De felicidad y caridad
l árbol de este 24 de diciembre, parado dentro del agua en la tina metálica disimulada con el musgo del Nacimiento
, lució por la cuadragésima octava vez las esferas soviéticas que mis padres compraron en la URSS en 1965. Hechas para durar, con brillantes colores y formas de elotes, fresas y otros frutos o figuras, estallan en mil vidrios si les cargas un pie encima pero resisten caídas, empaques y desempaques. Así se fabricaban los bienes de uso cuando no era el Mercado
el patrón de la humanidad y banqueros, empresarios y gobernantes sus capataces.
Mientras en muchas casas urbanas prepararon los coditos
, de la sopa de pasta cotidiana, en ensalada con manzana picada y crema para señalar mínimamente la fiesta, cuyo presupuesto se destinó en mayor medida a cervezas o alcohol barato, desinhibidores de la mexicana alegría
, en otras alcanzó para los romeritos con o sin –según el gasto
- tortitas de camarón y en las menos para el bacalao y, o el pavo relleno. En las comunidades rurales los padrinos
mataron animales de engorda, hicieron atoles y tamales para ofrecerlos a toda la comunidad al momento de recibir al Niño
que adoptarán un año en su casa, los católicos, porque los indígenas protestantes emigraron a la lógica del individualismo y el mercado y celebran el 25 en sus templos.
Mis invitados llegaron hacia las 9 pm, Álvaro de 10 años tenía los ojos enrojecidos como de sueño, pero estuvo diligente ayudando a partir el pan y llevar y traer cosas a la mesa mientras los adultos hablábamos del país, del amenazante futuro, de la traición a la patria, de propuestas razonables o descabelladas para que un cambio general nos devuelva nuestras fuentes energéticas, recursos alimenticios, soberanía… y derecho a la felicidad colectiva e individual. El aperitivo, a base de mousses
de cilantro, chicharrón y roquefort, especialidad de Selma, fue seguido por la ensalada de Nochebuena como la hicieran mi abuela y mi madre: jícama, naranja sin semilla, betabel, piña y manzana en finas rebanadas entreveradas, sazonadas con cacahuates naturales, aceite de oliva, sal y pimienta; el pavo relleno de castañas, frutos secos, carne de cerdo y ternera, hartas especias, se secó durante los cantos de la posada
y la piñata, pero fue compensado por un pastel de chocolate suave y jugoso cuya receta María no piensa revelar. Dos vinos españoles y uno francés reunimos y bebimos entre los convivios. Olvidamos a la medianoche los abrazos y los votos de felicidad que siempre hubo en esta casa los 24/12, como si la felicidad no estuviera presente en nadie y esto a pesar del cariño incuestionable que nos unía a los presentes. Al apagar el patio, el árbol y el Nacimiento, sentí un vacío en el corazón que no pude identificar con ninguna idea concreta. Esa noche soñé a mis padres y consejos de Eugenia: te toca ahora, no cejes, tienes mucho por hacer, no abandones tus objetivos
.
Luego supe la razón de los ojos enrojecidos de Álvaro: al salir la familia para abordar el auto y venir a mi casa, vieron sentado en la banqueta a un niño hecho bolita de frío
, dijo Luciano con sus 5 años. Como el niño de la misma edad no respondiera a las preguntas, mis amigos llamaron a una patrulla para que lo llevaran a un albergue, aunque cuando ésta llegó ya había regresado el abuelo del niño con una torta y un refresco que compartieron. Álvaro les dio la caja de chocolates que me traía y Luciano lo imitó. En el auto, Álvaro no contuvo el llanto y estalló: Nosotros vamos a comer pavo y ellos no tienen más que una torta y están en el frío ¡no se vale, la vida es muy injusta! así no me gusta
Su abuela paterna, chilena refugiada, le dijo: Tienes 10 años y no puedes hacer nada, pero podrás hacer lo posible en tu vida para que el mundo no sea tan injusto
. Recordé cuando yo tenía más o menos la misma edad y solía preguntar a mis padres ¿por qué nací en esta casa con ustedes y no nací negra y pobre en África? Problema existencial que no he resuelto todavía.
Pero aquí no se trata de una anécdota como las miles que pueblan literatura no siempre buena para conmover las consciencias y propiciar efímeros actos de reparación en época navideña. Para mí, este momento infantil desencadena esperanza. Siempre y cuando un entorno informado y comprometido, permita que la natural curiosidad y a veces sensibilidad de los niños sobre la desigualdad social se convierta en consciencia. Porque hoy más que nunca la tolerancia a la vista de la extrema pobreza y la repulsión excluyente hacia la miseria humana que ésta produce, son parámetros de la mayoría de las clases medias mexicanas: individualistas, consumistas, ambiciosas, indiferentes a su entorno, ignorantes y propensas a corromperse por el espejismo de un ascenso social
que ¡vaya usted a saber qué quiere decir y dónde queda!
Fui niña cuando mis padres recibían en su mesa a campesinos emergidos de una ideología nacionalista, nos enseñaron a decirles señores
y admirar su dignidad, así como a proscribir del vocabulario indio
, criada
o gata
. Crecí cuando parecía que se cerraban los abismos entre las clases sociales y podíamos construir un 68. Envejezco habiendo perdido –en un descuido– la mayor parte de nuestro relevo generacional inmediato. Pero puedo recuperar el sentimiento de Álvaro: caritas en latín, que no es patente religiosa reducida a limosna, sino lo caro y querido, con sumo valor y amor por el cual se desea compartir no sólo un pedazo de pan sino todos los satisfactores del propio estilo de vida.