urante estos últimos años, antes de salir al frío de la madrugada, una mujer pequeña y risueña guardó cada tercer día su traje de baño en una bolsa y caminó desde Riverside Drive, frente al río Hudson, a la alberca pública en la calle 112 del East Side, de Nueva York, cerca de la Universidad de Columbia.
Hoy todavía, a los 89 años entrados a los 90, que cumple el próximo 30 de marzo, Jean Franco acude a pie a la Universidad de Columbia. Considerada una senior citizen a nadie se le ocurriría ayudarla a subir al autobús, porque allí está ella para reírse en la cara de todos. La pregunta sería: Jean, ¿qué diablos comes? Jean, ¿cómo le has hecho?
Jean, compártenos la fórmula
. Jean, si nadas contra la corriente como los salmones de Canadá, ¿puedes enseñarnos a remontar el río?
Desde luego que ser anti-solemne es también una garantía de juventud.
En 1973, jóvenes ensayistas e historiadores de la talla de Carlos Monsiváis regresaron entusiasmados de un seminario en la Universidad de Stanford sobre la cultura mexicana, porque escucharon a una inglesa fantástica. La felicitaron de nuevo en otros seminarios en La Jolla, en San Francisco, en Los Ángeles, en Nueva York y en Tijuana, y finalmente en Guadalajara, gracias al departamento de Bellas Artes de Jalisco.
Jean Franco habló del México posrevolucionario, pero sobre todo confirmó que los jóvenes pensadores mexicanos iban por buen camino al estudiar la cultura popular mexicana. A ella le fascinaban las historietas, Blue Demon y El Santo, los reyes de la lucha libre que se estrangulan en un cuadrilátero. Lágrimas y risas, que dicta nuestra educación sentimental. Alguna vez Jean afirmó que iría a bailar a un hoyo funky al lado de la raza, con un chavo bien helado, como José Joaquín Blanco, y con el ya no tan chavo Carlos Monsiváis, ambos adictos a las funciones de medianoche, aunque la verdad sea dicha, Monsi siempre bailó como si fuera momia de Guanajuato.
México se dio a conocer al mundo a través de magnas exposiciones como las que organizó el gran museógrafo Fernando Gamboa en los 60, o la de Treinta siglos de esplendor, en el Metropolitan, en los 90, que presidió Octavio Paz (quien se enteró en Nueva York que había obtenido el Nobel) o la mil veces exitosa muestra de Frida Kahlo en 2013 en el Museo de L’Orangerie, en París, que rompió todos los récords de asistencia. Pero México también se ha dado a conocer mediante el trabajo menos espectacular, pero más amoroso y constante, de críticos de historia, arte y literatura de la talla de Jean Franco. Que nuestro país cuente con el reconocimiento de una catedrática como ella no es cualquier cosa. Toda la crueldad de la cultura moderna de América Latina ha pasado por la pluma de Jean Franco que supo abarcar no sólo las tendencias literarias, sino la brutalidad que se ejerce contra las mujeres, la demencia de las fuerzas políticas y de las milicias contra nuestros movimientos sociales, la injusticia y la violencia gratuitas, los impulsos primarios y arcaicos del machismo en nuestros países. Los análisis de Jean la han convertido en un puntal en la historia de nuestro continente.
Después de Octavio Paz, José Revueltas y Juan Rulfo, Jean Franco se concentró en los jóvenes ensayistas que crecieron a la sombra del Castillo de Chapultepec, y demostró que la crónica basta para retratar a México y no hace falta la novela. Decidió que José Emilio Pacheco y Antonio Saborit nos dan al México esencial, mejor de lo que lo haría cualquier novelista, y que analizar sus crónicas era más útil y más estimulante que disertar sobre la novela.
Carlos Fuentes repitió en varias ocasiones que en México la realidad es muy superior a la ficción, porque los acontecimientos que nos escandalizan superan cualquier tragedia shakespeariana, como lo fue el asesinato en Tijuana de Colosio, el 23 de marzo de 1994, que nunca ha sido aclarado y pesa como una lápida de infamia sobre nuestra historia.
Si Jean Franco se ocupó de los jóvenes, también lo hizo de las mujeres. Las escritoras –feministas o no– tenemos mucho que agradecer a Jean, quien después de su doctorado en Londres salió de la Guatemala de Arbenz y se preocupó por los problemas sociales que condujeron a Luis Cardoza y Aragón y a Augusto Monterroso al exilio en México. A las escritoras Jean las llamó Las conspiradoras
, Plotting women, y no se limitó a Sor Juana, sino que corrió el riesgo de rescatar a las escritoras actuales y a las vanguardistas como Damiela Eltit.
Desde que las feministas de América Latina la convirtieron en su guía, Jean no se ha apartado de los problemas sociales. Jamás ha pasado por alto la esclavitud de la maquila
en la frontera norte que provocó a las más de 400 muertas en Ciudad Juárez, el asesinato de Digna Ochoa, el discurso de la Comandante zapatista Esther, el de Paulina, la niña de 13 años a quien se le negó un aborto en Mexicali, el heroico combate de Lydia Cacho contra la pederastia. Me emociona que Jean Franco reconozca que el subcomandante Marcos no ha dejado nunca de celebrar la participación de las mujeres en el levantamiento armado
.
Jean Franco escoge las causas de los más pequeños, los olvidados, como lo demuestran sus Ensayos impertinentes, publicado por Debate Feminista y la editorial Océano.
Estos ensayos van desde las finezas de Sor Juana hasta la Malinche –que según Octavio Paz es nuestra mamacita–, la santificación de Frida Kahlo a la violación y el arduo camino del feminismo, que debido al peso de la Iglesia y de una sociedad retrógrada y medievalista aún no logra conseguir que las mujeres manden sobre su cuerpo. Las feministas nos sentimos hoy orgullosas de que Marta Lamas nos haya reclutado para festejar a Jean Franco, la notable ensayista, sentada frente a ustedes, en el presidium, cuya actitud en esta vida es de gracia y de ironía, porque a todo sabe encontrarle su veta humorística. Por favor no la pierdan de vista, porque dentro de un momento sacará su traje de baño de una bolsa, se lo pondrá para ir a atravesar a nado la piscina pública de la calle 212 en Nueva York, mientras nosotros nos ahogamos en las aguas negras de la indecisión de nuestro país que aún no logra salir del pantano.