Tlachinollan, 20 años
l fragor del movimiento índígena nacional, hace 20 años nació en Tlapa, Guerrero, el Centro de Derechos Humanos de la Montaña Tlachinollan. Hoy realizan su trabajo en uno de los momentos más críticos del sistema de justicia frente a los derechos humanos de los pueblos originarios. La alegría por dos décadas de existencia se mezcla entonces con un sentimiento de frustración ante tanta impunidad, dice su fundador y director, Abel Barrera Hernández.
Son históricos los agravios a los pueblos me phaa, na savi, nahuas y ñomndaa de la Montaña y Costa Chica. Olvidadas por el Estado, en medio de la precariedad extrema (justo aquí se localiza el municipio más pobre de todo el país: Cochoapa El Grande), las comunidades de la región cuentan desde hace dos décadas con el acompañamiento de un equipo de defensores de derechos humanos que desde su conformación enfrentó casos de tortura, desapariciones, violaciones y demás actos de represión de las estructuras del Estado contra los pueblos.
Sin una formación integral ni la claridad de lo que implicaba defender los derechos humanos, el pequeño equipo fundador de Tlachinollan empezó a absorber la sabiduría de los pueblos, sus testimonios y su fuerza. Y con ellos abrieron la brecha de la defensa de los derechos humanos en la Montaña. En el camino se forjaron.
Tras 20 años de trabajo el horizonte de los derechos humanos en esta región es oscuro, tenebroso, dice Abel Barrera. La violencia se ha desbordado más allá de cualquier espacio social y comunitario. El sentimiento de inseguridad es generalizado en todo el país y los actores violentos siguen gozando de impunidad. El trabajo es mucho en un estado militarizado en el que diversos megaproyectos (minas e hidroeléctricas), amenazan el territorio y a quien lo defiende.
Tlachinollan remite a un reinado de los pueblos na savi y me phaa. En honor a ese autogobierno índigena el centro de derechos humanos tomó el nombre y la identidad, e hizo suya la agenda de los derechos de los pueblos, la defensa del territorio, de la madre tierra y de los recursos naturales.
Desde la resistencia y desde las organizaciones de base emerge otro México. Para Tlachinollan esto es un gran desafío, una esperanza hacia abajo. Hacia arriba, establece Barrera Hernández, hay un panorama desesperanzador, enrojecido por la sangre de tantas víctimas, decrépito por el desmoronamiento de las instituciones que deberían de proteger los derechos de la población, y que sólo son un aparato represivo que carcome el tejido comunitario.
Lo que sigue, afirma el fundador de Tlachinollan, es seguir luchando contra lo que no permite que los pueblos sean.