Opinión
Ver día anteriorDomingo 13 de octubre de 2013Ver día siguienteEdiciones anteriores
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En el reino de este mundo
E

s más barato no privatizar que hacerlo en obediencia a algún mandato externo o del más allá. Sin embargo, peor que caer en la venta de garaje que se propone como salvación nacional, es deslizarse o, mejor, desbarrancarse, en un abierto y hasta festivo de­sorden mental de los órganos del poder constituido. Así ocurre hoy y amenaza con agravarse a medida que las horas del reloj constitucional se cumplan y los líderes de las cámaras se vean en la necesidad de salvar al país de una parálisis presupuestal al estilo estadunidense.

De entrada, la propuesta fiscal del gobierno fue vista como tímida en sus propósitos redistributivos e insuficiente en los recaudatorios. Gerardo Esquivel, en un interesante artículo en Nexos de octubre, nos habla del “ subibaja hacendario” y desmenuza sus avances, riesgos y debilidades, así como de su falla mayor, que fue no haber centrado el esfuerzo en los impuestos generales, abriendo el flanco adversario a todos y cada uno de los impuestos específicos. Se estaba, en esta y otras críticas hechas ante su anuncio, en el campo mismo de la reforma y el examen de sus alcances y posibles desarrollos.

De inmediato, sin embargo, desde las alturas del columnismo y la empresa organizada, fue decretada como una amenaza al crecimiento, el empleo y la integridad nacional, así como a la paz laboral o a la propia justicia social que siempre implica, hasta en México, algún efecto redistributivo. Se conformó así una especie de remolino que nos alevantó a todos en un coro de inconformidades que recogió alientos y ecos de todas las voces y ámbitos, como dirían los antiguos, de izquierda, derecha y centro atinado.

La orquesta no temió desafinar, porque entre el sonido 13 y la dodecafonía todo se puede. Pero el tema que claramente articula el ruido y mueve la santa furia desatada por los hacendarios y el Presidente que firmara la propuesta es el pavor a la resurrección del Estado y el horror ante la mera posibilidad insinuada de que, dadas las circunstancias, éste habría de desenterrar sus armas intervencionistas y contracíclicas. Y aquí también hemos vivido una redición de la unidad nacional, no articulada ahora por el Estado sino en su contra.

Del carnaval inconformista pasamos a un cambalache desembozado. Los cabilderos se apoderan de la escena y algún desvelado legislador recuerda que un proyecto de ley para regularlos duerme en la congeladora del Senado. Los cruzados del Consejo Coordinador Empresarial (CCE) bien adoctrinados por el Consejo Mexicano de Hombres de Negocios, asociados y asesores solícitos en competitividad, tocan a rebato y despliegan sus falanges a todo lo largo y ancho del territorio. De la frontera norte llegan rumores de secesión y se finta con la salida masiva de las maquiladoras, ya no a la lejana China sino a la vecina Centroamérica o, por qué no, a Haití, donde reina la sabiduría fiscal del tiempo global.

Los diputados se aconsejan y se van, como en el corrido, pero los personeros del capital saben cómo y a quién hablarle al oído y se aprestan a cantar los responsos del modosito desarrollismo que el gobierno quiso poner en juego y a celebrar otra gloriosa victoria. Todo parece dispuesto para volver al modo azteca de producción, donde anidan la reproducción simple de las capacidades, en realidad de la triste subsistencia, y la reproducción ampliada (pace marxistas) de la desigualdad.

El cambalache se vuelve tango mal cantado; los aguerridos dirigentes de los partidos de la oposición, pactistas o no, se baten en retirada: reforma política o muerte al resto de las reformas llamadas de estructura. Primero lo primero, proclama el panismo pendenciero, aunque nadie acierte a saber de qué se trata, para qué hacerla hoy, qué conexión hay o puede haber entre la primera y las demás.

No importa, dirán los nuevos héroes que se apuntan para llenar el hueco del Estado y la política. El asunto es que Peña y sus vanguardias paguen el costo y no crucen la aduana de a gratis. La izquierda se inscribe en la categoría de zombi: no es su reforma, pero sí le abría la posibilidad de trazar un compromiso efectivo y creíble por una reforma de mayor calado a partir de 2014, que acreditara el principio de progresividad en renta, ingresos y ganancias, para entrar a una revisión en serio del resto del abanico impositivo apenas tocado por la propuesta gubernamental. No lo hizo y en los hechos se sometió al liderazgo de la cúpula propietaria so capa de ¡defender a las clases medias!

La fiebre de la contrarreforma haría sonrojar al más tradicional de los seguidores de la Compañía de Jesús, formada por Loyola para combatir a los herejes. El que el frente unido incluya a tirios, troyanos, fieles y heresiarcas, moros y cristianos, sólo revela que la patología de nuestro tiempo va más allá del malestar estudiado por Freud o del advertido más recientemente por el PNUD. No es un malestar en la cultura sino con la cultura. No es en la democracia, sin con la democracia: en realidad, es contra la cultura, la política abierta y la pluralidad apenas lograda.

Hablamos de una patología social que se apodera de las mentalidades e impone el desorden como forma única de comunicación e intercambio, en la política y la comunidad. Para que reine el negocio y la libertad del individuo se vuelva dogma universal. Que así sea.