l libro del investigador francés fue presentado en el Museo de Arte Moderno hace varias semanas. No he visto, aunque quizá las hay, reseñas sobre la publicación (Flammarion, 2013), que considero excelente por la calidad de la caja, la buena impresión de las fotografías, algunas de las cuales son de archivo, la distribución de los capítulos, la sencillez aunque no austeridad en el diseño. En fin, es un libro bien urdido y desde aquí felicito al autor y a sus editores.
Puede ser que el enunciado capitular de los contenidos de Les Peintres mexicains 1910-1960: la Revolución, las calaveras, el muralismo, el estridentismo (que es uno de los mejores capítulos), los Contemporáneos, el Taller de Gráfica Popular, Frida Kahlo, Orozco, Rivera, Siqueiros, Tamayo y los inicios de la Ruptura
no entusiasmen sobremanera el ánimo de los lectores mexicanos, porque contamos no con cientos, pero sí con un número elevado de libros sobre estos temas, la valía que le encuentro a éste está en su carácter conciso, en su fidelidad a las fuentes y, sobre todo, en el arsenal de ilustraciones que proporciona.
Un porciento considerable de las mismas son las consabidas; no podían faltar los murales de la Preparatoria, aunque aquí con énfasis en los no muy difundidos como lo son pormenores de los de Charlot y Leal, los iconos sacros de Siqueiros más las apropiaciones del método Best Maugard por parte de varios artistas, entre las que destaca una pintura hasta ahora quizá inédita de Abraham Ángel, de quien conocemos muchas otras; ésta se encuentra en una colección texana que proporcionó otras imágenes también poco o nada reproducidas en los libros a los que tiene acceso el común de los lectores interesados en estos temas. Resulta así que quizá ni los coleccionistas avezados en Pedro Coronel están familiarizados con La mujer en el balcón, 1949, una pieza ya apartada del figurativismo propio de la Escuela Mexicana (a menos que la fecha anotada esté equivocada) que de acuerdo con la ilustración es una pintura que podría anexarse en cierto grado a las modalidades que fueron propias del oaxaqueño Francisco Gutiérrez.
Otras ilustraciones gratas corresponden al acervo de Javier Cueto en Cuernavaca, como el retrato de su padre Germán por Kati Horna trabajando una escultura en cable de fierro o la extraordinaria máscara en cuero y latón sin fecha, de la colección Isabel Galán, una pieza que Picasso hubiera envidiado para su propia colección.
Fauchereau tiene muy buen ojo, pero además es un coleccionista de imágenes y de documentos que raya en la manía y eso es lo que le ha permitido entre muchos otros aciertos, dotar a este libro de un acervo iconográfico fuera de lo ordinario, como la autocaricatura estridentista de Alva de la Canal que es una madera, o como portadas que sólo son visibles en bibliotecas especializadas tales como el Ex voto López Velarde de José Juan Tablada que nos ilumina acerca de su conocimiento del poeta Apollinaire sin que haya imitado propiamente hablando sus caligramas o bien como la ilustración de Diego Rivera, para el frontispicio y la contraportada: una cabeza poco favorecedora pero muy realista, de un hombre que aparece en They that Reap de Gregorio López y Fuentes. ¿Quién era este sujeto?, un escritor que obtuvo el primero de los premios de literatura que se otorgaron en nuestro país por su novela titulada El indio que como aquí vemos fue traducida al inglés no como The Indian, ¿debido tal vez a que eso hubiera resultado ofensivo? Literalmente el título en inglés significaría los que cosechan
. El frontispicio de Diego es típico de la época, pero el rostro supuestamente indígena de la contraportada no depara empatía alguna como sucede con otras fisonomías del amplísimo arsenal de Diego ilustrador. De modo que el libro de Fauchereau aparte del texto, a veces rico en minucias no del todo conocidas ni siquiera por todos los cinéfilos, como lo que menciona acerca de la razón por la cual Roberto Montenegro fue atraído hacia la cinematografía a través del fotógrafo Agustín Jiménez a quien sí que conocemos y celebramos como fotógrafo y camarógrafo. La ilustración del álbum Veinte diseños de Montenegro se representa con una horrorosa por mal urdida efigie de Xipe que aparece en página completa y eso no es un error pues así nos percatamos de que la producción mexicana con contenidos seudosurrealistas tuvo atroces desniveles algunos ejemplificados por el propio Montenegro.
Lo que tal vez actualmente interesa en mayor grado a un contingente amplio de lectores es el capítulo que Fauchereau dedica a los inicios de la Ruptura, utilizando esa denominación. Muy acertadamente empieza con Mathias Goeritz y lo interesante es que toma la figura del creador del manifiesto de la arquitectura emocional, desde sus actividades en la llamada Escuela de Altamira.para culminar en la erección del Museo Eco.