ablo Hermoso de Mendoza, enamorado de México y lleno de asombro, apareció en la puerta de cuadrillas y lo sentía cambiado, como que algo le había ocurrido. Percibía diferente su toreo a caballo, desconocido, misterioso, amexicanado. Un toreo de una lentitud que a simple vista resultaba imposible montado a caballo.
Enamoramiento que no era una meta sin objetivos: sólo una puerta abierta que lo tornaba caballero en plaza. Sensación comparable a la incomprensible de la belleza que es muerte en el toreo. Fuerza natural ola de fondo, temblor de tierra, desbordar lo que traía adentro, frenético brotar de llama, fuego capaz de acabar con todo. Los toros de Julio Delgado no lo ayudaron: débiles, acabaron parados dificultando la suerte de matar. Sólo en su primer enemigo acertó al primer viaje. En su segundo, que brilló a alturas insospechadas, falló con el rejón de muerte y dejó ir un triunfo clamoroso.
El toreo a caballo de Pablo se había pintado de colores con Chenel, Pirata, Napoleón, y en especial con Disparate y Habanero, con la tarde apagada de la Plaza México. Majestad reposada del torero navarro. Circulares con las que recibía a los toros y los metía en la grupa del caballo y nunca terminaba. Manso arroyo de los cordeles que no alcanzaban los toros. Serenidad arriba de la silla de montar y en el vuelo del lancear con los caballos, llevándose en las espuelas las caricias de los pitones, signo de su torear. Qué manera de aliviar el peligro, milagrería pura merced al giro quebrado del serpentear, girar y girar inacabable por los adentros.
En el ruedo, Pablo dejó el revuelo de la lentitud de los giros con que dobló a los toros hasta rematarlos revolucionando el concepto de rejoneo. Qué manera de quebrar a los bureles, muy reunido en los enlaces de encajería. Estilo clásico del parar, templar y mandar. Espirales infinitas alzaron al vuelo en las faenas hasta doblar a los astados.
Los toros de Lebrija para los toreros de a pie continuaron la característica de la mayoría de los ejemplares lidiados en la temporada: un puyazo, descastados, débiles, sin transmisión. Se salvó un toro de Javier Garfias, que apareció en la plaza al ser devuelto uno de los bureles de lidia ordinaria. Tenía más clase, sin bien le faltó un punto más de fuerza. Los toreros se estrellaron con este ganado: la frialdad de Spínola, el bullicio de Macías y la elegancia de Fermín Rivera, que no acaba de dar la nota.