l presente no ha sido, a pesar de la propaganda venida de fuera, un año para esos que dicen saber hacerla. Tropiezos de variada índole han eclipsado sus maniobras pactistas de prevención y aprobatorias. De las famosas reformas estructurales
apenas quedan algunos jirones rescatables. El núcleo de las mismas se deshace con el paso de los días y los pormenores tramposos les imprimen un oloroso rastro de falsedades. Factores que, cuando se analizan a fondo y en detalle, muestran, sin pudor alguno, los notables contrastes de la realidad con las grandilocuentes promesas lanzadas por el oficialismo. Por variados ángulos afloran serias sospechas de componendas, duros hechos negativos y la evidencia de múltiples favores al empresariado de nivel. Poco, muy poco, es el remanente que queda en beneficio de los de abajo. No importa que se trate de las telecomunicaciones –tan celebrada en sus días inaugurales– como de las más dañinas para los intereses populares como la legislación laboral. La educativa, aprobada con la enjundia de los pactistas y el entusiasmo evaluatorio de la clase media, sufre, como pocas iniciativas, el ataque frontal de una porción creciente del magisterio, actor sustantivo de su éxito o fracaso.
Poco queda ya de ese arreglo cupular y del momento mexicano tan celebrados por los centros financieros externos y sus difusores de prestigio. La propuesta de reforma hacendaria ha sido la puntilla para las defecciones, los reparos, amenazas y el desorden. A la arena de la disputa han salido moros y cristianos aliados en un dúo, trinca, cuarteto o nutrida pandilla infernal. El priísmo cupular no ha resistido el embate de los afectados, sobre todo de esos catalogados como grupos de presión
. Afanosamente buscan la salida airosa, el control de daños que les permita salvar cara. El IVA a las colegiaturas sale, anuncian con firmeza. También se va el gravamen a las hipotecas y rentas, añaden. La frontera, alegan, no puede ser afectada de sopetón en el IVA. Las mineras canadienses se irán del país con sus masivas inversiones, no aguantarán un poquitero impuesto de 7.5 por ciento. Las refresqueras han montado terrible campaña contra el peso adicional de impuestos y los ánimos, hasta de los hacendistas más recios, se ablandan como plastilina caliente. El empresariado de alta resonancia se agazapa tras el frágil manto de la clase media afectada y protege, con cinismo de pederastas cogidos in fraganti, sus muchos privilegios: la famosa consolidación fiscal tan usada y redituable para sus gruesas maniobras evasivas. No cabe duda: la rebelión se generalizó en la otrora feliz granja, pero Peña Nieto anuncia, sacando pecho, que asumirá el costo.
Encima de la escampada priísta se vino un alud de temporada. Las lluvias que cayeron sobre la secular marginalidad lanzaron el lodazal sobre las eternas fragilidades de la muchedumbre, esa irredenta porción de perdedores en el reparto de las riquezas y las oportunidades. Había urgencia en recurrir, de inmediato, al librito de las consejas amortiguadoras de imagen. Aparecen entonces las giras y visitas a matacaballo para otear damnificados. El montaje difusivo para alentar la solidaridad masiva se torna omnipresente. Siguen las escenas emprendidas por las cadenas comerciales exhibiendo, sin pudor alguno, sus carretadas de ayudas en las incontables pantallas a su disposición. Hasta una locuaz peruana de los reality shows se incrusta, con improvisado disfraz, en los helicópteros de un gobernante obsequioso, para impactar, con alevosa grosería, a su incauta audiencia. Las promesas de la reconstrucción, sin intermediarios y cabal transparencia auguran, desde las cimas ejecutivas, que se hará con imaginación planeada y con recursos suficientes. Tampoco escapan del libreto las persecuciones y condenas a los culpables: un verdadero mazacote malsano de funcionarios, constructores de carreteras y vivienderos ambiciosos, amafiados con los aparatos de financiamiento público. A lo mejor algún chivo expiatorio quedará atrapado en el barullo, pero será casual. El tiempo pasado lo cura y enreda casi todo. No se olvidan los que dirán, con estudiada y profunda sabiduría, hay que ver hacia adelante, ser optimistas y previsores
. Algunos meses después de la catástrofe todo se irá esfumando en el silencio de los olvidos y los nebulosos recuerdos.
La recesión económica en puerta pondrá una parte sustantiva en el desarrollo de los acontecimientos futuros. Se irán apagando los arrestos iniciales de la sociedad solidaria y los brigadistas retornarán a sus ocupaciones cotidianas. Los enormes recursos necesarios para, al menos, paliar las desgracias más pulsantes, pondrán freno a los impulsos distributivos surgidos del dolor y la tragedia. Las obras de reconstrucción, inmensas, urgentes, diversificadas, sufrirán las inclemencias de los precios, los presupuestos recortados, las pugnas de poder, la intermediación y las prioridades burocráticas de siempre. El panorama parecerá volver a la normalidad acostumbrada. Sólo que esta vez el daño ocasionado ha sido profundo, casi irreparable y encontrará salidas impensadas hasta ahora. No se podrá volver a la situación anterior de desbalances, injusticias y olvido imperante. Sin embargo, al compacto grupo de mando de la nación, poco de lo ocurrido lo llevará a modificar sus costumbres de agandallarse el pastel completo del botín disponible. Seguirán reuniéndose en pequeños cenáculos para decidir el presente. La actualidad será, de nueva cuenta, marcada por sus grandes intereses y la inercia impondrá sus férreas trabas cotidianas. De esta feroz manera, la vigencia del modelo seguirá por la ruta de la continuidad forzada. Y es por eso, también, que, con la aprobación de la reforma energética, los de arriba esperan, con interesada fe, la llegada de los salvadores fuereños: esas inmensas moles de poder que son las trasnacionales de la energía y sus inversiones bien condicionadas. Un paraíso de modernidad entrevista sólo por algunos escogidos.