n París, las fronteras del Quartier Latin son vagas y movedizas al antojo y humor de la imaginación. Barrio de estudiantes durante el medievo, debe su nombre a los cursos impartidos en latín, única lengua aceptada para enseñar, aprender y escribir durante esos siglos. Su perímetro era minúsculo y se limitaba a los alrededores de la Place Maubert. Cerca de ahí, en la actual calle Dante, en su honor, Alighieri asistía a los cursos al aire libre, sentado como los otros alumnos en haces de paja. Entre los estudiantes, el poeta François Villon, autor de La ballade des pendus, quien terminó en la horca su corta y tumultuosa vida. No es sino durante el siglo XIX cuando el barrio latino se extiende al conjunto del quinto distrito, alrededor de la Sorbona, y la parte norte del sexto, donde se ubican las escuelas de Medicina y de Bellas Artes.
Hacia finales del pasado siglo, el barrio latino se transformó en una zona a la moda, donde residen celebridades del arte y políticos –uno de éstos: François Mitterrand. Cambio profundo, pues durante siglos fue barrio de estudiantes, bohemios, pequeños artesanos, clochards, traperos, mercado de colillas (recogidas en el suelo de sus calles), artistas sin un quinto pero llenos de sueños, bares de mala calaña, como el Père Lunette o Château Rouge a donde llegaban a encanallarse, al contacto de la peor ralea, personajes tales como el futuro rey de Inglaterra, Eduardo VII, durante la famosa tournée des grands ducs.
Cada plaza o callejuela tiene su historia. La Place Maubert, por ejemplo sirvió de sede a la horca y a la hoguera. Allí fue quemado vivo el humanista Etienne Dollé, cuya leyenda no termina, pues la estatua que se levantó después en su honor fue fundida por los nazis para utilizar su bronce en la construcción de cañones.
Acaso ninguna otra ciudad ha sido tan celebrada en novelas, cuentos y poemas como la de París. Los nombres de algunas de sus calles evocan recuerdos, reales o imaginarios, a personas que nunca han puesto un pie en esta ciudad, pero quienes las han caminado de la mano de Balzac, Sué, Breton, Baudelaire, Apollinaire y tantos otros novelistas y poetas, incluso latinoamericanos, como Julio Cortázar, Carlos Fuentes o Alejo Carpentier.
Así, no es curioso ver la sorpresa reflejada en el rostro de algunos visitantes en las calles de París cuando no encuentran en ellas fachadas y edificios donde vivieron a través de personajes novelados. Pero aún más asombro causa encontrar tal cual una calle como la de Galande, la más vieja de París, aún sinuosa y con restos de inmuebles medievales. O en la calle de Grands Augustins, penetrar en el edificio donde Balzac alojó al héroe de Le chef d’oeuvre inconnu y Picasso pintó Guernica.
El Quartier Latin es, sin duda, uno de los barrios que más sueños ha generado y sigue generando en lectores y caminantes de París.
Philippe Mellot, autor de obras consagradas a las calles del viejo París a través de la fotografía, dedicó una de éstas al barrio latino, bajo el título La vie secrète du Quartier Latin.
A través de testimonios y leyendas sobrecogedoras, ilustrados por centenas de fotografía y documentos raros, este libro propone un verdadero viaje al fondo del viejo París. Fotografías tomadas durante el siglo XIX o principios del XX.
Historias y anécdotas acompañan las centenas de fotos de una ciudad que tiene fama de ser siempre la misma y cambia constantemente como cualquier ciudad, conservando su fisonomía. El barón de Haussmann pudo demoler edificios medievales o renacentistas para abrir sus amplias avenidas y modernizar la ciudad, París sigue siendo la misma: poseedora de un pasado y un presente ricos. En la calle de Cujas, en el bar Rive Gauche se reunían los miembros de un grupo llamado los Hidrópatas, entre quienes se contaba Guy de Maupassant y, excepcionalmente, una mujer: Sarah Bernhart. En algunos días, sin duda, se develará una placa con el nombre de Gabriel García Márquez, quien vivió en uno de sus entonces más pobres hoteles.