ace ya una década afirmamos en la introducción al libro Detrás de la trama (Traducción de Beyond Smoke and Mirrors) que el sistema migratorio estadunidense estaba quebrado. La historia lo confirmó y la frase se convirtió en un cliché para políticos y académicos.
Ahora podemos constatar que en este lado, en México, también el sistema migratorio acuñado a lo largo de más de un siglo, se ha quebrado. En Los Altos de Jalisco, el corazón de la región histórica de la migración mexicana, la aventura de irse a vivir o trabajar al norte ha dejado de ser una posibilidad, también una prioridad.
A lo largo de más de un siglo los alteños supieron manejar el proceso migratorio e integrarlo a su manera de ser, de afrontar la vida, de solucionar sus problemas, de aprovecharlo para salir adelante con sus proyectos. Sin duda la demografía les ayudaba, las familias normales tenían más de ocho hijos, los que Dios mande, y se decía que cada niño llegaba con su torta bajo el brazo
.
En una investigación reciente llegamos a detectar casos de familias con 12 y 15 hijos y el caso extremo fue de 18. Eran familias que se habían multiplicado a placer hasta la década de los ochenta. Pero ya no es así. Las familias jóvenes tienen dos o tres hijos. Ya no es necesario, ni conveniente, decirle a tu único hijo varón que se vaya a buscar la vida al norte. Mal que bien, en la región hay trabajo para ir saliendo.
En el poblado de Pegueros, la gente trabaja en las granjas de pollo, los establos y las granjas porcinas. El salario industrial es de mil 200 pesos semanales y en muchos casos incluye seguro social y algunas prestaciones. La gripe aviar les pegó muy duro, pero han salido adelante y el empleo se ha recuperado. Con tres salarios mínimos se sobrevive, pero si trabajan varios en la familia se logra vivir con cierta soltura.
Y es que en Pegueros se dice que ya todas las mamás trabajan
, que no es lo mismo que decir que todas la mujeres lo hacen. Antes, con tan numerosa prole era imposible que las mujeres tuvieran un empleo asalariado. Trabajaban en los interminables quehaceres y además se ayudaban
con el punto de cruz, deshilado y tejido, todo esto integrado en un complejo sistema de trabajo a domicilio
que todavía persiste.
La opción de irse al norte de mojado
prácticamente ha quedado cancelada. La experiencia señala que los que regresaron por algún motivo, generalmente por la muerte o enfermedad de un familiar cercano o por los 15 años de la hija, ya no pueden volverse a ir. Los únicos que regresan son los que tienen papeles y cada vez menos.
En Valle de Guadalupe se recibía a los hijos ausentes con bombo y platillo. Después de la misa había una comida a la que asistían unas 700 personas. En las fiestas pasadas, hace apenas unas semanas, sólo llegaron 300. Tampoco hubo desfile o peregrinación, ya no les gusta a los norteños figurar, como antes lo hacían, los migrantes se sienten vistos y criticados especialmente los desobligados
que no mandan dinero a sus familias. En Capilla de Guadalupe sucede otro tanto, para la misa de los ausentes había que sacar boleto y muchas veces no entraban en el templo de tanta gente que quería participar. Pero eso ya es cosa del pasado, ahora vienen muy pocos, no como antes.
Y es que los migrantes de primera generación siguen las tradiciones y los traiciona la nostalgia, pero a la segunda generación ya le interesa menos lo que pasa en el pueblo. La vida está en el otro lado y las vacaciones escolares marcan el rumbo del calendario familiar, ya no tanto la fiesta del Santo Patrono.
En Mexticacán pasa lo contrario que en Pegueros, no hay muchas alternativas laborales, salvo una docena de ladrilleras, una pequeña fábrica de zapatos y una tequilera, además de las maltrechas labores agrícolas. Pero el pueblo encontró su fado en las paletas y exporta a la mayoría de la población hacia Monterrey, donde hay unas 700 paleterías, y a Aguascalientes, donde se dice hay otras 300. Los jóvenes desde los 13 años se contratan con algunos de los dueños de paleterías, aprenden el oficio y luego se independizan. Se dice que 80 por ciento de los emigrantes de Mexticacán son internos y trabajan en paleterías regadas por todo el norte del país y sólo 20 por ciento se fueron a Estados Unidos. Donde, obviamente, montaron el negocio de las paleterías en Houston, Stockton, Los Ángeles y Fresno. Sin embargo, el caso de Mexticacán demuestra que cuando hay opciones laborales y oportunidades de negocios, muchos alteños optan por quedarse en el país.
Para otros la educación ha sido una opción. En Los Altos de Jalisco hay dos campus regionales de la Universidad de Guadalajara. No todos los egresados encuentran trabajo en su profesión, pero ese es un problema que va más allá del ámbito regional. La opción por la educación, en el núcleo familiar y en los jóvenes, inhibe los atractivos de la migración. No sólo eso, ha cambiado profundamente la percepción de lo que significa irse al norte. Antes se decía que iban a ganar dólares, ahora se dice que van a sufrir. La crisis ha cerrado muchas alternativas laborales y la competencia en el mercado de trabajo es muy dura. No sólo por los mexicanos de otros estados, sino por los centroamericanos y latinoamericanos en general.
Pero quizá lo más duro es la certeza de que se van para no volver. La circularidad migratoria está totalmente clausurada. Algo típico en los alteños era su tendencia a ir y volver, a dejar a la familia y salir a trabajar por temporadas a Estados Unidos. Esta posibilidad ya no es viable. Los indocumentados no regresan, ni para el entierro de sus padres. Tienen que asumir el duelo en lejanía y soledad y los que se quedan han empezado a entenderlo.
La idea de irse al norte para estar escondido, para sentirse perseguido y humillado ya no cuadra con la imagen que se tenía del sueño americano. El sistema migratorio entre México y Estados Unidos, de carácter histórico y centenario, ha sufrido un doble colapso. Es el principio del fin de la migración irregular.