Se levanta el viento
a espuma de los días. En su película testamentaria, El viento se levanta, Hayao Miyasaki, maestro indiscutible de la animación japonesa, deja de lado parcialmente su gusto por el relato fantástico (El viaje de Chihiro, 2001; El increíble castillo vagabundo, 2004), para volcarse de lleno en un registro realista que sorprenderá a sus seguidores más fieles.
Su película narra una historia de amor desafortunado y elabora también la crónica apresurada de los años de plomo de la historia japonesa del siglo veinte: terremoto en Tokio en 1923, epidemia de tuberculosis, depresión económica, alianza estratégica con la Alemania nazi, involucramiento en la Segunda Guerra, y una capitulación vivida como la hecatombe espiritual de todo un pueblo. El punto de partida es el tributo, a manera de semblanza biográfica, a Jiro Horikoshi, el joven ingeniero de aviación, creador del célebre avión de caza Zero (Mitsubishi A6M), máquina de guerra aérea piloteada por kamikazes que causó las devastaciones en Pearl Harbor.
Para contrarrestar el dudoso elogio belicista, la cinta elige un tono lírico preñado de humanismo y evoca las dos pasiones más íntimas de Horikoshi: por un lado, su héroe predilecto, el pionero italiano en aeronáutica Giovanni Caproni, quien se vuelve el detonador de toda la imaginación e inventiva del joven ingeniero; por el otro, la joven Naoko, figura frágil, amenazada por la tuberculosis, que como variante de la heroína de Boris Vian en la novela La espuma de los días (en cine, Amor índigo, Michel Gondry, 2013), conducirá al protagonista de un entusiasmo amoroso inicial a un triste duelo anticipado.
Basada en la historieta homónima de Miyasaki, a su vez inspirada en una novela de Tatsuo Mori, Se levanta el viento proclama desde su epígrafe, motivo recurrente en la cinta, un mensaje optimista en medio de la tragedia íntima que vive Horikoshi, y el dra- ma colectivo de la nación nipona después de la guerra. El romanticismo del relato, plasmado en imágenes soberbias, opera como un bálsamo que restaña las heridas del personaje y de su país vencido. El epígrafe procede de una estrofa del largo poema El cementerio marino, de Paul Valéry: ¡Se levanta el viento!... es preciso intentar vivir
. A manera de autocrítica reflexión crepuscular y de elegía por los tiernos amores vencidos y las arrogancias militaristas derrotadas, es difícil un logro más emotivo y redondo.
Se exhibe en la sala 1 de la Cineteca Nacional a las 12, 17 y 21:30 horas.
Twitter: @CarlosBonfil1