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Ruta Sonora

Kurt Cobain: 20 años en el Nirvana

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an pasado 20 años (5 de abril) desde que el compositor, cantante y guitarrista de Nirvana (1989-1994) hizo estallar su rostro en el ático de su hogar en Seattle, Estados Unidos, sumido en una depresión que ni el estrellato ni la heroína pudieron aliviar. Tras dos décadas, la presencia de Kurt Donald Cobain (1967-1994) en la música sigue siendo vigente y su recuerdo entrañable. Los que amamos el rock genuino, generado desde lo más profundo del corazón, la mente y la víscera, buscamos sacarlo del poster estático para imaginarlo de pie al lado nuestro, y evitar se convierta en la broma hueca que, la misma industria que lo llevó a la destrucción, le quiere seguir jugando (Cobain reiría de que su natal Aberdeen recién decretó El Día Kurt Cobain, el día de su natalicio, el 20 de Febrero).

Más allá de que su existencia y desaparición hayan marcado un antes y un después en la historia del rock, al encabezar sin proponérselo el movimiento cultural apodado como grunge, la música de Cobain sigue moviendo almas al haber sido manufacturada desde lo más hondo de la sinceridad, lo más puro del idealismo, y lo más crudo del dolor personal. Muchos han generado música excitante, pero son pocos los que además de ello, han ofrecido ade- más con su lírica y actitud torrentes de verdad, al tocar las fibras de los espíritus utópicos, apasionados, sensibles, atormentados. En una sociedad tan segregacionista, Kurt le habló (y le sigue hablando) a los que las mentes estandarizadas acusan de ser diferentes o fuera de la norma.

Cobain, en contraposición a lo insustancial del glam ochentero, aportó un sonido silvestre y provocador, que combinó el ardor y desaliño del punk, los riffs del hard rock (que no del metal, al que execraba) y la efectividad melódica del pop (amaba a The Beatles y R.E.M.), mediante estructuras que alternaban versos semi-acústicos con disonancias corales, en deliberado fusil a sus admirados Pixies. Sus letras irónicas, plenas de imágenes sórdidas y fatídicas, estaban inspiradas en la poesía beat de Allen Ginsberg y William Burroughs. Furia y tristeza sustentaban su brillantez para generar contrapunteadas y luminosas melodías, metáforas de sí mismo: detrás de ese rostro impasible y noble, había un mundo de corrosión, agresividad y turbulencia.

Para el frágil rubio, el punk-rock era militancia, destino y misión, rasgo idealista que quizá se perdió para siempre después de su muerte, al hacer evidente la imposibilidad (al menos hasta entonces) de infiltrarse en los mecanismos del imperio y corromperlo desde dentro, como llegó a afirmar en sus Diarios (compilación de Clara Drechsler y Harald Hellman, 2003). Desde los 16 años, cuando se convirtió al punk en un concierto de Melvins (narrado por él mismo), comenzó a asumir una romántica personalidad redentora: Hagamos una cruzada musical. Adelantado a su tiempo, defendió los derechos homosexuales (cuando el tema aún era tabú) y feministas. Pero rumbo al final de su vida, tras su fama a nivel mundial (al día, Nirvana ha vendido más de 75 millones de discos), la cual había anhelado para poder dar su mensaje (su mánager Danny Goldberg afirmaría: Kurt buscaba esa fama, me jodía para que los catapultara), la decepción llegó, inevitable: Me siento como un cretino hablando de mí, como si fuera un icono semi-divino o producto de los corporativistas. ¡No puedo con el éxito, me siento tan culpable!. En su carta de suicidio, fue más que claro: No puedo seguir engañándolos, no la estoy pasando bien.

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Kurt Cobain, cuya existencia y desaparición marcaron un antes y un después en la historia del rockFoto tomada de Internet

Kurt Cobain fue congruente hasta el suicidio, sentencia Juan Villoro en Safari Accidental. Triste pero cierto. Pensar con toda fe como aquél lo hacía, le llevó a un punto sin escape: elegir entre vivir con cinismo o morir tempranamente, antes de llegar al hastío total: más vale arder de una vez que quemarse lentamente (Neil Young dixit), escribió también en su último adiós. El cruzado terminó crucificado por sus fantasmas y paranoias, por una autoestima mermada por la falta de cariño de su padre, que le hizo sentir que no merecía ser una hermosa hoguera permanente e inapagable.

Hoy no quisiéramos recordar su muerte. Hoy quisiéramos tenerlo entre nosotros, haciendo canciones tremendas. Pero quizá ya no lo estaría haciendo: quizá sabía que el desgano se aproximaba; quizá no hubo nadie que lo alentara, mucho menos Courtney Love, adicta y egoísta. Por ello es mejor recordarlo con su sonrisa amplia: sonreía tan poco, que cuando lo hacía, todo lo llenaba. Y qué mejores sonrisas, que las que transformaba en descargas sonoras, llenas de un dolor que sanaba. Porque para él, Nirvana significaba libertad lejos del dolor y el sufrimiento: eso es lo que más se acerca a mi definición del punk-rock. El arte es libertad. El arte es sagrado. No hay nada más sagrado. Ojalá, Kurt querido, la paz te haya alcanzado. (Recomendaciones de conciertos: www.patipenaloza.blogspot.com).

Twitter: patipenaloza