Opinión
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La Muestra

Claroscuros de la Muestra

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María Félix y Arturo de Córdova en un fotograma de La diosa arrodillada
A

un cuando la Muestra Internacional de Cine rebasa los ámbitos de su exhibición primera en la Cineteca Nacional, alcanzando circuitos comerciales y una distribución territorial cada vez amplios, es evidente que sigue claramente identificada a ese importante organismo oficial de preservación y difusión de cine. Por esta razón, sus obligaciones y responsabilidades en el ámbito cultural son mayores que las que pudiera tener, o desear atribuirse, cualquier cadena de exhibición comercial. En esencia, son muy distintas.

Si bien se comprende que los esquemas de programación de la Muestra hayan deseado mantener una tradición heredada de la vieja Reseña de festivales, que consistía en mostrar lo mejor y más premiado de la cinematografía mundial, debe recordarse que ese esquema respondía básicamente a la escasa oferta de cine de calidad en la cartelera cinematográfica de aquellos primeros años. Las exhibiciones de las primeras Muestras tenían un carácter casi excepcional. Los cinéfilos acudían a ver las películas seleccionadas por temor a no poder verlas después en una corrida comercial, y por ello cada encuentro se esperaba ansiosamente, y tenía sentido magnificar su importancia y acentuar su glamour en exhibiciones que devenían verdaderas galas en escenarios privilegiados, aquellas grandes salas de cine hoy desaparecidas.

Hoy todo eso ha cambiado radicalmente. La oferta en la cartelera comercial incorpora con regularidad creciente las propuestas artísticas de los grandes directores, aun cuando siga saturada por el hegemónico cine hollywoodense. Los festivales de cine proliferan a lo largo del territorio nacional y sus perfiles favorecen cada vez más al cine de autor. El comercio informal ha sido, paradójicamente, el involuntario difusor mayor del cine de arte, y las redes sociales e Internet han vuelto muy accesible aquel cine de calidad que antaño se distribuía a cuentagotas.

A esas realidades debe hoy responder la Muestra con imaginación y un claro espíritu renovador. Algo que hasta el momento sólo consigue parcialmente. Resulta ya un poco obsoleto dedicar un Foro de la Cineteca a las películas de autor, de corte más innovador o experimental, y dejar que la Muestra se convierta paulatinamente en el espejo de una cartelera comercial que cada vez incorpora más a los autores prestigiosos. ¿Tiene algún mérito o alguna distinción exhibir en ella El gran hotel Budapest, de Wes Anderson, cuando su estreno comercial es inminente? ¿Inaugurar rutinaria y oficiosamente la Muestra con un clásico del cine nacional, en este caso, La diosa arrodillada, de Roberto Gavaldón, para rendir un tributo más a María Félix, cuando lo que la Cineteca debería contemplar en su programación habitual es una retrospectiva de ese estupendo director nacional tan insuficientemente valorado? ¿Tener al Instituto Mexicano de Cinematografía festejando un ritmo anual de producción de cine mexicano de más de 100 títulos, cuando ninguno de ellos pudo tener cabida en la presente Muestra?

La Muestra Internacional de Cine ofrece en esta edición películas estupendas, eso es indiscutible. Es tiempo ya, sin embargo, de que encuentre un perfil original y verdaderamente propio. Exhibir, por ejemplo y en lo posible, únicamente aquel cine que aún sigue siendo desdeñado por las exhibidoras comerciales, y no dejar esa tarea sólo al Foro de la Cineteca. Hacer de la Muestra un espacio permanente de búsqueda innovadora en materia de programación, sorteando los múltiples problemas que evidentemente existen para conseguir las cintas idóneas para tal efecto. Lo contrario será seguir cumpliendo decorosamente con la función de anticipar o replicar una oferta fílmica que terminará teniendo foros de exhibición mejor repartidos en la ciudad y eventualmente más atractivos.