l atraso en lo que se supone son reformas impostergables en el México de nuestros días, es apabullante. Las propuestas de los legisladores suelen ser limitadas y parciales, hay muy poca voluntad política para solucionar de raíz los problemas y asumir reformas integrales. De ahí el permanente gradualismo de las reformas que solucionan lo más fácil, dejan para después lo más complicado o evaden tocar los temas más espinosos.
Parece ser que más vale una ley que avance un poco a que no avance nada. El problema es que luego las leyes se quedan tal cual por lustros o décadas y el camino para terminar de arreglar los pendientes se hace tortuoso y complicado. La ley de víctimas es un buen ejemplo, la ley de migración es otro prototipo de legislación que opta por solucionar una parte y dejar pendiente la otra.
Es el caso del voto de los mexicanos en el exterior, aprobado en 2005, al cuarto para los doce y con una solución fácil, la del voto postal, para salir del paso y que dejó muchos pendientes.
La primera comisión de especialistas del Instituto Federal Electoral (IFE) sobre el voto en el exterior (1998) proponía que se legislara sobre la modalidad de registro y sobre la de emisión, dos modalidades básicas y complementarias. En otras palabras, con qué documento votar y cómo votar. Sólo se legisló sobre lo segundo, el voto postal. Se dejó pendiente la modalidad de registro, el que se pudiera votar en el exterior con otro documento (pasaporte por ejemplo) o que se hiciera realidad la posibilidad de sacar una credencial del IFE en el exterior.
De hecho la propuesta de formar una comisión sobre el voto en el exterior surgió como respuesta al debate, de aquella época, sobre la cédula de identificación ciudadana, sancionada legalmente, que eventualmente podría servir como identificación universal y que por tanto pudiera servir para votar en el extranjero. Hace ya 15 años de eso y de la cédula sabemos que se ha avanzado muy poco.
La solución, como corresponde fue parcial, mientras la cédula no se ponga en marcha, la credencial del IFE se convierte en la identificación oficial, que en teoría supliría a la cédula, pero con tres serias limitaciones: no es de carácter universal ni obligatoria, ni puede expedirse en el exterior. Tres elementos que son fundamentales en un documento nacional de identidad.
De nada sirve decir que el alcance de la credencial del IFE es altísimo y casi universal, cuando hay 11 millones de ciudadanos que no pueden sacar o renovar su credencial porque viven en el exterior. Por otra parte la credencial del IFE es un instrumento esencialmente electoral, que sólo de manera complementaria sirve como identificación.
Al ser un documento electoral, no puede ser utilizado de manera eficiente como cualquier documento de identidad. En la práctica el gobierno en turno no puede hacer uso de la información que contiene, ni la policía ni los jueces. En muchos fraudes en México se tiene el dato de la credencial del IFE, pero no sirve de nada, hay que hacer una petición oficial para poder utilizar esta información. Se trata de un número, que finalmente nadie puede comprobar si es verdadero o falso, sólo los de IFE, que a su vez no pueden dar esta información porque es confidencial y sujeta a controles partidarios.
En la mayoría de países del mundo existe un documento nacional de identidad y ese es válido para votar y todo lo demás. En Chile, por ejemplo, el número del carnet de identidad sirve para todo: votar, identificarse, comprar una casa, pagar impuestos, sacar una tarjeta de crédito. En México tenemos cinco o seis números o credenciales diferentes: IFE, CURP, SAT, cédula (para los menores de edad) y los que viven en el extranjero tienen matrícula consular y/o pasaporte. Además de la partida de nacimiento, la madre de todas las credenciales. Pero con todas no se hace una.
Un solo documento, obviamente facilita el control por parte del Gran Hermano y hay muchos ejemplos de cómo puede ser utilizado para reprimir, perseguir y facilitar el trabajo de las dictaduras y los gobiernos de todo cuño. En Estados Unidos no hay un documento universal de identidad, se usa la licencia de manejo, que no es universal ni obligatoria, pero el sistema igual te persigue y te rastrea por múltiples vías y maneras. No es el caso de México, donde un documento de identidad único, obligatorio y universal serviría como un instrumento fundamental en la lucha contra el crimen organizado. Como también se requiere de un registro nacional de automóviles.
Por experiencia personal puedo sostener que para firmar un contrato de asesoría, nada menos que con el IFE, me pidieron 4 documentos: la credencial del IFE, pero además la CURP, el RFC-SAT y la partida de nacimiento.
Buena parte del fracaso del voto en el exterior, en las dos experiencias de 2006 y 2012, se debe a que no hay posibilidad de credencializar a la población mexicana residente en el extranjero, ni si quiera la posibilidad de renovar la credencial. En un consulado del extranjero se puede sacar un pasaporte, una partida de nacimiento, un poder oficial, pero no se puede sacar la credencial del IFE.
Por la sencilla razón que la credencial del IFE es para votar y todo lo concerniente al voto se maneja y controla por los partidos y éstos basan su actuar cotidiano en un principio fundamental: la desconfianza.
Hace unos días se presentó el reporte final de la segunda comisión de especialistas que analiza el voto de los mexicanos en el exterior. Y vuelve sobre el punto de hace 15 años que se dejó pendiente: la modalidad de registro. El IFE no puede credencializar a varios millones de mexicanos en el extranjero que no tienen credencial o está vencida; además de imposible, es innecesario. Prácticamente se solicita la misma información para un pasaporte o una matrícula consular, y el 95% de los residentes en el extranjero tiene una u otra.
No hay por qué duplicar o triplicar gasto, esfuerzo y credenciales. Lo que se requiere triplicar es la confianza en las instituciones y la voluntad política.