artido en triángulos
como una pizza
me adentro en la selva
de los números
y de sólo entrar
me pierdo incontables veces.
Créeme que no descanso
aunque nunca sepa
qué pregunta toca
o cómo se acomodan
in fraganti los factores
del resultado final.
Errático calculo
a dónde no llegar
qué mordiscos sí dar
cuándo volar
sobre los números fríos
en un tejado caliente.
Pulso un ábaco prestado
con las cuentas a un milímetro
de la verdad.
El veneno del silencio
neutraliza el inútil parloteo
y las abultadas cifras del miedo.
En la punta de una rama
canta el ruiseñor
uno cuatro siete
multiplica la esfera en sus octavas
burbujas de cristal
imposibles de contar.
El viajero del viento
Son las cosas que suceden
cuando el viento es alguien.
Se destrenzan los pelambres
y desciende las paredes
ensortijado en los dedos del bosque
prisionero en la llanura
y se abre liberado
cuando sopla al sur.
Somete caballos y trenes
apaga y propaga los incendios
desnuda a las muchachas
derriba mil árboles ancianos
arrulla a los zopilotes
alto, alto, alto, suavemente.
Ávido de banderas y tendederos
atraviesa solo en su desesperación
la llanura y salta encima
de los bosques, impaciente.
Mira largo y se va de lejos
huye de las espuelas
desobedece los frenos
reparte dones y desgracias
semillas, venenos van, venenos fueron
esporas luego
levanta el polvo y le escribe un nombre.
Crispada la laguna vibra
a la reverencia repentina
de juncos y palmas
a merced de la imperiosa caricia
del viajero del viento.