i no me falla la memoria, la última vez que una película hollywoodense abordó el sida como tema central fue en la bienintencionada, pero melindrosa Filadelfia (Jonathan Demme, 1993), o sea, hace más de 20 años. El tono es muy distinto en El club de los desahuciados (así le pusieron aquí a Dallas Buyers Club).
Dirigida por el quebequense Jean-Marc Vallée, la película se basa libremente en una historia real para centrarse en un personaje que, al principio, es todo menos ejemplar. A mediados de los 80, Ron Woodroof (Matthew McConaughey) es un vaquero redneck, buscón de tiempo completo, que lleva una vida sobre el filo de la navaja: monta toros en el rodeo, bebe alcohol y consume cocaína con el mismo abandono con que practica el sexo inseguro. Es, además, un rabioso homofóbico. Una herida del trabajo lo lleva a un hospital donde los doctores Sevard (Denis O’Hare) y Saks (Jennifer Garner) le revelan que está contagiado de sida y le quedan unos 30 días de vida.
Woodroof se instala en una sola de las reacciones de duelo, la rabia, y se niega a aceptar el diagnóstico, alegando su heterosexualidad. El hombre se las arregla para que un afanador le proporcione dosis adicionales de AZT, la única medicina aprobada por la Administración de Alimentos y Medicamentos (FDA, por sus siglas en inglés) para el tratamiento de la enfermedad. Pero la droga sólo parece empeorar su estado. Tras documentarse sobre su enfermedad, Woodroof cruza la frontera y, en una clínica ilegal, un doctor gringo sin licencia (Griffin Dunne) le sugiere un remedio alternativo, una mezcla de vitaminas, proteínas y otras drogas no aceptadas por la FDA. Ante la mejoría de su salud, el vaquero decide importar grandes cantidades de esos medicamentos para vendérselos a un creciente número de clientes. Entre ellos, se encuentra Rayon (Jared Leto, irreconocible), frágil transexual, objeto en principio de la burla de Woodroof, pero convertido después en su único socio en el improvisado negocio instalado en un motelucho; la salida legal no es vender las drogas, sino una membresía al club epónimo, donde los medicamentos son gratuitos.
El guión de Craig Borten y Melisa Wallack adopta la perspectiva de su protagonista, a través del cual se describe el clima de miedo e incertidumbre que hace 30 años cundía con relación al sida, así como la indiferencia oficial –el gobierno de Reagan hizo lo posible por ignorar el mal– encarnada en una sarta de burócratas que intentan detener la operación de Woodroof, quien también ha sufrido el desprecio homofóbico de quienes antes eran sus amigos. No obstante, es un personaje de difícil redención, su negocio ha servido para prolongar la vida de numerosos pacientes.
La narrativa de Vallée es ágil y dinámica, pero es la interpretación de un raquítico McConaughey la que le confiere gran parte de su fuerza. El no muy simpático actor parecía perdido hace unos años en un pantano de comedias románticas insulsas hasta que, hace poco, decidió aceptar una serie de proyectos independientes –Killer Joe (William Friedkin, 2011), El niño y el fugitivo (Jeff Nichols, 2012), Magic Mike (Steven Soderbergh, 2012)– que han revelado un filo y una disposición al riesgo que han transformado su imagen. En El club de los desahuciados su furiosa energía incluso hace que los demás personajes luzcan desdibujados (la doctora compasiva de Garner, por ejemplo, no trasciende el cliché). Rayon es la excepción, porque la delicada interpretación de Leto hace un válido contrapunto al desbordado machismo de Woodroof. Y es allí, sin sentimentalismo alguno, donde la película encuentra su eje emotivo.
El club de los desahuciados
(Dallas Buyers Club)
D: Jean-Marc Vallée/ G: Craig Borton, Melisa Wallack/ F. en C:Yves Bélanger/ M: Canciones varias/ Ed: Martin Pensa, John Mac McPurphy (seudónimo de Jean-Marc Vallée)/ Con: Matthew McConaughey, Jennifer Garner, Jared Leto, Denis O’Hare, Steve Zahn/ P: Truth Entertainment, Voltage Pictures. EU, 2013.
Twitter: @walyder