e acuerdo de viejísimas radionovelas: Anita de Montemar y El derecho de nacer.
Me acuerdo que son conocidas como soap operas porque las patrocinaba la Palmolive Oil Company.
Me acuerdo de los Jardines de California, jabones color de rosa (cursi e intenso), hechos en México.
Me acuerdo de cuando estudiaba en París, en una de esas crisis de petróleo que de pronto amenazan al mundo civilizado, la crisis del Canal de Suez, quizá en 1956, tiritábamos permanentemente de frío en ese periodo en que se dejó de importar el gas mazout, necesario para hacer funcionar los radiadores.
Me acuerdo también de un día en París, frente a un quiosco, leía yo los periódicos donde se daba la noticia de la invasión soviética a Hungría. Una dama produjo un aterrador y único comentario: ¡Zut, plus de beurre!
Me acuerdo que últimamente en México hace más frío que en Nueva York, sobre todo en las casas.
Me acuerdo que cuando tenía 15 años leí sucesivamente Palmeras salvajes, de Faulkner, Crimen y castigo, de Dostoiewski, y Madame Bovary, de Flaubert.
Me acuerdo que no he podido volver a leer algunos de esos libros: no soporto su final infeliz.
Me acuerdo que me es imposible volver a leer cómo se suicida Emma Bovary.
Me acuerdo sin embargo que a Emma no le gustaba dormir con su esposo Charles porque tenía los pies helados.
Me acuerdo que el primer amante de Emma se estremecía de amor con sólo mirar sus botines.
Me acuerdo de Palmeras salvajes y Santuario de Faulkner, los leí cuando tenía 15 años, me impresionaron tanto que nunca más he podido volverlos a leer.
Me acuerdo que cuando era niña vivíamos en un callejoncito en el pueblo de Tacuba, no teníamos agua, se la comprábamos a un aguador, pasaba todos los días cargándola en dos cubetas como hasta hace poco se hacía en China.
Me acuerdo que como no teníamos agua íbamos todos los sábados a los baños públicos, como algunos de los personajes de Simenon.
Me acuerdo que en Atlixco a los baños públicos se les llamaba placeres.
Me acuerdo cuando visité Auschwitz. Birkenau (Brzenzinka), lugar estratégico, con sus alambradas y vías del tren adonde llegaban los vagones cargados de deportados.
Me acuerdo que los deportados eran seleccionados de inmediato, algunos para el trabajo, el resto –la inmensa mayoría– a las cámaras de gas, luego incinerados en los cuatro crematorios a medias derruidos por los alemanes en su precipitada huída del campo cuando fue liberado.
Me acuerdo en Birkenau del paredón de ejecuciones y de varios barracones con tres pisos de literas y colchones de paja.
Me acuerdo que cuando fui a Cracovia vi el Orfeo de Gluck, tomé un autobús para Auschwitz y me compré un collar de ámbar congelado que luego me robaron en el aeropuerto de Madrid.
Me acuerdo que en 1940 asesinaron a Trotski.
Me acuerdo que se habla de darle el Nobel de la Paz a Edward Snowden.
Me acuerdo que Putin decretó una amnistía y liberaron a las Pussy Riots.
Me acuerdo que las Pussy Riots me gustaban, pero a ellas les gusta Jodorkovski y a mí no.
Me acuerdo que en épocas de Stalin murieron de hambre cerca de 10 millones de ucranianos.
Me acuerdo que el socialismo fue irreal.
Me acuerdo del magnífico libro de Vasili Grossman sobre la llamada Guerra Patria.
Me acuerdo también que una vez vivimos en Popotla, frente al Árbol de la Noche Triste, donde Cortés lloró su derrota.
Me acuerdo de que ya no existe el Árbol de la Noche Triste, le cayó un rayo y se calcinó.
Me acuerdo que hace mucho tiempo hicieron obras en el atrio del convento de Popotla, encontraron objetos prehispánicos y dos cráneos, el de una jovencita y el de un hombre ya entrado en años.
Me acuerdo que mi padre estudiaba entonces en la escuela de Antropología, recogió los vestigios y los colocó a ambos lados de la escalera de mi casa.
Me acuerdo del miedo que me daba subir por esas escaleras rematadas por dos calaveras.
Me acuerdo que por causalidad hace poco pasé por Popotla, todo ha cambiado, nada tiene que ver con mis recuerdos de infancia.
Twitter: @margo_glantz