n casi todos los países que cuentan con sistemas parlamentarios las elecciones generales funcionan, en gran medida, de la misma manera. Cuentan con cierta alternancia regular entre dos partidos, uno ostensiblemente a la izquierda del centro y otro ostensiblemente a la derecha del centro. En estos sistemas existe muy poca diferencia entre ambos partidos principales en términos de política exterior y únicamente una serie limitada de diferencias en política interna, centradas en asuntos fiscales y de bienestar social.
Sin embargo, la real mecánica de las elecciones varía en diferentes países. El sistema utilizado en Estados Unidos ha sido el más constreñido, por mantener esta tendencia bipartidista. Esto es resultado de dos rasgos en la Constitución estadunidense. Uno es el papel de excepcional importancia del presidente, lo que pone a los partidos más fuertes a ganar las elecciones presidenciales como su primera prioridad. El segundo rasgo es el curioso sistema por el que se elige al presidente –un colegio electoral en el que, para 48 de los 50 estados, el método es una elección de una ronda donde, a partir de una pluralidad, quien gane en un estado particular se lleva todos sus votos electorales.
La combinación de estos dos rasgos ha hecho virtualmente imposible que candidatos de un tercer partido
ganen las elecciones presi- denciales o logren ser algo más que obstrucciones políticas
(que le arruinan la carrera a alguno de los dos partidos sin oportunidad alguna de ganar ellos mismos). Hasta ahora los liberalistas han competido como candidatos de un tercer partido
. Por tanto, el libertarismo nunca ha sido una fuerza importante que en lo político afecte las opciones o las preferencias electorales. La seriedad de los intentos emprendidos por el senador Rand Paul de obtener la nominación republicana han cambiado todo esto.
El libertarismo se define del modo más simple como una hostilidad básica hacia el gobierno y sus instituciones. Un pleno liberalista (libertarian, en inglés) quiere pocas empresas paraestatales, ninguna restricción a las empresas privadas debida a regulaciones gubernamentales, impuestos extremadamente bajos, total libertad individual en el ámbito social y la reducción al mínimo de las fuerzas armadas y la policía. Los liberalistas descartan cualquier tipo de protección social que cuente con respaldo gubernamental, tal como las pensiones o los seguros de desempleo. Mucho de esto embona con profundas raíces culturales en Estados Unidos. Pero el programa pleno es tan extenso que poca gente ha estado lista para abrazarlo por completo. Ha habido movimientos que promueven estas ideas. El más famoso es el que fundó Ayn Rand, una novelista que propagó lo que ella llamaba objetivismo
. Sus novelas enfatizaban la importancia del individualismo y del Iluminismo. Ella fue crítica de la religión como sistema de creencias que resultaba irracional para la filosofía, a la que suplantaba.
A nivel político, ha habido candidatos liberalistas a la presidencia, notablemente el ex congresista Ron Paul (padre de Rand Paul). Los votos que recibió Ron Paul siempre fueron marginales, tanto al interior de las elecciones primarias del partido republicano como en las elecciones generales en las que compitió como candidato independiente.
Entonces, ¿cuál es la novedad? Lo nuevo es que en 2010 Rand Paul ganó un escaño en el Congreso estadunidense como senador republicano por Kentucky. Ganó las elecciones primarias republicanas y luego la elección general, en gran medida como resultado del ferviente apoyo de los republicanos del Partido del Té, que objetaron a su oponente principal como demasiado establishment y demasiado centrista en su orientación.
Tan pronto como se volvió senador, Rand Paul comenzó a jugar un importante papel en la reafirmación de los valores liberalistas, y en construir la base organizativa para su candidatura en 2016 (y de ahí en adelante). Se ha presentado como menos rígido en la interpretación del libertarismo que su padre, buscando por tanto crear una base más sustancial de votantes. No obstante, su candidatura está sacudiendo el modo en que ha funcionado la política estadunidense.
Hay tres puntos sobre los que Rand Paul no se apega al discurso tradicional republicano-demócrata: la economía, las cuestiones sociales y la política exterior. En la economía ha buscado ir más allá en su posición antigubernamental que los republicanos de la corriente dominante de antaño. En materia fiscal, en los gastos del Estado y en el así llamado déficit sobresale como un halcón del Partido del Té. Esto confronta considerablemente la oposición de los promotores de grandes negocios en el Partido Republicano, que por lo general sienten que sus políticas empeorarán la situación para sus intereses (en lugar de mejorarlas). Sin embargo, en los puntos económicos se acerca mucho a ser un republicano tradicional.
En los aspectos sociales, sin embargo, Rand Paul está trazando muy diferentes líneas de ruptura. En general respalda el argumento de que el Estado no tiene nada que ver en el dormitorio y que las opciones de cómo gobernar la vida propia deben mantenerse dentro del ámbito individual. Además, esto no es menor, se opone fieramente al papel de la Agencia de Seguridad Nacional y otras estructuras del Estado que violan la privacía de los residentes estadunidenses. Hace poco llevó estas causas al locus principal de sentimiento de izquierda, el cuerpo estudiantil en la Universidad de California en Berkeley. Ahí hizo un discurso apegado a estas líneas y le aplaudieron salvajemente. Uno de sus críticos republicanos dijo del discurso que apenas si podía verse en éste algún sentimiento republicano.
Y luego está la política exterior. Ha expresado serias reservas acerca de la creencia de que Estados Unidos tenga un papel (aún uno político, ya no se diga militar) en promover la democracia en otros países. Tal vez no llegue tan lejos como su padre, que hace poco dijo que la anexión de Crimea por Rusia no era un asunto sobre el que Estados Unidos debería tener una posición. Aquí tampoco son convencionales las líneas que traza en lo político. Sus puntos de vista juntan a algunos republicanos de extrema derecha con el ala liberal del Partido Demócrata.
El fondo de todo esto es que el previo vaivén de compromiso entre ambos partidos que no son del todo diferentes pude no sobrevivir a la intrusión del libertarismo en el corazón de la política estadunidense. Los liberalistas son ahora un comodín de algún modo impredecible. Constituyen una tercera fuerza. Y el resultado puede ser que los terceros partidos
–no necesariamente sólo los liberalistas– podrían transformar un sistema bipartidista en un sistema de tres partidos, aun dentro de las limitaciones de la Constitución estadunidense. Ya veremos después del 2016.
Traducción:Ramón Vera Herrera
© Immanuel Wallerstein