Línea 2018
El mal viaje de Ebrard
Mancera ¿irá a fondo?
Autodefensas paródicas
olíticamente, Marcelo Ebrard (ME) ha sido echado a las vías del Metro. Tal vez no sea fatalmente arrollado, pero cuando menos tendrá que registrar en su cuenta la mala vivencia, los signos de alerta y una marca perdurable con tufo a corrupción o, cuando menos, a ineficacia administrativa por premura o descuido. El empujón le ha sido dado por El hijo desobediente, el mismo Miguel Ángel Mancera (Miguelito
, aseguran algunos ex funcionarios que en privado llamaba Ebrard a su entonces procurador de justicia) al que se sacó de la manga en 2012 con excesivos ánimos continuistas como carta de común acuerdo con Andrés Manuel López Obrador para cerrar el trato de la candidatura presidencial perredista.
El escándalo de la línea 12 (la Dorada, la emblemática) pega al aún perredista en un tramo particularmente difícil de su ruta política, justo cuando va pasando por estaciones desérticas, nada amables, a veces desesperantes. Inteligente y preparado como pocos políticos, Ebrard no ha podido sobrellevar con buenos resultados su más reciente etapa desprovista de cargos públicos relevantes (al estilo del doctor Juan Ramón de la Fuente, de tan alta valoración en las élites tradicionales de la política mexicana, luego de su paso por la rectoría de la UNAM, que nunca más ha vuelto a tener un asiento de la relevancia que su tasación le haría suponer, convertido en mención constante para candidaturas, secretarías y direcciones importantes que nomás no se materializan). Apenas en 2011 parecía estar ME en el mejor momento político de su carrera, compitiendo con AMLO por la postulación izquierdista a la Presidencia de la República, contrastante su perfil sosegado con las turbulencias del tabasqueño, el corte académico con el estilo tropical, la falta de carisma con el pejiano exceso de éste, la posible mayor redituabilidad electoral de la nada pasional aprobación a Marcelo frente al apasionado rechazo de Andrés Manuel en segmentos ciudadanos medios.
Pero Marcelo negoció la capital por el país (Mancera como presunta pieza de transexenalidad chilanga), permitió los excesos de represión y provocación el 1º de diciembre de 2012 (cometidos por fuerzas federales, pero también por mandos del gobierno capitalino ya avasallados por el peñismo), anunció que apenas dejase el principal despacho del Gobierno del Distrito Federal comenzaría su galopante campaña por la candidatura presidencial de 2018 (lo que evidentemente no ha podido hacer) y comenzó una tanda de equívocos que lo mismo lo ha llevado a pelear sin mayor fuerza ni astucia por la presidencia del comité nacional perredista, condicionada por los Chuchos con los cuales se confrontó, que a asumir fallidas posturas de cuasipejismo al pretender erigirse en retador a debate público con Peña Nieto luego que éste había anunciado en ámbitos británicos la desexpropiación petrolera.
A tal contexto de volatilidad política el pasajero Ebrard ha de sumar en su mal viaje actual la bitácora de su sexenio relacionada con obras públicas importantes sobre las que ha revoloteado la sombra de las sospechas. Una de ellas, la de la línea 12 que se convirtió en pretenciosa aspirante a joya de la modernidad alcanzable, dotada de trazos y servicios que no tienen las demás rutas, enredada siempre en giros financieros que hacían saltar los presupuestos y que terminaron con la entrega de la obra en octubre de 2012 para que el jefe saliente alcanzara a incorporarla a sus registros políticos personales.
Ahora, ante la evidencia pública y constante de retrasos en la operación de los trenes, de incumplimientos de promesas doradas, de cobros corporativos exagerados y sin saldar, y de riesgos para el público usuario, la administración mancerista ha decidido suspender el servicio en 12 estaciones de esa Línea Dorada durante cuando menos seis meses, para un largo mantenimiento mayor que de tan prolongado ya no sería tal, sino otro tema más grave y punible.
Desgastado a causa de la tramposa argumentación con que impuso un aumento a las tarifas del Metro, lo que provocó el novedoso y persistente movimiento del #PosMeSalto, el gobernante Mancera está obligado a mostrar ante los capitalinos las evidencias de malos manejos y corrupción que se hubieran dado en casos como el de la línea 12, pues de otra manera se fortalecerá la percepción de que el incremento al boleto del Metro sirve para solapar actos de corrupción cometidos por miembros de la misma élite. El asunto no debe quedar solamente en ese esclarecimiento, sino en el procesamiento judicial y castigo de quienes resulten responsables, para que no haya duda de que se está frente a una acción justiciera al suspender el servicio y no frente a un reajuste de cuentas entre socios distanciados que hoy tienen proyectos políticos confrontados.
Mancera sigue adherido a Los Pinos, donde se ve con simpatía que los Chuchos mantengan el control del PRD, por sí mismos o a través de una figura simbólica como el ingeniero Cárdenas, a cuyo propósito siempre estarán disponibles las acciones judiciales de desacreditación de los opositores (como sucede con el maderismo, al que se está ayudando mediante el golpeteo misceláneo a Calderón). Ebrard en vía de salida del sol azteca porque no lo dejaron dirigirlo y en tratos con Movimiento Ciudadano con San Lázaro como posible meta intermedia rumbo a 2018, en el que buscaría convencer a AMLO-Morena de que ya le toca a él, Marcelo, la candidatura que cedió en 2012. Rutas distintas, las de Ebrard y Mancera, pero ¿ya en abierta colisión?
Y, mientras llega a niveles paródicos la relación del gobierno federal con las fuerzas michoacanas de autodefensa a las que la inagotable esperanza popular de veros redentores convirtió en sus primeras andanzas en blanco de sus ilusiones y a las que ahora tutelan abiertamente Gobernación y el comisionado Castillo para que no se peleen entre bandos mutuamente acusados de estar infiltrados por templarios y narcotraficantes varios, rescatados los líderes en helicópteros oficiales y luego reinstalados en La Ruana con policías federales y soldados como cuidadores, ¡hasta mañana!
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