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Ver día anteriorViernes 13 de diciembre de 2013Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Fue la madre de todos los desfiles, pero Zuma y compañía lo arruinaron
N

unca, nunca jamás volverá Sudáfrica a recibir en un solo día el número de líderes mundiales que llegaron al homenaje fúnebre de Nelson Mandela en el estadio FNB de Soweto esta semana. Nunca más, a menos que Sudáfrica vuelva a ser la sede del Mundial de Futbol, el país recibirá tan extensa e intensa atención de los medios de comunicación.

Fue una oportunidad para honrar a Mandela; así como la ocasión memorable y perfecta para presentar al país en la luz más favorecedora posible. Vaya manera de arruinarlo.

No me refiero a las personas que asistieron, sino a los organizadores; es decir, el gobierno. Fue una lástima que Barack Obama, los presidentes, primeros ministros de Bahamas, Burundi, Brasil, Gran Bretaña, el príncipe de Japón y el resto de todos los honorables huéspedes extranjeros no fueran alentados a unirse a nosotros en las gradas más altas del estadio durante las cinco dichosas horas que yo me encontré ahí, parado o saltando o bailando con la multitud antes de que comenzara el acto oficial.

¡Fue una gran fiesta! La fiesta del año, quizá del siglo. Una celebración, un orgulloso y alegre agradecimiento con canto y baile, tan perfecto y bien sincronizado que cualquiera que no conozca el don natural de los sudafricanos para cantar a coro hubiera imaginado que hubo seis meses previos de rigurosos ensayos.

Si el gran hombre hubiera estado mirando desde el cielo, le habría deleitado. Lo imagino sonriendo, riendo y bailando como los mejores. (Un hombre a mi lado me preguntó, de manera no del todo absurda: ¿Crees que Mandela vaya a comenzar una nueva religión?)

Pero una vez que los dignatarios comenzaron a entrar al estadio y a pronunciar sus discursos, tuvimos que hacer un esfuerzo para no quedarnos dormidos. Él hubiera evitado cabecear porque tenía modales impecables, y se habría negado a unirse al coro de abucheos que surgió cada vez que el presidente Zuma aparecía en las enormes pantallas del estadio.

Sí. Fue de mal gusto por parte de la multitud demostrar su rechazo a Zuma. Sin embargo, si necesitábamos evidencia de que Mandela seguirá siendo ahora y por siempre la conciencia moral de Sudáfrica –afortunada Sudáfrica– los abucheos lo fueron.

¿Era posible honrar el legado de Mandela como Zuma nos llamó a hacerlo, y saludar respetuosamente al presidente al mismo tiempo? ¿Eran compatibles ambos conceptos? Ciertamente la multitud no lo creyó así.

Pero olvidémonos de Zuma, era tan imposible evitarlo a él como al mal tiempo que hubo más tarde. La ocasión ameritaba una producción brillante, planeada con esmero, bien pensada y –sí– ensayada meticulosamente para evitar el incidente del intérprete de lenguaje de señas, para permitir que el espíritu de Mandela brillara tras su muerte como lo hizo durante toda su vida.

A la luz de todo lo demás, gracias a Dios por Obama, quien dio el ejemplo de cómo debieron ser las cosas al dar un discurso inteligente, original y fuertemente emotivo, aun si el autorretrato que se tomó con la primera ministra danesa deshizo algo de su buen trabajo y contribuyó a quitarle sobriedad a la ocasión. En cuanto a los demás oradores extranjeros, no es de extrañar que la gente dejó de poner atención y en cambio decidió bailar, cantar e incluso a tocar tambores durante las interminables peroratas.

Por pronunciar banalidades soporíferas una tras otra (la única vez en mi vida que he lamentado hablar español fue cuando dio su discurso Raúl Castro), los dignatarios merecían aún más grandes descortesías de las que recibieron, precisamente por la falta de respeto que mostraron a Mandela al no haber logrado más que palabras planas y pomposas que enfriaron el homenaje aún más que el aire fresco de la tarde. ¡Por Dios, como si ellos y los organizadores no hubieran tenido tiempo suficiente para prepararse!

Bueno, además de cortar dos terceras partes de todos los discursos y reducir a la mitad el número de individuos que los pronunciaron ¿qué más pudo haberse hecho? Para empezar ¿por qué no hacer un poco de lo que le encantaba a Mandela?

¿Por qué no, como sugirió un amigo en el estadio, traer a montones de niños al escenario para bailar y cantar? ¿Qué tal traer a Johnny Clegg y el Coro de Gospel de Soweto y tirar la casa por la ventana con la canción Asimbonanga? ¿O presentar un breve pero bien logrado video proyectado en las pantallas con los momentos más memorables de la vida de Mandela?

¿Y por qué no? ¿Por qué no el arzobispo Desmond Tutu dando el gran discurso sudafricano del día? Después de Mandela, en un muy cercano segundo lugar, está el religioso como uno de los grandes talentos que ha producido el país en tiempos recientes. Él hubiera impresionado a las multitudes y al público mundial. Pero el gobierno –resentido y minúsculo; tan distinto de Mandela– lo hizo a un lado, y sólo puedo suponer que fue así porque Tutu recientemente hizo declaraciones que no le gustaron a Zuma.

La lección quedó clara, como lo ha estado toda la semana trascurrida desde el fallecimiento de Mandela: el panorama nacional se ve mucho mejor y brilla mucho más cuando el gobierno no forma parte de él. Lo penoso fue que el descuidado espíritu del actual presidente sudafricano, y no el del magnánimo y más grande líder de nuestro país, fue el que definió lo que ocurrió en el escenario del homenaje fúnebre en el estadio.

Se desperdició una oportunidad que no volveremos a tener. Pero dichosos nosotros, los felices y escasos que sentimos, emocionados, a Mandela, entre el público.

* Periodista británico especializado en deportes y política.

Fue corresponsal de The Independent en Sudáfrica de 1989 a 1995, y cubrió las actividades de Mandela desde su excarcelación, en 1990, hasta que asumió como el primer presidente negro de la nación en 1994.

© The Independent

Traducción: Gabriela Fonseca