a antropología social está en el borde de un resurgimiento. Esto responde a razones profundas que afectan a las ciencias sociales y a las humanidades, que vale la pena enumerar, antes de pasar a reseñar algunos aspectos del auge que puedan interesar a nuestros lectores.
El primer factor es estructural y se relaciona, curiosamente, con la revolución en la tecnología digital. El incremento exponencial en la potencia de las computadoras, y en sus capacidades de almacenamiento y memoria, ha ido fomentando la creación de bases de datos enormes, que se pueden consultar y utilizar para generar correlaciones con apenas un clic. El procesamiento del llamado big data está ya a la mano de cualquiera, y todos tenemos acceso a fuentes inagotables de estadísticas.
Eso, en sí mismo, no es ni bueno ni malo. O, mejor dicho, es tanto bueno como malo. La movilización de estadísticas y de correlaciones sirve para detectar problemas, para generar preguntas e incluso a veces para falsificar explicaciones. Si nos estamos imaginando, por ejemplo, que México es un país primordialmente agrario y las estadísticas muestran que es industrial, pues hay que generar otra imagen de México.
Y cuando la capacidad de procesar datos se junta con la producción de nuevos datos, a través, por ejemplo, de encuestas, los resultados pueden ser revolucionarios o al menos escandalosos, como sucedió con el famoso reporte Kinsey, que fue un precursor importante de la revolución sexual en Estados Unidos, porque hizo público un conjunto de prácticas sexuales que, hasta la publicación del estudio, eran consideradas aberrantes (incluido el adulterio en mujeres, el sexo premarital, la homosexualidad, la masturbación, etcétera).
Sin embargo, el romance con la estadística o, mejor dicho, con las estadísticas está también saturando el discurso público de cifras y de correlaciones, aunque nadie sepa bien qué significan.
Que se triplicó la tasa de homicidios en México durante el sexenio de Felipe Calderón.
¿Por qué? Ahí sí, quién sabe.
¿Qué significa aquello a nivel de la vida cotidiana?
No; tampoco. ¿Qué es, exactamente, un narco? Menos. ¿Un policía? ¿Una defensa comunitaria? ¿Un cártel? Bueno, ¡¿ya, no?! No hay que pedirle perlas a la virgen. Vivimos en un tiempo en que se puede navegar transversalmente por Internet y generar una enormidad de datos en un abrir y cerrar de ojos, pero es muy difícil entender lo que está pasando.
En un contexto así, la vieja técnica de la antropología, la etnografía, pasa de ser una antigualla polvosa y caduca a ser algo raro, valioso, y a veces hasta urgente. ¿Por qué?
La etnografía es un método de conocimiento basado en poner el cuerpo por delante. Es decir, el científico pone su propio cuerpo como campo de experimentación. Los datos
se generan en interacciones directas entre él o la antropóloga y sus sujetos, que son en realidad colaboradores en la construcción del dato. Para entender un fenómeno social, una serie de prácticas institucionalizadas, una sociedad
, hay que ponerse físicamente en ellas, y adentrarse en una cotidianidad de interacción y documentación. La etnografía se hace usualmente en estancias largas, de un par de meses a un par de años. Esos procesos de inmersión, que se emparentan en algunos aspectos con lo que hace un periodista de investigación, le van permitiendo al antropólogo construir sentido a partir de varios puntos de vista (habla con mucha gente), pero también a partir de cierto número de sucesos o eventos que le toca presenciar o discutir. Así se le va hallando sentido a lo que va pasando: los datos no son una foto instantánea de un momento único y pasajero, sino que son también reflejo siempre de otros casos y ejemplos. En otras palabras, la etnografía atiende no sólo a muchos puntos de vista en torno de cualquier fenómeno, sino también a una serie de eventos y procesos, muchas veces presenciados y experimentados directamente por el propio etnógrafo.
Esta clase de trabajo toma mucho tiempo y esfuerzo. Por eso se hace poco, y se medita bastante antes de embarcarse en un compromiso etnográfico. Sin embargo, la etnografía es hoy fundamental. Estamos en un momento más o menos socrático: sólo sabemos que no sabemos. Las estadísticas dan forma a nuestra confusión, pero no la van a resolver. Por eso estamos ante un momento de renacimiento de la antropología.
Hay, por último, otro factor fundamental que explica el renacimiento de la antropología, y es la democratización del campo. La etnografía no es ya una práctica concentrada exclusivamente en las grandes universidades de las potencias mundiales. No es principalmente un instrumento para estudiar a un otro
de arriba abajo (si es que alguna vez lo fue). Ha habido una profunda democratización –que está todavía en proceso de auge. Tenemos hoy antropólogos brasileños trabajando en África, Portugal, o Haití. Antropólogos mexicanos haciendo trabajo de campo en Estados Unidos, o estudiando nexos comerciales entre Tepito y China. Hay un número abultado de etnógrafos que estudian sus propias sociedades de origen.
La combinación es explosiva: la necesidad de un método de estudio cualitativo, que explore, describa y explique los procesos sociales, con una formación cada vez más democratizada es garantía de que veremos el florecimiento de muchas nuevas antropologías.