omo segunda escenificación de la propuesta del Teatro El Milagro respecto a lo que se hace en los estados, se presentó el Grupo Tehuantepec encabezado por Marco Pétriz con Otro día de fiesta, la versión de Luis Enrique Gutiérrez Ortiz Monasterio, más conocido entre la gente de teatro como LEGOM a la obra del propio Pétriz Fin de fiesta. De muy largo recorrido para su acceso, lo que no obsta para que muchos interesados de varias partes acudan a su sede, el grupo casi no sale de su lugar, en donde tiene ya un público y una casa-teatro para sus ensayos y montajes, que han ido variando. En un principio el director elaboraba sus textos basado en las leyendas istmeñas, pero su interés actual –sin desconocer el ambiente local– se enfoca a la circunstancia de la mujer, o por lo menos de una gran cantidad de féminas, en esa provincia remota y en muchos otros puntos del país, ya sea como víctimas de un machismo exacerbado (Oscura ventana) o como caída en el alcoholismo, lo que se patentiza en esta obra.
No es la primera vez que Marco Pétriz trabaja como director un texto que no es totalmente suyo. Ya lo había hecho con El curandero de Dios con un guión de Antonio Zúñiga, del que espero ocuparme pronto, aunque Otro día de fiesta es un fenómeno muy especial, porque es la visión del director tehuano a una obra ajena basada en una obra suya, lo que es menos complicado de lo que parece. No conozco el original, pero entiendo que LEGOM eliminó a las hijas de Concha (Yuri, Tatiana y Lili) que en esta versión cobran gran importancia en las palabras de Amanda, aunque no se las ve ya que supuestamente huyeron de la madre alcoholizada para refugiarse en el puesto de mercado que tiene la abuela. La reducción que hizo el dramaturgo jalisciense (que en realidad ya es universal y si esto parece exageración piénsese en nacional) no pierde la esencia del asunto, según mi entender.
El encuentro-desencuentro de una mujer alcohólica y un muxhe, como se llama en el istmo a un homosexual que incluso se viste de mujer y se maquilla como si lo fuera, subvierte la idea que pueden tener las buenas conciencias acerca de los roles de género. Concha, la mujer, por su vicio acaba con su poco dinero por comprar bebida, mientras que Amanda el muxhe se preocupa por las niñas de la otra y le presta dinero con la esperanza de que les compre comida. La rutina, que se adivina muy frecuente, de ambas consiste en los ruegos de la una convertidos en algún momento como exigencias, la debilidad de la otra hasta que se harta y se aleja, seguida por la borracha pedigüeña, se mete a su casa y le da con la puerta en la nariz.
La muy parca escenografía del también iluminador Jorge Lemus consiste en una larga banca bajo la cual hay un cajón de bebidas y una cubeta a un lado y en donde Amanda se arregla y maquilla hasta que llega Concha cayéndose de borracha. La puerta de la casa del muxhe no existe y es sugerida por la actriz golpeando sus propias manos, cosa que es entendida y aceptada por los espectadores que disfrutan la gracia escénica de la actriz y el actor y las situaciones y parlamentos que propone la dramaturgia. El vestuario y la utilería son diseños del muy conocido Sergio Ruiz.
A Gabriela Martínez, quien encarna a Concha le conocemos actuaciones muy diversas dentro del grupo del que es puntal, aunque no le conocíamos su don para la comedia, a pesar de que simular la embriaguez no sea muy difícil para una buena actriz, pero quizás sostenerla por largo tiempo resulte bastante pesado. El zacatecano Antonio Lópeztorres (escribe sus apellidos ligados como si fueran uno solo), quien interpreta a Amanda y es responsable del entrenamiento físico, no desmerece al lado de la excelente Gabriela. Se le agradece que su muxhe, a pesar de que lo vimos maquillarse, sea un homosexual tranquilo y muy digno; ignoro si esto es también responsabilidad del director y si en Tehuantepec tienen la amplia aceptación que no siempre encuentran en otros lugares.