o nos volverán a saquear! Recuerdo esta frase pronunciada por José López Portillo, en ocasión de su último Informe de gobierno, expresada con rabia para reconocer que todos sus proyectos relacionados con la administración de la abundancia
ofrecida al principio de su sexenio habían fracasado. Sus planes, que eran más bien sueños, habían sido generados a partir de los ambiciosos programas de crecimiento económico que le había preparado un equipo de trabajo coordinado por un amigo suyo, Jorge Díaz Serrano, a partir de datos que él a su vez había recibido de otro amigo suyo de nacionalidad estadunidense y de nombre George H.W. Bush, director entonces de la CIA, sobre las enormes riquezas petroleras existentes en el subsuelo mexicano, que desde luego los estadunidenses conocían mejor que el gobierno de México. Lo único que López Portillo y su amigo desconocían eran los planes de la CIA para utilizar la riqueza de México para el solo beneficio de las empresas y el gobierno de Estados Unidos.
Pronto le quedó claro al gobierno mexicano que para hacer realidad el proyecto se requeriría hacer cuantiosas inversiones para la extracción, procesamiento y transportación del petróleo, pero ello sería un gasto menor comparado con el valor de los recursos petroleros que podrían ser vendidos en un mercado cuya demanda crecía año con año, al igual que sus precios, en virtud de la decisión del gobierno de Irán de dejar de vender su petróleo a las empresas estadunidenses. Pero, bueno, para ello México contaba con amigos bien intencionados y decididos a proporcionar los recursos que hiciesen falta, asegurando el éxito del proyecto. Fueron muchos los que alertaron al Presidente, haciéndole ver los riesgos que el proyecto conllevaba para el país, como Heberto Castillo y dos o tres colaboradores del presidente, que recomendaban prudencia; López Portillo no hizo caso, y los resultados los seguimos pagando seis sexenios después.
Tal como había sido planeado, los grandes beneficiarios de aquella aventura fueron Estados Unidos, sus empresas, sus organismos financieros y su gobierno, quienes realmente habían desarrollado la estrategia para recuperar los suministros de petróleo y reducir sus precios, logrando con ello que los supuestos ingresos petroleros de México no sirviesen para pagar ni siquiera las inversiones realizadas; si a ello agregamos el derroche de recursos de aquel gobierno, a cuenta de las riquezas que pronto serían recibidas, nos encontramos con el escenario de aquel fin de sexenio que dejaba al país sumido en la primera de las grandes crisis que nuestro país habría de sufrir las tres décadas siguientes. En aquellos aciagos días de 1982, López Portillo pretendía salvar la cara culpando a los bancos del saqueo (los cuales, desde luego, habían participado en éste) que él mismo había propiciado, asegurando demagógicamente (cuando le quedaban 90 días para dejar la Presidencia) que el resultado de aquella experiencia era que el país no sería vuelto a saquear en el futuro. No, pues así tendría que ser.
Los saqueos desde entonces han sido incontables, trátese de los bancos, de las pensiones, de los ferrocarriles, de los teléfonos o de las compañías aéreas, todos privatizados supuestamente para mejorar la economía, asegurándonos un futuro mejor, que habría de traducirse sólo en la pérdida gradual del patrimonio nacional, el empobrecimiento de amplios sectores de la población y la pérdida para el gobierno de su capacidad para asegurar el cumplimiento de su responsabilidad en materia de seguridad, equidad, educación, salud, viviendas y empleo, en un régimen de justicia y derecho. Saqueos todos a los que deben agregarse los desvíos presupuestales a los bolsillos de los funcionarios y las innumerables regulaciones hechas para favorecer a las empresas privadas, participantes del saqueo, trátese de bancos, de televisoras, de aseguradoras o de las líneas de aviación, entre otras muchas.
Dos temas que a partir de la primera década del siglo XXI han venido tomando importancia en la prensa nacional son los relacionados con la modernización del sector energético
, es decir, de la electricidad y del petróleo, y el de la explotación de los recursos del subsuelo por empresas mineras privadas, tanto mexicanas como extranjeras, haciéndonos conscientes de la explotación irracional tanto de los trabajadores como de los recursos naturales por parte de esas empresas, en virtud de la falta de regulaciones adecuadas y de la corrupción imperante en el gobierno, que supuestamente debieran asegurar su cumplimiento.
Por otra parte, la historia moderna nos indica que la naturaleza de los seres humanos en su afán de obtener riquezas –sin miramiento alguno de los daños que para ello sea necesario o conveniente infligir a otros– ha constituido la realidad dominante, señalando la existencia de dos tipos de individuos relacionados con estos hechos: los truhanes empeñados a toda costa en imponerse y pasar sobre los derechos y la integridad de otros, bien sea con el engaño o bien con la violencia, trátese de individuos, de comunidades o de naciones enteras, y por el otro lado, los hombres de bien y de principios de rectitud, convencidos de que son ellos quienes por la superioridad de su origen, de su educación o de la sociedad a la que representan, tienen el derecho de imponer a otros sus propias visiones e intereses, en aras del futuro de la sociedad y del libre comercio; desde luego, con la excepción de los excluidos, es decir, de las mayorías.
Quisiera poder pensar de otra manera. Sin embargo, me temo que entre los interesados en conducir a México hacia este nuevo escenario de modernidad, sólo existen individuos de estos dos tipos, a los que debemos agregar algunos lacayos que acostumbran conformarse con las migajas que les ofrecen sus amos.
De aceptarse la reforma energética que parece cernirse sobre nosotros de manera cada vez más real, la triste frase de López Portillo habrá de resonar una vez más y con más estridencia que en las ocasiones anteriores. Es por ello que las convocatorias de Cuauhtémoc Cárdenas y de Andrés Manuel López Obrador debieran ser motivo de unidad para todos los mexicanos, para enfrentar este nuevo engaño que, de concretarse, se traduciría en consecuencias lamentables para nosotros y para las futuras generaciones de mexicanos. En particular, es necesario que el día de mañana la convocatoria de López Obrador y de Morena para asistir al Zócalo de la ciudad de México pueda constituir una clara señal para quienes en el Congreso se nieguen a ser parte de la conspiración que hoy se cierne sobre el país. Hago votos porque este acto sea replicado en otras partes de la República ¡Viva Lázaro Cárdenas! ¡No a la reforma energética!
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