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El Museo Thyssen-Bornemisza monta la primera retrospectiva del pintor francés en más de 30 años en España

Abren exposición de Cézanne en Madrid

Había una quietud en sus paisajes, señala Guillermo Solana, director artístico del recinto

Foto
Bañistas, ca. 1880, óleo sobre lienzo de Paul Cézanne perteneciente al Instituto de las Artes de Detroit/ legado de Robert H. TannahillFoto cortesía del Museo Thyssen-Bornemisza
Corresponsal
Periódico La Jornada
Martes 4 de febrero de 2014, p. 7

Madrid, 3 de febrero.

El arte debe hacer eterna a la naturaleza en nuestra imaginación, fue una de las máximas en la vida de Paul Cézanne (1839-1906), el artista misántropo que fundó con su genialidad la pintura moderna y revolucionó los cimientos de la tradición de su época.

El Museo Thyssen-Bornemisza de Madrid inauguró una retrospectiva del pintor francés, que durante su vida no expuso casi nunca, la crítica y el mundillo del arte le endosó los epítetos de torpe y excéntrico y que, pese a todo, él evolucionó junto a su pintura hasta convertirse en silencio y casi en el anonimato en un pintor de pintores, quizá el que más influencia tuvo en la pintura de la primera mitad del siglo XX.

Es su primera retrospectiva en más de 30 años en España, con lo cual se busca abrir nuevas vías de investigación e interpretación del pintor. Para ello el museo madrileño reúne 49 óleos y nueve acuarelas en la exposición Cézanne site/non-site, que acompañó con nueve obras más de artistas que ayudan a entender mejor la influencia que tuvo en su época: Pisarro, Gauguin, Bernard, Derain, Braque, Dufy y Lhote.

La tesis de un Cézanne que pintaba de igual manera un retrato, un paisaje o una naturaleza muerta surgió en el círculo de sus jóvenes admiradores, entre ellos Maurice Denis, quien citaba las palabras de su amigo Sérusier: Una cosa que hay que señalar en Cézanne es la ausencia de tema. En su primera manera, el tema era uno cualquiera, a veces pueril. Tras su evolución el tema desaparece, no queda más que un motivo. Más tarde, la indiferencia hacia el tema se convirtió en una consigna para justificar la evolución de la pintura hacia la abstracción.

Una tesis que comparten la mayoría de los críticos y estudiosos de Cézanne, que ven en su obra una aportación incomparable a la forma de entender la pintura y su manera de transgredir todos los moldes tradicionales de su época, hasta el punto de vivir la mayor parte de su vida -pero sobre todo la etapa final- completamente aislado, absorto en sus paseos por la Provenza francesa. O su obsesión por la montaña de Sainte-Victoire –que pintó en varias de sus obras– y en los senderos enigmáticos, solitarios, silenciosos y curvados que, quizá, eran una metáfora de la existencia. De su propia existencia.

Cézanne fue visto como un maestro por artistas tan relevantes y transgresores como Gauguin, Pablo Picasso, Henry Moore y Henri Matisse, a quien se le atribuye la sentencia que marcó a toda una generación de artistas en la primera mitad del siglo XX: Cézanne es el padre de todos nosotros.

Guillermo Solana, director artístico del Museo Thyssen-Bornemisza y comisario de la exposición, así como uno de los máximos expertos en el artista francés apuntó: “Cézanne era diferente. En sus paisajes no había el colorido, la alegría, las personas que había en Monet o en Renoir. Había una quietud en sus paisajes y una ausencia casi total (salvo excepciones) de personas.

“Yo resumiría la exposición diciendo que Cézanne pinta sus naturalezas muertas como paisajes y sus paisajes como naturalezas muertas. Algo que explica esa inquietud que generan sus paisajes, una suerte de sentimiento extraño, silencioso, parecido a su creador, que fue volviéndose tan introvertido, solitario, cerrado y silencioso como su obra a medida que pasaban los años. Tan peculiar como para dejar sin acabar muchos de sus cuadros, como el que abre la exposición, Retrato de un campesino, en el que la cara no está dibujada”.

Destacan además cuatro obras, para que los expertos entren en la categoría de obras maestras: Nieve fundiéndose en Fontainebleau, 1879-1880, lienzo que el artista pintó fijándose en una fotografía en blanco y negro, que no está pintado del natural y que la pincelada es contracturada y los colores son imaginados por él, ya que parte de una imagen que no los tenía.

Ladera en Provenza (1890-1892), óleo que está en la National Gallery de Londres; El estanque, pinos y mar (1883-1885), en el que los árboles, de forma casi antropomórfica (se retuercen con una abultada panza en primer término), dominan la composición. El pueblo está al fondo, se deja ver por el margen izquierdo. Y el mar conforma el tercer elemento de la composición. Cézanne quiere huir de la civilización y se refugia en el interior del bosque, explicó Solana. Y Gardanne (1885-1886), óleo que se podría enmarcar en la tradición vedutista italiana.

La exposición terminará el 18 de mayo.