on todo y las diferentes fechas de ejecución, los desnudos masculinos e igual los femeninos, aunque algo menos, son bastante similares entre sí, lo cual no debe sorprender, pues todos, mujeres y hombres, según nos enseñaron desde la escuela elemental, constamos de cabeza, tronco y extremidades. Aquí y ¡benditos los dioses! no se trató de ilustrar deformidades, como hubiera ocurrido de haber procurado obras de artitas tan destacados como Joel P. Witkin o Diane Arbus. (Hay un Maplethorpe excelente y normal
) Eso hubiera configurado otra exposición, no ésta.
Y si los desnudos son similares, los desnudos académicos y en general los desnudos figurativos lo son en mayor grado, ya sean masculinos, femeninos, andróginos, en tónica bíblica, cristológica (hay un yacente que rinde homenaje al Cristo de Holbein), mítica o hasta conceptual, los desnudos de tinte mimético son similares en todos lados, es su enfoque, factura y estilo
lo que los diferencia. Desde cierta distancia puede detectarse, por ejemplo, la presencia de una pintura de Luis Argudín, museografiada de manera que si uno está observando el Tlahuicole, percibe en sesgo este desnudo con el tema de Jonás, sólo que el pescado en el que se yergue su figura no es en modo alguno la ballena que se lo tragó, sino una especie de delfín. Esta visión provoca cierta comicidad muy bienvenida que ofrecen igualmente en zona adjunta otras piezas reunidas, a diferencia de ésta, todas de espaldas, de modo que lo que muestran con mayor ejundia son las nalgas.
Por su excelencia, menciono una academia de Manuel Ignacio Vázquez, artista mexicano activo a mediados del sigo XIX del que apenas si existen datos, contrapunteada con una academia de Gericault ubicadas casi al inicio de la muestra. Escuché exclamar, Gericault ¡Qué maravilla! y tuve que preguntarle a la dama que así declamaba ante su acompañante: ¿en qué consistía la maravilla? (lo hice muy decorosamente), así que me respondió: La barca (sic, por balsa) de la Medusa
. Hasta allí mi diálogo. Entonces, me digo, el que tengamos firmas como Gericault en México, es la maravilla, porque por sí sola la pieza del mexicano decimonónico con torso de tres cuartos, cabeza de perfil y pierna flexionada, de no encontrarse en este contexto no sería ni percibida, salvo por quienes se interesan en serio por las obras. La exposición depara hallazgos y así están contrapunteados para atraer atención, como el dibujo de dos hombres por Rodríguez Lozano, colección Siegel, colgado junto al imprescindible Picasso; dos figuras que son dibujos pintados sobre fondo uniforme, del llamado periodo Rosa (1906), es decir, de la época de los saltimbanquis. Este cuadro proviene de quienes sean quizá descendientes de uno de los primeros galeristas que tuvo Picasso: los coleccionistas Walter y Paul Guillaume, este último promovió tambien a Giorgio de Chirico hace unos cien años.
Una pieza que no es propiamente hablando un desnudo total pero sí un hallazgo por parte de la curaduría y una obra verdaderamente excepcional por su belleza y su característica pertinencia temática durante determinado periodo es el relieve (no es altorrelieve
, como indica la cédula) con dos figuras, del colombiano aposentado en México, Romulo Rozo, quien es el autor de ese enorme e hipernacionalista monumento a la Patria que se encuentra en Mérida, ciudad de donde proviene esta obra de dimensiones discretas.
En las piezas no propiamente espectaculares, hay que poner mayor atención, pues las hay muy singulares, como el cuadro de mármol de Felipe Sojo que no le pide nada en cuanto a nivel de ejecución a los cuadros de mármol que se encuentran en la iglesia de Santa Inés, en Plaza Navona, uno no imaginaría que esa moda
tuvo epígonos en nuestro país.
Entre esas pieza de pequeñas dimensiones, colocadas de modo que luzcan a plenitud, hay dos cuadritos de Cezanne y lo único que en este caso objeto es que El baño de san Juan, de Julio Castellanos, les sea adjunto porque ni favorecen a Castellanos ni hacen justicia al propio Cezanne que en el sentido del desnudo sentó algunas bases distintivas.
Otro aspecto disfrutable consiste en encontrar posibles glosas de obras consagradas, caso en el que está un San Sebastián de Fernand Gaillard, de 1880, que deriva del Sebastián de Mantenga, uno de los más prototípicos que existen. En contraste con éste, que puede pasar desapercibido, hay otro, representado en diagonal que el artista erróneamente tituló San Sebastián expirando. Lo digo porque este santo legendario no expiró por los flechazos, sino ulteriormente, cuando fue decapitado, luego su cuerpo se arrojó a la Cloaca Máxima. Como es natural, muy pocos artistas (creo que el Tintoretto es una excepcion) capta ese momento de su leyenda, en cambio el cuerpo desnudo atado a un árbol y convertido en blanco para arco, además de erótico es altamente lucidor con sus ligeros tintes Masoch, como bien lo entendió Ángel Zárraga, cuyo Ex voto de San Sebastián es una de las joyas de la colección del Munal.