Le sacre, de Marie Chouinard
a noche del primero de agosto (primera de tres funciones), en el Palacio de Bellas Artes la compañía de Marie Chouinard, cabalgando a pelo sobre las notas de la genial partitura del ruso Igor Stravinski, La consagración de la primavera (Le sacre du primtemps), remitió absolutamente al mundo primigenio de la fecundación, rito inédito de una consagración estremecedora. Asimismo, la música de Claude Debussy en Preludio a la siesta de un fauno cubrió el recinto de una atmósfera tibia y sensual de un macho cabrío, solitario sin ninfas ni escenografía, como lo hizo Michael Fokine, también con el Ballet Russe, de Serguei de Diaghilev en una inolvidable temporada en París, en un caluroso mayo de 1913.
Un fauno al encuentro vehemente del erotismo en su reposado caminar, parecía respirar la suave sensualidad del brotar de la primavera, tal vez el aire tibio de un atardecer esplendoroso con destellos de estrellas lejanas, que contemplaban el ritual de la bestia humana con el rojo brillo fulgurante del pene encendido, como las dagas que cubren todo el espacio escénico; tal vez brotes vegetales, tal vez insectos, tal vez criaturas insospechadas; aves o plantas prodigiosas recreándose en su propio milagro de la fecundación.
Así en una transición fascinante, La consagración de la primavera de Chouinard reafirma en la danza el encuentro erótico, directo y sensual de las criaturas palpitantes, contrayendo músculos y pelvis, reconociendo y olfateando formas y cuerpo en el otro y en sí mismos ante el impulso incontrolable, del evidente contraste de cientos de años en que la danza ha disimulado o evitado abiertamente la confrontación de cuerpos y movimientos del impulso sexual, la fecundación, de la herencia judeocristiana del pecado o lo vulgar.
De este modo, con fuerza telúrica, en La consagración... de esta coreógrafa sorprendente los movimientos se abren desde su más hondo impulso en cuerpos de energía impactante; formas inéditas de un lenguaje que expresa lo inexpresado, porque ha llegado al centro del impulso vital del movimiento.
Un sedimento cultural de siglos con la capacidad de transportarnos al principio de todo. Desnudos de cualquier dogma o código del movimiento aprendido, porque parecen haber llegado a la esencia de sí mismos. Los bailarines de la señora Chouinard transforman un grand jeté académico en un salto salvaje, con la sabiduría del verdadero ritual del bailar.
Los bailarines viven, saben, palpitan. Se abren las entrañas en los tremendos contrapuntos de la vorágine stravinskiana; nace de ellos, la han comprendido y traducido en una danza primigenia, liberándolos de toda acción o sentimiento no genuino, y ver bailar así, es un privilegio.
Los bailarines de esta espléndida compañía saben contar. Recordemos el trabajo tremendo de Nijinsky, primer coreógrafo de La consagración..., Con su ola renovadora del ballet clasique se enredaba en los ritmos de Igor, a pesar de su musicalidad, por lo que Stravinsky, un poco pedante, decía que los bailarines no saben contar y es una lata.
Los ejecutantes de esta compañía, con musicalidad y poder físico asombroso, parecen conocer cada nota. El acento, modulación, torbellino de violines; la majestad de cornos lejanos e inclementes metales, que enchinan la piel, nos hacen comprender una vez más por qué en 1913, en aquel teatro parisino que reunía la crema y nata de la cultura, la gente se liaba a sombrerazos, insultos y pasiones desconocidas hasta entonces. Se abría una nueva era de arte y cultura, conceptos y forma de vivir en la síntesis del genio creador.
Así, Marie Chouinard y su gente han sabido sintetizar el sedimento de los tiempos, porque han sabido expresar, hacer sentir, porque han llegado a tocar el centro del impulso del movimiento, emoción y libertad, sin restricciones ni prejuicios, fuera de lo burdo o la falsedad. Así, la danza es una belleza.
Esta compañía, sin duda, se suma a esos contados grupos que saben de qué se trata la danza, que dan la vida para encontrar la verdad y encuentran la ruta de la comunicación, la transmisión de la idea y la emoción, la estética y el tempo, el arte en su magnífica sencillez.
Felicidades a todos y cada uno de los integrantes del equipo de la señora Chouinard; sólo falta petit, petit la perfección total y la modestia de los grandes de verdad que siempre aspiran más allá. Salud.