lovió en mi milpa electrónica. Lo que escribí hace 15 días mereció muchos comentarios, no todos amables.
Sometí a crítica la postura que tiende a descalificar a las grandes movilizaciones recientes por su falta de organización, coherencia, programa y claridad teórica y política. La observación que atrajo las principales reacciones adversas fue la siguiente: “Más que pensar en cómo guiar a masas desorientadas, para traerles la verdad revolucionaria de las vanguardias y los iluminados, puede haber llegado la hora en que nos dejemos conducir por los hombres y mujeres ordinarios que se han puesto en movimiento… con su propia claridad teórica y política y su propia organización.”
Se criticó que yo apoyara el espontaneísmo
de las masas y que atribuyera potencial revolucionario a estallidos de indignación que, como dijo The Guardian, pueden cambiar estados de ánimo, desechar políticas y derrocar gobiernos
, pero no llegan muy lejos porque son políticamente incipientes
: carecen de preparación, madurez y orientación. Se me dijo que a lo mejor ya no estamos en la etapa de las vanguardias iluminadas
o los partidos, pero de todas maneras necesitamos cuadros dirigentes, activistas, organizadores…
Esta postura leninista, característica del siglo XX, exige un programa revolucionario y un grupo dirigente que se ocupen de la formación de las masas, su organización y su conducción.
La noción de masa, nos advirtió Machado hace mucho tiempo, es un concepto eclesiástico y burgués, aunque tenga resonancia radical. Las iglesias quieren masas de fieles. Los capitalistas quieren masas de trabajadores y de consumidores. Una masa humana implica una reducción brutal de las personas: se les convierte en átomos homogeneizados de un conjunto, subordinados a una creencia o ideología y a quienes las encarnan.
Los átomos homogeneizados –los de un gas, las bolas de billar, las cartas de una baraja, los afiliados a un partido, un sindicato o una iglesia– no pueden articularse entre sí y formar por sí mismos una estructura organizada: sólo un dispositivo externo puede mantenerlos juntos.
La organización de las masas es siempre obra de agentes externos que las moldean y las cuelgan de las dirigencias que las conducen. Para incorporarse a ellas, los individuos se ven obligados a reducirse a su configuración.
Hay un claro contraste entre la masa organizada y la muchedumbre, la cual es un aglutinamiento espontáneo y efímero de personas, formado con cualquier pretexto. Su comportamiento es imprevisible.
En las movilizaciones recientes aparecen masas y muchedumbres. Llegan masas organizadas de sindicatos, partidos y otras organizaciones sociales, lo mismo que individuos dispersos que hacen multitud. Pero parecen haber predominado múltiples grupos organizados y coherentes, con motivos claros e impulsos con dirección y tendencia. Comparten la digna rabia, la indignación con el estado de cosas. Pueden o no tener reivindicaciones específicas y algunas demandas. El factor que parece mantenerlos unidos es un rechazo común que abarca cada vez más claramente todo el sistema político y económico dominante. Carecen casi siempre de una imagen clara de lo que querrían poner en lugar de lo que rechazan. No la necesitan. Están inmersos en experimentos sociológicos y políticos que van tomando la forma de la nueva sociedad. Algo así, de esta índole, parece haber ocurrido en todas las revoluciones profundas.
Algunas movilizaciones han tenido el aspecto de revueltas populares de diverso alcance. Son erupciones como las de un volcán, que pasan pronto aunque dejan huellas duraderas, tan sólidas como la lava. En ellas puede observarse concurrencia espontánea de indignaciones múltiples insuficientemente procesadas.
En general, empero, como mostró Zibechi respecto a Brasil ( La Jornada, 12/07/13), lo que parece definir las movilizaciones en curso es una larga preparación. Son fruto de un prolongado proceso de acumulación de fuerzas y experimentación social. Innumerables luchas, exitosas o fallidas, fueron dejando un sedimento en la base social. Hay reacciones espontáneas
para el aprovechamiento de momentos y circunstancias, para la transformación de incidentes, para el procesamiento de conflictos, para la improvisación de respuestas ante lo que hacen los de arriba. Pero difícilmente se puede atribuir el consabido espontaneísmo
a estas movilizaciones multitudinarias que se resisten a constituir masas manipulables, conducidas por un líder, una ideología o un aparato y que, por eso mismo, provocan perplejidad en las clases políticas y propician peligrosas respuestas que no logran su propósito, pero pueden ser inmensamente destructivas.
En estas movilizaciones, cada grupo participante tiene sus cuadros y dispositivos de organización característicamente horizontales. Por eso es tan difícil dominarlas o manejarlas, desde afuera, o concertarlas, desde adentro. Tal concertación es crecientemente necesaria, urgente, pero tiene su propio ritmo, su parsimonia. Necesita su propio tiempo… que nunca es el de arriba.