n partido derrotado en una contienda electoral deja ver con mayor claridad no sólo su división interna, sino sus tendencias más acentuadas.
En el caso del PAN, lo que se inició hace 45 años hoy da sus frutos más descompuestos y reveladores de la ruta que se inicia en torno al movimiento de 1968. La plataforma del PAN para las elecciones de 1970 es la más avanzada que ha generado este partido a lo largo de su historia. La dirección se hallaba entonces en manos de la corriente solidarista liderada por Efraín González Morfín. Los grandes empresarios, sobre todo los de Monterrey, la sentían contraria a su ideología e intereses. Decidieron desplazarla y lo consiguieron a un alto costo político. Acción Nacional, por la crisis interna que lo fracturaba, no pudo participar con candidato a la Presidencia en la elección presidencial de 1976.
En ese mismo año, Andrés Marcelo Sada, uno de los ideólogos del Grupo Monterrey, llama a los empresarios a involucrarse en la política del país. La coyuntura que da concreción a este llamado y catapulta la participación empresarial es la crisis que precipitaron los mismos hombres de negocios con la fuga de capitales de febrero de 1982. Tras la estatización de la banca, el neopanismo llegaba para abandonar la oposición leal que hasta entonces había sido la divisa del PAN y se dispuso a conquistar ámbitos reales de poder. Finalmente tomaría el rumbo que lo llevó a echar al PRI de Los Pinos
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Pero la doble maldición de Duverger y de Calles alcanzó al PAN durante los dos sexenios que mantuvo la Presidencia de la República. De un partido de élite, entre doctrinario y pragmático, se convirtió en un partido oligárquico movido por la codicia del poder, un pragmatismo descarnado, la corrupción y demás rasgos negativos del PRI –desechando los positivos– envueltos en la retórica del nacionalismo revolucionario. El institucional, contagiado del capitalismo más franco del PAN, conformó con este partido y sus propios apoyos un creciente punto de intersección.
Felipe Calderón Vega, el padre del futuro usurpador de la Presidencia, lo asumía así luego de su renuncia en 1981: El PAN era un partido de clases, no de clase. Ahora se pretende convertirlo en un partido empresarial
(ver Proceso).
El capitalismo que se perfilaba con la primera generación de neopanistas no fue el constitucional sostenido en cierta medida por el PRI –hasta los años 80– ni el capitalismo que Manuel Gómez Morín veía como moderno en sus primeras definiciones: “… un sistema muy lejano del ‘dejar hacer, dejar pasar’: cooperativismo en el campo; propiedad considerada sólo como un medio para la producción; establecimiento del seguro social; un eficiente sistema fiscal y, sobre todo, un Estado rector y administrador” (ver Ensayos sobre el PAN, de Carlos Arriola). A decir verdad, ese capitalismo apenas tuvo seguidores en el PAN. Como abogado de las petroleras, luego de la expropiación de 1938, el propio líder panista terminó defendiendo un capitalismo subordinado y neocolonial. Más se acercaron al del estado de bienestar aquellos que, a salvo el grupo dirigido por Adolfo Christlieb Ibarrola, dejaron sus filas: los jóvenes que intentaron convertirlo en un partido democristiano a principios de los años 60, la corriente solidarista y algunos (pocos) de los que crearon el Foro Doctrinario y Democrático en la década de los 80. En su carta de renuncia, estos últimos describen al PAN del siglo XXI:
Las líneas que modifican el rumbo del PAN y que nos obligan a esta declaración son, en resumen, las siguientes: indebido y antidemocrático acercamiento con el gobierno y apoyo abierto a la política estatal; injerencia creciente de los empresarios en la vida del partido y autoritarismo interno, burocratización del partido e intransigencia con los grupos y opiniones divergentes (...) Hoy el PAN es pro salinista, pro liberal y pragmático.
Esa carta actualizaba la de González Morfín: El conservadurismo fascista y demagógico, la manipulación de la religión, el materialismo de los que acuden al espíritu para defender injustamente el dinero son, dentro de Acción Nacional, frutos naturales del abandono de la educación política, que fue causa sincera de la existencia del PAN original
(ver El engaño. Prédica y práctica del PAN, de Álvaro Delgado).
El actual bipartidismo PRI-PAN, con la colaboración de un sector de la izquierda, es el que ofrece en charola de plata los recursos naturales y el destino político de la nación a los intereses de las potencias capitalistas y sus empresas trasnacionales.
La entrega pasa por prácticas que la segunda generación de neopanistas (una clase media voraz y sin principios) impone y comparte con el grupo priísta en el poder. Fernando Elizondo Barragán, ex gobernador de Nuevo León y ex secretario de Energía, las señaló en su renuncia al PAN: antidemocracia interna, fraudes electorales, corrupción, clientelismo, acarreo, abuso de autoridad. Cabe añadir: dedazo y persecución del dinero, así provenga del erario (ver Las manos sucias del PAN, de José Reveles), del narcotráfico o del extranjero (los Amigos de Fox).
El PAN, en vísperas de elegir a sus dirigentes, es lo opuesto del título que Juan José Rodríguez Pratts dio a su libro: La congruencia histórica del Partido Acción Nacional. Un partido debilitado a causa de su incongruencia no se sabe cómo pueda fortalecerse si no es con un cambio drástico. En la perspectiva panista no se lo ve por ahora.