n forma independiente a los gustos y al modo como cada quien calibre la muestra coordinada por la crítica de arte Avelina Lésper, lo que puede decirse de entrada es que resulta indispensable hacer una visita al ex convento diseñado por fray Andrés de San Miguel, porque hay varios ámbitos recuperados que por largo tiempo tuvieron otras funciones además de que su preservación hoy día lo convierte en un recinto perfectamente acorde con una de sus funciones principales, alojar un taller de restauro que involucra muy en primer término la rica colección carmelitana que añade piezas valiosas a las que se encuentran en el templo, cuya fachada ahora pintada de un blanco deslumbrante no resulta muy grata a la vista, pero se supone que corresponde a sus albores.
El actual director del museo es un restaurador de carrera: Alfredo Marín, con ocho años en función y es sumamente apreciado por sus trabajadores. Desde este espacio agradezco las atenciones que nos hizo.
La visita se efectuó bajo la premisa no sólo de disfrutar de ese ámbito privilegiado, sino de calibrar la exposición que goza de propaganda continua. Es una itinerante, pero sólo en este recinto puede admirársele dialogando con algunas piezas de los siglos XVII y XVIII, entreveradas con la selección curatorial de Milenio.
Todo un conjunto de rubros, fotos de los artistas, diarios por ellos intervenidos, arma un recorrido complejo, a veces enaltecido con buenas asociaciones iconográficas y otras algo forzado. Verdad sea dicha, la colección Milenio seleccionada para exponerse, cuenta con piezas que llaman la atención y con autores consagrados como Manuel Felguérez y Gilberto Aceves Navarro, aunque en estos casos no son las piezas sino el prestigio y trayectoria de sus autores lo que cuenta.
La intención fue llevar esta muestra al Palacio de Bellas Artes, no fue admitida allí, por razones de espacio calendárico, máxime que este año es celebratorio del Palacio de Bellas Artes.
La pertinente gestión de Magdalena Zavala Bonachea llevó la colección a este destino, dentro de los ámbitos regidos por Antropología. Yo creo que la muestra, en sí, salió ganando mucho y no porque la selección sea aleatoria; creo que corresponde bien a las intenciones de la curadora y que hay varias piezas valiosas e interesantes, si no es que impresionantes, como el cuadro que parece ser clave de la exhibición, museografiado con muy buen tiro visual y obra del connotado artista del realismo de intensidades
Arturo Rivera. Además de sus dimensiones (165 x 240) es como un retrato presente destinado a un futuro inevitable, aunque todavía sin el estatus que alcanza una de las más populares y conocidas colecciones del ex convento y que muchos sanangelinos conocimos desde infantes: las momias.
Aclaro que la representación de Rivera no es una momia, pero el personaje femenino, si existiera, podría ser susceptible de momificación o vampirismo. La reudición propia del autor rodeó la efigie de simbolismos rendidos con la acuciosidad que lo caracteriza.
Estos elementos remiten no sólo a un Milenio, sino a todos los milenios cargados de ideaciones de los que tenemos noticias a partir de las nociones que se conservan del medioevo.
En el mismo recinto del piso superior, donde está la obra que comento, hay otra pieza relevante muy bien planeada por su autora: Rocío Caballero, que concibió cinco figuras entre grotescas y cómicas, como Marcha de los indolentes.
Caballero ejemplificaría una de las modalidades predilectas o favorecidas por la colección Milenio: el reciclamiento de modalidades, contando como base iconográfica bien una cierta condición orgánica o mentalmente deforme o citando y subvirtiendo alguna pieza famosa, como la Lección de Anatomía del profesor Tulp, de Rembrandt, como lo ha hecho esta pintora que muy probablemente tiene un público admirador de este tipo de modalidades que se identifican, a mi juicio erróneamente, con un replanteamiento de la figuración de raíz surrealistoide, en este contexto coincide con el cuadro de la tortura de Benjamín Domínguez, quien presentó una serie con este tema integrado a su retrospectiva en el museo del ex Arzobispado.
Vecina de la representación de los pecados capitales de nuestro milenio, que son distintos a los pecados clásicos
, como la soberbia, la gula o la lujuria en la pieza de Lileana Mercenario, está una de las obras antiguas mas encantadoras de todo el conjunto, un anónimo popular novohispano que narra en seis recuadros la alegoría de la creación, llegando hasta la expulsión del paraíso.
Como trabajo actual, técnicamente logrado en materia de dibujo, sin alarde iconográfico que distraiga de su bienhechura me permito destacar lo presentado por Gustavo Montoya.
Se limitó a representar un cráneo: pero lo hizo no sólo con experticia, sino acudiendo a los legendarios valores táctiles
de Bernard Berenson.
La muestra se abre al inicio con una pieza de Sergio Hernández: Hombre pez, en óleo con arena, cuyo atractivo queda realzado por su vecindad con una preciosa Madonna del Apocalipsis, anónimo popular del siglo XVIII.
El ingreso es bueno, pues a pocos pasos está la que a mi juicio es la mejor pieza figurativa de la colección Milenio.
Es una especie de Laocoonte femenina de Daniel Lezama, digo Laocoonte por asociación, pero en realidad es un reinicio, pues la serpiente no es tal, es su propio ombligo crecido que hace arco con la rama de un árbol, esta suerte de ofidio circunda a la mujer nativa junto con su vástago. Mitología prototípica en este pintor.