a guerra relámpago legislativa realizada por Peña Nieto, el PRI y el PAN les resultó útil para aprobar la reforma energética, pero terrible para la nación, en sus formas y en sus consecuencias. Dicen los defensores de la entrega de los hidrocarburos que los efectos positivos se dejarán sentir hasta dentro de cuatro o cinco años. En cambio los negativos ya se hicieron presentes para la democracia y para la sociedad de este país.
Tres conjuntos de hechos destacan en la andanada de aprobaciones a la reforma constitucional, por parte de los congresos de los estados: la bunkerización de las sedes congresionales y la premura de la partidocracia; la oposición de diversas fuerzas de la izquierda, y la no emergencia de una contestación masiva, contundente, activa, de la ciudadanía.
Ojalá se emplearan la premura y la diligencia que ahora mostraron las legislaturas dominadas por el PAN y por el PRI para causas nobles, como la de establecer un salario verdaderamente remunerador, o realizar los cambios constitucionales exigidos por los acuerdos de San Andrés, o para llenar los vacíos legales que hacen posible la fuerza de los poderes fácticos. En menos de tres días se logró la ratificación de la Reforma en los 17 estados necesarios. Se adelantaron sesiones del pleno de los congresos, se convocó por mensajes de texto, se programaron sesiones para la medianoche o la madrugada. Tronaron el látigo Peña Nieto y Madero y sus huestes se movieron a la de ya, prestas y dóciles.
Pero la premura atropelló los procedimientos democráticos en muchos estados. No se convocó a las sesiones como se debía ni en tiempo ni en forma. En todo momento se rechazó la consulta ciudadana. La votación hizo economía de todo debate y discusión, como en el caso del Congreso de Chihuahua, donde el dictamen sólo se votó en lo general, para no dar entrada a las reservas que interpondrían los partidos de izquierda.
Lo peor de todo es que, de pronto, los palacios legislativos se cerraron a la ciudadanía. Se convirtieron en búnkers, pertrechados por rejas y mamparas y vigilados por elementos policiacos pertrechados con armas de alto poder y gases lacrimógenos. La contundencia que falta para someter al crimen se hizo presente para golpear y gasear manifestantes, como sucedió en Jalisco. Fue patética la actitud del PRI en el Congreso de Chihuahua, que a jaloneos impidió la entrada de los opositores a la reforma desde el domingo 15, pero mandó escoltar el ingreso de porros del PRI portando carteles de apoyo a la reforma peñanietista.
Tanto en el Congreso de la Unión como en la mayoría de los congresos de los estados, se manifestaron diversas fuerzas de la izquierda, sobre todo de Morena. Desplegaron campañas de información a la ciudadanía, demandaron la entrada y bloquearon los recintos legislativos. Exigieron la consulta ciudadana previa a la aprobación o a la ratificación de la reforma constitucional. Cuestionaron y exhibieron a las y los legisladores entreguistas. Convergieron en la protesta, además de Morena, la Unidad Patriótica por el Rescate a la Nación, el #YoSoy132, muchos grupos de jóvenes y algunos militantes del PRD y de los otros partidos de izquierda y ciudadanos no afiliados a partido alguno. Sin embargo, ni la pasión ni los argumentos ni la energía de la contestación lograron concitar manifestaciones de verdad multitudinarias y contundentes.
A pesar de que las encuestas de opinión hablan de un rechazo mayoritario a la reforma energética, y de que en las redes sociales la crítica a la misma está muy extendida, el consenso pasivo de las mayorías no se pudo trocar en un rechazo activo, organizado, sincronizado. A esto le apostaron los impositores de la reforma y para ello emplearon un arsenal muy variado de artilugios: la información sesgada del duopolio televisivo y las principales cadenas de radio; la satanización o ridiculización por parte de los mismos de las posturas críticas a la reforma; la inundación de espots gubernamentales con medias verdades y falsas promesas; el desviar la atención con la final del futbol; la programación de la discusión y aprobación de la iniciativa EPN-PAN justo al comenzar la temporada navideña y las vacaciones, etcétera.
Total que se salieron con la suya, con atropellos, desaseo, irregularidades y hasta ilegalidades de por medio. Pero los costos ya son muy altos. En primer lugar para la siempre naciente y balbuceante democracia mexicana. Queda demostrado que es una democracia rehén: de Peña Nieto, del Pacto por México, de la partidocracia, de las trasnacionales del petróleo, el gas y la energía. Ellos son quienes le marcan ritmos, contenidos y formas. Los escolásticos decían “ philosophia ancilla theologiae”, es decir, que la filosofía debía ser esclava, sirviente, de la teología. Los dueños del PRI, del PAN y del país dirán ahora: la democracia debe ser esclava de los negocios. Y la democracia entendida sólo como emitir un voto, porque la democracia como deliberación, como debate, fue sofocada ahora y nada augura que será diferente en el futuro.
Pero lo antidemocrático de la reforma energética, en sus contenidos, en su forma, en su tiempo y en los actores que en verdad la decidieron no debe distraernos de una reflexión urgente: el pasmo de la ciudadanía. ¿Por qué no se respondió más ampliamente a la convocatoria a la movilización? ¿Cómo hacer un contrapeso real a los significados difundidos por los medios dominantes? ¿Cómo romper el fatalismo de que de todas maneras van a hacer lo que quieren
? ¿Cuál es la piedra filosofal para transformar el hartazgo en indignación y manifestación activas? ¿Qué tipo de liderazgos, de discursos, de acciones se requieren? Aquí, por el momento hay mucho más preguntas que respuestas.