i amigo Manuel Gil Antón ha escrito una tan indignada como aguerrida defensa de los aspirantes a ingresar a la educación superior, en el periódico on line Educación futura, del pasado 3 de mayo, a propósito de una declaración del subsecretario de Educación Superior, Fernando Serrano Migallón, según la cual hay “una obcecación por ingresar a determinadas instituciones públicas de educación superior…; prevalece un desconocimiento de la oferta del sistema nacional de educación superior, lo que genera universidades con lugares vacíos y otras saturadas”.
Manuel –distinguido y comprometido analista de la educación superior– ha escrito que responde a bote pronto
, porque tales aseveraciones no pueden dejarse pasar. Dejo de lado lo que nuestro analista atribuye a la mencionada declaración, partiendo de los sinónimos del sustantivo obcecación, así como algunas tesis nonsense (por ejemplo, en un contexto laico o irreligioso: “… es evidente (o debería serlo) que nadie decide dónde se nace… Y en este país, equivocarse al nacer es gravísimo”).
Me parece que el bote pronto
fue excesivamente pronto
y que una reflexión sobre el problema reclama un enfoque considerablemente más amplio y transdisciplinario. En artículos como estos, de breve dimensión, sólo puedo hacer referencia a algunos elementos del enfoque aludido. Pero es claro que, sobre el problema aún tenemos en este país un debate muy incipiente.
Hace algo mas de 10 años tuve ocasión de realizar un estudio para la SEP y la Anuies (impulsado entonces por la UNAM), que tenía como objetivo alcanzar mayor profundidad en el entendimiento de las demandas y las ofertas de educación superior en la zona metropolitana de la ciudad de México (ZMCM). Participaron 44 universidades públicas y privadas, que representaban casi 85 por ciento de la población escolar de educación superior en 2003. Entre los interesados en entender estos problemas, había buen número que teníamos una hipótesis que el estudio corroboró, parcialmente. La cabal comprobación de la hipótesis hubiera requerido ese mismo estudio pero para todo el país.
El procesamiento estadístico mostró que la demanda a las instituciones de educación superior (IES) de ZMCM, para 2004, era más de 100 por ciento mayor a todos los egresados del ciclo anterior (2003) de la zona, más todos los egresados de ciclos anteriores a 2003 que habían ejercido demanda, todos correspondientes a todos los bachilleratos de la zona. La sustancial diferencia para llegar al número de la demanda aparente, provenían de buen número de bachilleratos de las entidades federativas. Eran datos claros de que se conformó un patrón de migración estudiantil, por el cual egresados de bachillerato de la ZMCM de diversos ciclos escolares, y egresados de diversos ciclos escolares de bachilleratos de varias entidades federativas, venían a la ciudad de México, y solicitaban ingreso a la UNAM, al Poli, a la UAM simultáneamente. Un número que no pudimos determinar, además ejercía demanda a algunas universidades estatales, como Puebla, San Luis, Guadalajara, etcétera. El fenómeno migratorio estaba ya bien establecido. Gran número de estudiantes del país aspiraban a ingresar a las tres mayores IES del DF que, es claro, no podían ni pueden crecer indefinidamente.
Ese patrón migratorio se debía a la brecha de calidad entre las IES estatales y las tres principales IES del DF que existía en aquellos años. Pero en la última década probablemente la gran mayoría de las IES públicas del país elevaron su calidad debido a un buen número de programas extraordinarios creados por la SEP, al tiempo que se abrieron nuevos tipos de IES. Hoy no conocemos de qué tamaño es la brecha de calidad referida. Que debió cerrarse en diversas medidas, de ello hablan los datos de los Comités Interinstitucionales para la Evaluación de la Educación superior (Ciees) y del Consejo para la Acreditación de la Educación Superior (Copaes). No obstante, lo que un gran número de egresados de bachillerato del país saben
es que es preferible estudiar en una de las tres principales IES del DF. Este es un saber no actualizado e impreciso o muy impreciso; ese saber debiera ser referido a los programas (licenciatura, maestría, doctorados) de las IES y no a las IES mismas; sobre esto saben menos aún los aspirantes, aunque no sea sólo suya la responsabilidad de su desconocimiento cualquiera que sea su dimensión.
¿Sabe todo mundo que la demanda al programa de la Facultad de Medicina de la Universidad de San Luis Potosí es proporcionalmente tan grande –y así el número de rechazados
– que el de la Facultad de Medicina de la UNAM? ¿Sabe todo mundo que algo similar ocurre con físico-matemáticas de la Universidad de Baja California? Un recorrido por los programas de universidades públicas como las de Yucatán, Guadalajara o Puebla, y mucho más –sobre todo de licenciatura–, sorprenderían a más de uno, por el nivel de su calidad comparada con las IES del DF. Falta que esto se vuelva conocimiento cierto para todos.
Dejar que los aspirantes demanden la carrera que quieran es situarse en una posición liberal o neoliberal, donde el mercado resolverá lo que resuelva. Por lo pronto el mercado
resuelve que alrededor de 40 por ciento de los egresados de las universidades, anualmente, no encuentren un puesto de trabajo que requiera los saberes (casi siempre sin competencias, es decir, no profesionalizados) que obtuvieron en los programas que cursaron. ¿Dejamos que la rueda siga así?