opló el Ciclón de Jerez de la Frontera y se encontró al Ciclón de Tlaxcala que le tocó en suerte. Un toro de La Soledad que recargó en el caballo y embestía con una claridad meridiana, bravura seca y fue claro y fijo.

Al encuentro de los ciclones en el centro del redondel de la Plaza México, el Ciclón tlaxcalteca arrolló al Ciclón de Jerez al que lanzaba ráfagas huracanadas de cornadas, obligándolo a realizarse el quite él mismo. Se levantó maltrecho y sangrante y volvió a repetir el encuentro para ejecutar una tanda de redondos por abajo a la velocidad de la luz, que levantaron a los aficionados de sus asientos.

El coso trepidaba y el torero jerezano enciclonado de buena veta le daba dos que tres al toro muy salado y de cada pase salía más deshilachado: el cabello como enramado le remarcaba la sonrisa picaresca y las huellas de su paso por los redondeles que se desbordaba en el parche de la cara.

El toreo buscador de la muerte, sin belleza, sólo la emoción por la emoción. Al fin vivir es morir y el diestro está enterado de lo elemental que enseñan los gitanos: que los gatos los trae uno en la talega y si es torero en la taleguilla y si no, ni se es torero, ni se es nada.

Gatos que son necesarios para darle cachondeo a la vida, cual fenómeno de la naturaleza. La auténtica sensualidad que acerca a la muerte. Gatos que arañaban la taleguilla del torero que alucinaba a Cañitas el cantaor que lo acompañaba a la guitarra y le preparaba melodías a su torear enloquecedor.

Frenó el Ciclón de Tlaxcala el aire de La Soledad con una estocada en todo lo alto, antes de un pinchazo, y al caer el toro el torero estaba pálido, salido de sus goznes después de escapar de la jaula que lo aprisionó en la lucha de los ciclones.

Triunfal vuelta al ruedo con los cabales protestando por su quehacer torero. En una corrida que duró cuatro horas y permitió la elaboración del drama de un hombre que establece una pelea con los toros bravos, que no es lo mismo que torear.