música, valiosa y propositiva, ahí está para quien quiera escucharla con oídos bien abiertos.
En su breve y certera presentación, el compositor y musicólogo Aurelio Tello incluyó dos conceptos que me parecen fundamentales y que rescato ahora. Por un lado, mencionó que este concierto-homenaje significaba un rencuentro con Enríquez y su música, afirmación cabalmente cierta en el entendido de que sus obras se interpretan con una frecuencia inmerecidamente escasa.
Dijo también, con razón de sobra, que Enríquez es un compositor fundacional en la construcción de la modernidad plena de la música mexicana. Y de inmediato, José Luis Castillo y el Ensamble Instrumental del Cepromusic interpretaron seis obras de Manuel Enríquez que vinieron a dar testimonio cabal de lo certero de las palabras de Tello.
Tres formas concertantes. Fugaces arcaísmos en la percusión, y lo demás cien por ciento Enríquez: un discurso angular, robusto, complejo, caracterizado por la claridad en medio de cierta aspereza tímbrica. Como lo señala el compositor, se percibe aquí una especie de espejismo serialista.
Tzicuri. Inusual combinación de clarinete, violoncello, trombón y piano. Diversificados modos de producción en todos ellos, dando lugar a una singular paleta de timbres. El discurso, propulsado por una inteligente progresión de gradaciones dinámicas.
Él y… ellos. Violín solista (Cuauhtémoc Rivera) y una mini-orquesta a tres (cuerdas, maderas, metales) y uno (percusión). Bien matizado balance (de intensidades y de materiales discursivos) entre él y ellos, y demostración audible de que el violín era lo de Enríquez. Mucho trabajo (y muy bien diseñado) para la pequeña orquesta en este compacto concertante para violín y ensamble.
Concierto para 8. Aquí se sublimó, por así decirlo, la filiación de Manuel Enríquez con lo aleatorio.
Si en las demás obras del programa fue posible percibir con claridad la importante función que el azar jugó en su pensamiento musical, aquí las decisiones de ejecución fueron dejadas por José Luis Castillo en manos del consenso del público y la votación económica. De ahí, una muy interesante versión, de muchas posibles, de una obra caracterizada por una compleja y cambiante estructura.
En prosa II. En esta segunda versión de una obra creada originalmente para el legendario grupo Da Capo, Enríquez logra una dialéctica de vaivenes, transitando entre lo punzante y lo poético, con la atención de siempre al trabajo individualizado de los instrumentos.
Tlachtli. De nuevo, el contraste como modus operandi. Muy abiertas y diversificadas texturas en las secciones aleatorias, sonoridades más compactas y homogéneas en las partes totalmente escritas.
De interés especial en esta ejecución de Tlachtli, observar y escuchar cómo la música se disgrega y se compacta (¿quizá deconstrucción y reconstrucción sucesivas?) a medida que la obra progresa.
Se impone repetir aquí, a la luz de lo escuchado, que el Ensamble Instrumental del Cepromusic y su director José Luis Castillo siguen dando admirables muestras de preparación, compromiso y eficacia en su labor interpretativa.
Testimonio igualmente reciente de ello: la música que han contribuido a las representaciones teatrales de la Ifigenia cruel de Alfonso Reyes.
Después de la audición de este homenaje, muy merecido para Manuel Enríquez y muy ilustrativo para nosotros, queda el pendiente (¿deseo?) de que algunas de nuestras orquestas grandes retomen su notable música sinfónica, en la que hay descubrimientos, tanto sonoros como formales, aún más interesantes que los que habitan su producción camerística. A ver a qué horas.