unque es sólo un botón de muestra, la ultraderecha francesa acaba de triunfar en una pequeña localidad que era gobernada por el Partido Comunista. El ultraderechista Frente Nacional ganó en la segunda vuelta electoral en una subprefectura en el sur de Francia, imponiéndose a la derecha y a todas las corrientes de izquierda incluyendo a los socialistas.
Podría decirse que este ejemplo no es significativo, pero es una nueva muestra del avance de este movimiento [de extrema derecha] entre los electores exasperados por la inseguridad y la crisis
( La Jornada, 14/10/13).
Este fenómeno rebasa con mucho el caso de esa pequeña población francesa. El neofascista Frente Nacional, antes dirigido por Jean-Marie Le Pen y ahora por su hija Marine, ha crecido en simpatías desde los tiempos de Chirac y, según encuestas, quizá gane buena parte de las elecciones municipales en marzo de 2014.
Ciertamente la inseguridad y la crisis (ojo México) han girado el eje electoral hacia la extrema derecha que, además de prometer bajo una lógica nacionalista, una mejor situación para los franceses, es contraria a los inmigrantes acusados, injustamente, de quitarles empleos a los galos. Lo que está demostrando esta tendencia es que los partidos tradicionales no convencen y que son rechazados cada vez más. Se le dio la oportunidad a François Hollande, del Partido Socialista francés, y éste, contra lo que prometió, mantiene a su pueblo bajo el yugo de políticas de austeridad y compromisos bélicos que nadie quiere ni suscribe.
El fenómeno francés no es único. La ultraderecha europea gana terreno en diversos países y, según cita El País (12/10/13), si hoy se celebraran las elecciones europeas, previstas para mayo, la candidata más votada sería Marine Le Pen, del Frente Nacional
. El mensaje de los ultraderechistas europeos, cita también el diario español, es sencillo y fácil de entender: vuelta al orgullo nacional, odio al extranjero, en guardia contra la construcción europea
. Agregaría otros elementos ideológicos no menos importantes y ya bastante generalizados: euroescepticismo, antiglobalización, populismo de derecha, anticomunismo, social-patriotismo, y lo que se ha llamado identitarismo que surgió en Francia como una nueva derecha que propone la defensa nacionalista de las tradiciones e identidades de los pueblos originales
de Europa. Y esto es más o menos lo mismo para el neofascista Aurora Dorada de Grecia que para el Partido por la Independencia del Reino Unido (UKIP en inglés), para el Partido de la Libertad de Austria y para sus similares en los países escandinavos donde hace 20 años era impensable su existencia, y menos electoralmente competitiva.
En México no tenemos la amenaza de una ultraderecha fascista (de la que me ocupo en mi próximo libro Der echas y ultraderechas en México), pero sí de grupos violentos (dizque anarquistas) infiltrados en los movimientos sociales para desprestigiarlos, para crear sentimientos en su contra y para obligar
al gobierno de la República (y a algunos estatales) a usar mano dura contra la disidencia, especialmente popular. Digo especialmente popular porque también hay disidencia entre los empresarios, pero éstos –como siempre– son y serán tratados bajo la consigna de la concesión posible para que estén contentos e inviertan en el país en lugar de hacerlo en el extranjero.
Los neohalcones mexicanos no son muy diferentes de los brasileños analizados por Eric Nepomuceno en estas páginas el 13 de octubre: grupos que salen a las calles destrozando todo lo que esté a su alcance. Así, el impacto de manifestaciones multitudinarias se desvanece mientras empieza a predominar el rechazo de la opinión pública a la actuación de grupos cuyos propósitos nadie parece entender.
Y añadió identificándolos: “Son los black blocs y han comprobado su poder de llamar la atención. La gran prensa los califica de vándalos. Ellos se definen como anarquistas que luchan contra el sistema.” (Las cursivas son mías.)
Como se sabe, los black blocs destacaron en Seattle en 1999 y a muchos se les olvida que se tomaron de la mano con los neonazis del Anti-Globalism Action Network en esa ciudad para luchar en contra de lo mismo: la cumbre de la Organización Mundial de Comercio. Los neofascistas también están en contra de la globalización y de los grandes capitales. Y, al igual que sus antecesores fascistas y nazis, también rompen vidrieras y usan la violencia por la violencia misma. ¿Los extremos se juntan o simplemente nadie sabe para quién trabaja en última instancia?
En Europa tienen a los neofascistas y acá tenemos a supuestos anarquistas o anarquistas sin supuestos. Sin embargo, ambos conjuntos tienen una diferencia muy importante: los neofascistas forman partidos y compiten (con éxito creciente) en elecciones, los anarquistas (reales o supuestos) no: están en contra de todos los partidos (aunque al PAN y a Calderón apenas lo tocaron en su discurso y en sus actos), en contra del capital y sus (para ellos) símbolos y, sin embargo, no se expresan igual en las manifestaciones de movimientos u organizaciones consolidados. ¿No es curioso que se dejen ver y actúen en donde se sabe que hay protesta, pero no organización? La marcha del 2 de octubre, hasta donde sabemos no fue convocada por una organización sino por todos para todo aquel que quisiera asistir, y aun así los vándalos (anarquistas o no, repito) actuaron en sus márgenes, a los lados e incluso a cuadras de distancia, casualmente en casi los mismos lugares donde lo hicieron el 1º de diciembre de 2012.
La paradoja es que el PRI gobierna y no hay indicios de que piense ceder lo que ha ganado desde 2007. Parte de esta paradoja es que los partidos de oposición se desprestigian solos, sin necesidad de infiltrados de alguna especie. Y, parte de esta paradoja, es que los sedicentes anarquistas no formarán partidos sin contradecirse, por lo que todo lo que hacen sirve de poco salvo ser repudiados por la sociedad. ¿Creerán de veras que pueden cambiar el mundo sin tomar el poder, sin identidad y coordinándose con celulares?