a crisis en Ucrania puede desembocar en una lucha armada de terribles consecuencias. Aun si no estalla una guerra, el conflicto en Ucrania y Crimea marcará las relaciones internacionales y las percepciones europeas, estadunidenses y rusas durante los próximos lustros de manera decisiva.
Las raíces de esta crisis constituyen una madeja compleja y por eso hay que desconfiar de las narrativas simplificadoras (provenientes de Moscú o Washington). Entre las causas que llevan al conflicto actual se encuentra la expansión del militarismo estadunidense que nunca abandonó sus obsesiones de la guerra fría. También se encuentra la voracidad del capital financiero que busca consolidar el neoliberalismo en Ucrania.
Las mafias en el poder en Rusia y en Kiev son el complemento perfecto para detonar el conflicto. Para el pueblo ucranio las opciones han sido permanecer bajo el dominio de mafias que simpatizan con Moscú, o entregarse a mafias inclinadas al acercamiento con la Unión Europea y Washington. El telón de fondo de este coctel explosivo es la larga historia de nacionalismos y movimientos separatistas.
Sin duda para muchos lectores hablar de expansión del militarismo estadunidense
suena exagerado. Pero hay que considerar los siguientes elementos. En 1949 se creó la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN). Su misión era clara: contrarrestar las fuerzas que la Unión Soviética tenía estacionadas en su territorio y en los países de Europa del este. La URSS replicó creando su propio bloque, con el Tratado de Varsovia.
La OTAN parecía haber perdido su razón de ser al derrumbarse la URSS. Los arsenales nucleares de Estados Unidos y Rusia fueron objeto de varios tratados de reducción de armas estratégicas y en términos generales se generó una atmósfera de cierta distensión. Pero las corrientes más conservadoras en Estados Unidos no resistieron la tentación de aprovechar el momento para buscar la expansión de la OTAN y desplazar la línea divisoria de la antigua guerra fría hasta la frontera con Rusia.
La OTAN no sólo no desapareció, sino que cultivó sus ambiciones estratégicas en lo que había sido el espacio soviético durante la guerra fría. Esa expansión se inició con Clinton y prosiguió con Bush. Para algunos analistas esto se acompaña de los sueños del Pentágono de ver un día a la flota estadunidense fondear en Sebastopol y Balaclava, los principales puertos de Crimea. Pero lo que es sueño para el Pentágono es una pesadilla para el nacionalismo ruso.
En 1999 Polonia, Hungría y la República checa ingresaron a la OTAN, en medio de un feroz debate y la oposición de Rusia. En 2004 tocó el turno a las repúblicas bálticas (Estonia, Letonia y Lituania), además de Eslovenia, Bulgaria y Rumania. Muy pocos analistas se detuvieron a pensar cómo interpretaría Rusia este proceso.
George F. Kennan, probablemente el más agudo y más experimentado artífice de la política exterior estadunidense, advirtió en 1997 que la expansión de la OTAN constituía el error más grave y ominoso de Estados Unidos en la historia de la posguerra
. Para Kennan este acto inflamaría el militarismo ruso, ahogaría la democracia y, en general, porque impulsaría a la política exterior rusa hacia objetivos que no serían de nuestro agrado
.
Nadie lo escuchó, y en 2008 George W. Bush propuso planes para que Georgia y Ucrania se convirtieran en miembros de la OTAN. Por eso el comunicado del encuentro de la OTAN en abril de ese año señala que Georgia y Ucrania serán miembros de la OTAN
, aunque sin especificar la fecha. El conflicto entre Rusia y Georgia de 2008 alertó a los europeos sobre el riesgo de seguir por esta vía y eso frenó los planes de otorgar a Ucrania un plan de membresía
, el primer paso para acceder a la OTAN. La lectura rusa de todo este proceso fue inmediata: Washington y sus aliados no habían abandonado sus prioridades de la guerra fría y su estrategia seguía siendo rodear Rusia por todos sus flancos.
Volgogrado contra el fascismo, ayer se realizó una manifestación de apoyo a los ruso hablantes de SebastopolFoto Reuters
en defensa de ciudadanos que hablan rusoFoto Reuters
Después del colapso de la URSS, Ucrania se convirtió en el tercer estado en cantidad de armas nucleares (después de Estados Unidos y Rusia). Pero en 1996 todo su armamento nuclear había sido entregado a Rusia y Ucrania se convirtió en un estado libre de armas nucleares. A pesar de que el ejército ucranio no podría detener una ofensiva rusa, tampoco estamos en presencia de una fuerza despreciable y cualquier conflicto armado tendría consecuencias desastrosas. La economía mundial, y en especial la europea, no están para afrontar el castigo de un espectacular repunte del precio de petróleo, desplome de los mercados de valores y volatilidad sin paralelo en las principales divisas.
Para lograr una mayor integración económica con Ucrania, la Unión Europea buscó negociar un pacto que daría a Kiev un estatus privilegiado en lo comercial y financiero. Bruselas ofreció además un trato especial en materia de visas y otros incentivos, pero sin otorgar la membresía. El verdadero objetivo de la UE es reducir la influencia rusa, en especial después de la iniciativa de Putin en Siria (que enfrió los planes más intervencionistas de Estados Unidos) y el otorgamiento de asilo a Snowden (hecho que Washington no perdona).
El paquete ofrecido por la UE incluía las típicas medidas de austeridad que pusieron de rodillas a Grecia y tanto daño han causado en Europa. Pero lo más importante es que el tratado con la UE incluía cláusulas de contenido militar que obligarían a Ucrania a seguir lineamientos estratégicos de la OTAN. Para Moscú esto era el colmo y por ello intensificó la presión sobre el corrupto presidente ucranio Yanukovich. El 9 de noviembre pasado Putin se reunió en secreto con su homólogo ucranio para firmar un tratado alternativo entre Kiev y Moscú. En la recta final, además de acceso al mercado ruso Putin ofreció condonar parte importante de la deuda ucrania y varios miles de millones de euros en créditos.
El anuncio generó una oleada de protestas que terminó por derrocar a Yanukovich. Moscú sintió que perdía la oportunidad de frenar las pretensiones de expansión de los estadunidenses y europeos. La intervención en Crimea es una respuesta, arbitraria, peligrosa y rebosante de ilegalidad. Desgraciadamente ninguna de las potencias que hoy pretenden dar lecciones de civilidad a Moscú tiene las manos limpias. La hipocresía de Washington es grande, pero no alcanza a ocultar su desprecio por el derecho internacional. Los ejemplos de la invasión de Irak y Afganistán (antes de que el Consejo de Seguridad autorizara una intervención) todavía están frescos en la memoria.
Queda poco tiempo para desactivar la crisis. Si no se aprovecha se tomará el sendero que conduce al conflicto armado. Moscú podría retirar sus tropas de Crimea a cambio de regresar al status quo ex ante (leyes de extranjería y del idioma ruso). Pero el tono belicoso y la amenaza de sanciones provenientes de Washington y Bruselas no van a calmar los ánimos.
Twitter: @anadaloficial