uis Villoro, el historiador que conocí, tenía una severa, abierta y generosa mirada sobre la historia. Sus mundos iban de las hazañas de la Guerra de Independencia a las hazañas de las rebeliones indias. Esa mirada, como si fuera portadora de su destino, anunciaba ya el apoyo irrestricto y generoso a la rebelión zapatista.
Repito, generoso, porque así fue el Luis Villoro que los zapatistas y muchos otros y también nosotros conocimos.
Luis Villoro, el historiador, era un hijo de la escuela romántica: así aparece en su magnífico y soñador ensayo: El sentido de la historia
en aquel pequeño libro de los años ochenta, Historia, ¿para que?
No sé si es así, pero siempre vuelvo a ver a Luis como un retoño en México del soplo utópico de Ernst Bloch y su Principio esperanza.
Haya sido o no así, Luis llevaba la esperanza en sus ojos claros, su sonrisa abierta y su afán de razonar y enseñar. Así lo seguiré recordando, como vi su estampa aquella vez en el Festival de la Digna Rabia allá en San Cristóbal de las Casas o como aquella otra en el homenaje a don Adolfo Sánchez Vázquez en el aula magna de nuestra Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM.