l sábado ya no pude ingresar al estacionamiento. Tuve que dejar el coche en la parte exterior de Universum, Museo de Ciencias de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). La gente, jóvenes en su gran mayoría, colmaba los pasillos y los jardines por fuera del bello edificio que originalmente albergara las oficinas del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología, y con gran visión fue transformado hace 25 años en museo universitario, el mejor en su tipo de América Latina. Después de los estragos de la tormenta tropical Ingrid y el huracán Manuel, este fin de semana el tiempo sonreía en el sur de la ciudad de México al igual que los miles de rostros juveniles que se movían apresurados de un lugar a otro.
Un lugar lleno de vida. ¡Una fiesta! En un templete equipado con poderosas bocinas, circulaban uno tras otro los grupos musicales. Jóvenes rocanroleros interpretaban sus melodías, algunas ya conocidas, pero también el foro se prestaba para estrenar sus nuevas creaciones. Debo decir que hay varios grupos que están integrados por científicos y también por divulgadores, que son buenos amigos míos. No faltaron los grupos de danza de gran calidad estética, y las obras de teatro, que abordaban con gran tino y sentido del humor diversos temas científicos.
En las carpas de lona y plástico que fueron instaladas en la parte exterior del museo ocurría algo que no se observa con frecuencia: Científicos en un diálogo constante con los miles de jóvenes que se dieron cita en esa fiesta de las ciencias y las humanidades. Era algo muy emocionante ver, por ejemplo, a un investigador del Instituto de Ciencias el Mar y Limnología, sosteniendo en sus manos un raro espécimen marino y explicar a jóvenes provenientes no sólo de la UNAM, sino de distintas escuelas y zonas marginadas de la ciudad de México, las características de esas especies y los progresos alcanzados en los proyectos de investigación que se realizan para protegerlas. Mediante un contacto cercano y directo es posible compartir y difundir los avances más recientes en los distintos campos de la ciencia.
También en los diferentes espacios o módulos destinados a los diferentes centros e institutos se realizaban talleres, en los que los más pequeños podían construir moléculas con barro, conocer los distintos instrumentos para observar y medir los fenómenos meteorológicos, o realizar algunas demostraciones o experimentos, sin faltar algún telescopio para observar las estrellas.
Hasta donde yo sé, es la primera vez que se realiza una fiesta de las ciencias y las humanidades en la UNAM, por lo que resulta una experiencia muy interesante no sólo para los jóvenes que asisten a ella, sino además para los propios centros e institutos de esa universidad. La iniciativa y organización corrieron a cargo de dos coordinaciones universitarias, la de la investigación científica y la de humanidades, y su realización correspondió principalmente a la Dirección General de Divulgación de la Ciencia. Participaron en esta fiesta cientos de investigadores provenientes tanto de las ciencias exactas y naturales como de las sociales y las propias humanidades.
La gran asistencia del público a actividades de este tipo muestra, en mi opinión, que existe gran interés de los jóvenes hacia la ciencia, y que abrir espacios para el diálogo directo entre ellos y los investigadores es una de las mejores vías para difundir el conocimiento y quizá para despertar vocaciones científicas. Pero también es un contacto que tiene un efecto positivo en los propios científicos, pues les permite conocer directamente las inquietudes, dudas y preguntas que tienen los jóvenes y la percepción que éstos tienen acerca de su trabajo.
La fiesta de las ciencias y las humanidades mostró también que los científicos universitarios están dispuestos a compartir sus conocimientos y experiencias con toda la población.
Una prueba de este interés compartido es que unas de las actividades que contaron con la mayor asistencia en la fiesta fueron las conferencias impartidas por los científicos universitarios. Entre las carpas instaladas en los jardines y las instalaciones dentro del propio museo, había más de 10 sedes en las que (en solamente dos días, el 4 y 5 de octubre) se ofrecían de forma ininterrumpida charlas sobre distintos temas científicos. La demanda era tan grande, que la totalidad de las cerca de 120 conferencias que se impartieron tuvieron el registro cerrado. Lo anterior significa que una vez que la conferencia aparecía en el programa, el público tenía que registrarse por razones de cupo, y todas se llenaron.
Una auténtica fiesta en la UNAM que deja a todos muy buenas sensaciones y muchas enseñanzas.