l ex presidente Mohamed Mursi fue electo con 52 por ciento de los votos. Atrajo a un sector de centristas liberales con la promesa de que a diferencia de lo que pregonaba su propio movimiento, la Hermandad Musulmana, haría un gobierno incluyente. No lo hizo. Esto no justifica el golpe militar. Pero es necesario explicarlo para entender las tensiones a las que se están confrontando las democracias contemporáneas, sean vigorosas, antiguas o incipientes.
Intentó imponer una constitución seriamente iliberal y aplastar con su mayoría parlamentaria a las oposiciones parlamentarias. Para evitar eso, la Corte Constitucional disolvió la cámara baja y recientemente la cámara alta. El desgobierno de Mursi fue evidente en todos los ámbitos. Bajo crecimiento e inflación galopante. Incremento de asesinatos de opositores por las fuerzas de seguridad, violaciones a mujeres en calles y manifestaciones. Ambiente de total impunidad. La sensación de un débil gobierno supeditado a intereses extranjeros, particularmente de Estados Unidos. Lo decisivo es que el ejército y las fuerzas de seguridad heredadas del antiguo régimen siguen jugando un papel crucial.
Pero hay otra cara de la moneda. Está en el seno de una sociedad golpeada por la doble represión económica y política, pero movilizada. Una sociedad laica donde convergen varias luchas. Reivindicativas, demandando mejores salarios e ingresos. Políticas, buscando una democracia real para todos sin exclusiones. Fuertemente anclada en un ámbito de transformaciones culturales a partir de la creciente presencia y activismo de las mujeres, sobre todo las jóvenes.
Prueba de lo anterior es el movimiento Tamarod –que significa rebelde en árabe–, poco reportado en los medios. Tamarod declaró que había logrado, a fines de junio, 22 millones de firmas de ciudadanos, acompañadas de sus datos electorales, para exigir la renuncia del presidente Mursi. Para entender la dimensión del movimiento de firmas basta recordar que Mursi ganó las elecciones con 51.7 por ciento de los votos, aproximadamente 13.2 millones de un total de 26 millones de votantes.
Tamarod, surgido formalmente a finales de abril de este año, organizó una amplia red de voluntarios en todo el país con el propósito de recabar firmas de ciudadanos para pedir la renuncia de Mursi. El movimiento, basado en El Cairo, se potenció cuando varios grupos que habían jugado un papel crucial en las movilizaciones de 2011 –el Frente de Salvación Nacional y el movimiento juvenil 6 de abril, entre otros– se unieron a Tamarod. El propósito de la recolección de las firmas era presentarla a la Corte constitucional para forzar la convocatoria a elecciones presidenciales adelantadas. Desde un punto de vista legal, muchos constitucionalistas consideraban que no tendría efectos legales, pues este mecanismo de revocación de mandato no estaba contemplado en las leyes. Pero es obvio que generó un terremoto político.
Es importante añadir que muchos de los miembros fundadores provenían del Movimiento por el cambio en Egipto –mejor conocido por su lema ¡Ya basta! (Kefaya, en árabe)– que desde 2004 y 2005 había estado luchando por la reforma política en ese país.
De tal suerte que el ejército asesta un golpe militar preventivo frente a la revuelta popular y no sólo contra la Hermandad Musulmana. En Egipto los dilemas son dos, que se presentan con variados matices en muchas partes del mundo: ¿cómo convertir las mayorías sociales en fuerza política incluyente? ¿Cómo enfrentar la democracia delegativa que permite que lleguen al poder por medio del voto fuerzas iliberales que tienden a erosionar la democracia misma, con una democracia de alta intensidad ciudadana que compita y gane en el propio terreno electoral?
Geopolíticamente los efectos pueden ser devastadores: el islamismo político tanto en Turquía como Egipto han sido la opción al terrorismo de los más radicales.