umamente difícil, y seguramente inútil, sería tratar de encontrar los sucesos en Michoacán en un catálogo de conflicto. No se conocen antecedentes de uno que tuviera tres contendientes recíprocos: templarios, los guardias comunitarios aún no cooptados y el gobierno federal. Peor aun cuando por lo menos dos de ellos, templarios y guardias comunitarios disidentes
, son en esencia desconocidos.
Es un fenómeno sumamente complejo por tantos valores en conflicto y que por ello demandaría de suma serenidad y sistematización, antagonistas de la frivolidad y fragmentación que estamos viendo.
Agréguese a esta dramática realidad la consecuente desolación social y económica de ella derivada: La vida comunal severamente trastornada y la planta productiva destruida o desarticulada. Bien, pues todo esto se corresponde con una falta total de planeación. Todos los días se anuncian carretadas de dinero por distintos actores y para fines inconexos. Una vez más cada uno va por su lado.
Michoacán sufre la manifestación y los efectos de una guerra que el gobierno federal trata de acallar rápidamente más que resolver. Una guerra que asume las características de una suerte de contienda sin nombre que tal vez existió en el tribal siglo XIX africano. La información oficial, cada día más falsa, pinta un cuadro ideal de constante superación. La realidad es bien distinta: el fuego se esparce dentro de Michoacán y a otros estados.
Así de peculiar es el problema. Que es un grave y prolongado conflicto, no hay duda. Tampoco hay duda de que, amainada la situación, la antigua realidad no volverá. El gobierno prontista no se preocupa por el pasado mañana. ¿Qué sistema de vida se heredará? Parece que no importa, por eso no hay un programa.
La propaganda oficial hace aparecer que muy pronto se llegó al principio del fin, pero no es así. Tratan de convencer de que el conflicto avanza hacia su solución, pero se cumplen todos los requisitos desastrosos como para pronosticar una danza sin fin previsible. Los actos oficiales no son confiables ni en las formas ni en los efectos.
Para los intereses de la piel social de ese terruño, ellos sufrieron y están sufriendo un cataclismo. Debería esta tragedia merecer un mayor respeto del gobierno federal, que celebra diariamente un festín.
Toda esta precipitación y desorden emana simplemente de una vocación autoritaria que se expresa con una falta de planeación, todo se hace en la mayor desarmonía. La relegada Ley de Planeación determina:
Artículo 3. Las bases para que el Ejecutivo federal coordine sus actividades de planeación con las entidades federativas, conforme a la legislación aplicable (serán) mediante la planeación. Se fijarán objetivos, metas, estrategias y prioridades, así como criterios basados en estudios de factibilidad; se asignarán recursos, responsabilidades y tiempos de ejecución, se coordinarán acciones y se evaluarán resultados.
Nada de esto, que sería una muestra de confiabilidad, se observa. El único objetivo es la imagen, el prontismo, la inmediatez, el triunfalismo. El drama de Michoacán no se resolverá en meses, quizá ni siquiera en los próximos años. La falta de planeación hace pronosticar fragilidad en un esfuerzo que demanda de solvencia para ser permanente.
Mientras, el comisionado Castillo transa con criminales y, comportándose como desde un púlpito, hace proclamas que son lamentables: la cereza del pastel
... antes había impunidad
, evidenciando que las formas son deplorables y el fondo, si cupiera el adjetivo, sería peor. Michoacán es una tragedia y se trata con enorme frivolidad.
Estamos en un conflicto político/económico/social de gran intensidad y trascendencia, el peor en 20 años. Velándolo no lo va a esfumar ni a engañar a la sociedad local, a la opinión nacional ni a los juicios internacionales. No se está rediseñando un estado por demás respetable e íntimo para todos los mexicanos. Saldrá de estos arrebatos lo que pueda salir.