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Intelectuales dejaron solo al futbol: Valdano

“En el nivel más alto –del balompié–, jugadores tontos prácticamente no hay”

 
Periódico La Jornada
Sábado 15 de febrero de 2014, p. a36

A la misma hora que la selección argentina de futbol debutó en el Mundial de 1978, el escritor bonaerense Jorge Luis Borges dictaba una conferencia sobre la inmortalidad. El hecho que pudo ser una coincidencia insignificante cobraba sentido, pues en esa misma ciudad la gente, en medio de una de las más feroces dictaduras, celebraba la misa enloquecida del balompié. Probablemente era una de las ocurrencias con las que el escritor mostraba desdén por las expresiones que consideraba vulgares.

Para Borges, el futbol era estéticamente feo y lo comparaba, con malicia, con las peleas de gallos, a las que consideraba más lindas, pues ocurrían ahí nomás, al lado de uno, son ideales para los miopes.

Ese distanciamiento entre el futbol y el mundo de la cultura fue durante mucho tiempo irreductible. El mundo del pensamiento redujo el juego a una condición de anestesia social. El futbol, para muchos, era y sigue siendo el opio del pueblo. No para Jorge Valdano, el ex jugador que al colgar los botines tomó la pluma y el micrófono para pensarlo de otro modo.

Si el futbol estuvo alejado del pensamiento es porque los intelectuales nos dejaron solos, dice quien fue campeón con Argentina en el Mundial de 1986. La responsabilidad es de ellos, no de nosotros.

Valdano es célebre por convertir el futbol en un territorio permanente de reflexión, porque está convencido de que un deporte que convoca multitudes, que despierta pasiones tan intensas y ritualiza relaciones, merece ser pensado de otro modo.

Ahora empieza a dar la sensación de que los intelectuales le perdieron el miedo al futbol, a reflexionar sobre el tema, al menos para intentar entender por qué mueve tanta gente y por qué mueve tantas emociones, dice.

Valdano no reproduce el estereotipo del hombre de futbol proclive a los excesos verbales y a las exclamaciones. Cuando habla elige con cuidado cada expresión, como si el discurso desembocara en una hoja de papel y no en el aire. Mientras se acomoda en el sillón de un elegante hotel de Reforma, exhibe cierta aristocracia o clasicismo, como si con ello también expresara su idea del futbol perfecto. Por esa razón, algunos han cometido exageraciones –así lo considera– tan comunes en la prensa deportiva, y lo han llamado el filósofo o catedrático del futbol. Incluso lo han calificado de poeta, pero aclara que a manera de insulto. Le convenía a mi madre que me insultaran de ese modo, bromea para dejar en claro que no se toma en serio los sobrenombres que le han colgado.

La extrañeza que provoca su discurso en el futbol proviene de una suerte de desprestigio que el deporte ha tenido entre las elites intelectuales, considera Valdano. Ese mohín de desprecio que la gente de las letras ha mostrado en público al oler una pelota lo atribuye a un prejuicio añejo contra las expresiones populares.

La desconfianza de los intelectuales al futbol ha sido también una desconfianza hacia la masa, piensa Valdano. Y en el futbol la masa es muy sectaria, porque existe una polarización de los sentimientos: para disfrutar este juego es necesario que uno ame a un equipo y hacer posible el odio a otro. Eso espanta a los intelectuales, porque en esa división maniquea se acaban los matices y desaparece el pensamiento.

Pensar y construir opiniones fue entonces el otro modo en el que Valdano gambeteó con la pelota. Desde sus años como jugador de la selección argentina se distinguió por ser un hombre que exponía sus ideas. Y ese es su estilo personal. Porque gente del mundo de las letras que llega al futbol ha habido varias, desde Manuel Vázquez Montalbán, Roberto Fontanarrosa o Juan Villoro. Lo que no había ocurrido es que alguien cruzara el puente desde el mundo del futbol hacia el mundo de las letras, señala. Hay más jugadores que hacen los mismo que yo, pero a mí me tocó el papel de representar al futbolista intelectual, dice y se carcajea para que no se le tome demasiado en serio.

Cuenta que cuando viajó de Argentina rumbo a la Copa del Mundo de España, en 1982 –en los estertores de la guerra de las Malvinas emprendida por la dictadura–, apenas subió al avión el equipo, recibió un manual en el que se les instruía cómo responder en las entrevistas. Valdano le preguntó al entonces técnico nacional, César Luis Menotti, qué debía hacer con el documento. El Flaco le respondió tajante: Haz lo que mande tu conciencia. Lo puedes respetar o no. Y Valdano decidió opinar según sus propias ideas. Tanto que cuando llegó al Real Madrid como jugador, en 1984, se asumió como antimilitarista y socialista, una declaración que provocó polémica en aquel entonces.

Siempre he dicho más o menos lo que me ha dado la gana decir, afirma. “Pero, bueno –hace una pausa para que no se confunda con un paladín de la verdad–, también hay que tener en cuenta que yo vivía lejos del foco del conflicto y así es más fácil ser valiente”.

Pero su militancia por las palabras no es una impostura que quisiera ver en los jugadores. Tampoco es que quiera ver en cada futbolista a un bardo con pelota. De hecho, no comparte la idea de aquellos que critican a los jugadores por ser una caja de resonancia de frases hechas y lugares comunes. Para Valdano, el papel del jugador está en la cancha y con la pelota pegada a los pies.

El futbolista en la actualidad se siente sobrevigilado, y su manera de refugiarse es en los lugares comunes o en el silencio, dice para excusar a esos muchachos que repiten de memoria cantaletas acerca de que no hay rival pequeño y de que lo importante es el equipo y no un solo hombre.

Muchas veces se les critica a los jugadores por contestar siempre lo mismo, pero suele suceder que quienes atacan son precisamente los que preguntan siempre lo mismo, entonces no tienen mucho derecho de queja, responde Valdano.

Para él, los futbolistas no son tontos, como pregona la opinión popular. De hecho, asegura que los jugadores importantes suelen poseer un genio que a veces ataja en la picardía y la lucidez. En el nivel más alto, futbolistas tontos prácticamente no hay, dice convencido.

El referente más acabado de esa picardía e inteligencia espontánea es la de su ex compañero de selección Diego Armando Maradona, con quien compartió el privilegio de levantar la Copa del Mundo en México 1986. El Pelusa, cuenta Valdano, podía salir con una ocurrencia que resumía un hecho muy discutible, como el primer gol que le hizo a Inglaterra, y que remató con la mano. Maradona acuñó entonces la inolvidable salida de que aquel gol había sido obra de la mano de Dios.

Cuentan que cuando Maradona anotó el segundo gol inolvidable contra Inglaterra, en el que desde la media cancha esquivó a seis jugadores para vencer al arquero Peter Shilton, se acordó de su hermano, quien le había aconsejado que cuando enfrentara al portero lo driblara. Así lo hizo y consiguió el gol de la historia.

Valdano agrega: Así funciona de asombroso el cerebro de un genio en acción, es un recuerdo veloz en donde el pensamiento, la decisión y la ejecución operan en un mismo acto. Por eso son genios, ¿no?, remata con una carcajada.

Después de aquel partido contra Inglaterra, cuando el equipo estaba en las duchas, Maradona le confesó a Valdano, quien acompañaba en el ataque del Pelusa: Buscaba el momento de darte la pelota a vos en el segundo palo y siempre se me cruzaba un inglés que me hacía cambiar de idea, recuerda.

Es interesante saber la cantidad de ideas frustradas que puede tener un genio durante los 10 segundos que dura la jugada y cómo va resolviendo los problemas hasta que se encuentra ante el portero, comenta Valdano, y luego agradece que nunca le haya enviado ese balón, porque tal vez se habría frustrado el gol del siglo.

Qué bueno que no me la pasó, si no qué le iba yo a decir a la humanidad, o mucho más jodido que eso: ¡qué le iba a decir a mis hijos!, rompe otra vez en risas.

Luego Valdano recupera la seriedad. Habla con mucho esmero, como si cada palabra fuera una pelota a punto de convertirse en el gol del siglo.