esde que el G-20 fue proclamado, de manera un tanto hiperbólica, foro por excelencia
para la cooperación económica internacional, hace ya casi cinco años con la erupción de la crisis, el G-8, considerado en sus días de auge una suerte de consejo de administración de la economía mundial
, perdió lustre en forma acelerada. El desvanecimiento se vio acentuado por la manía de reunirse en localidades aisladas y remotas, dedicadas a las escapadas turísticas del uno por ciento. Después de todo, los líderes que van a estas cumbres y sus colaboradores cercanos pertenecen al uno por ciento global. Esta vez la tendencia continuó, impulsada por las peculiaridades del presidente en turno, el primer ministro británico. Hay que dar la bienvenida, sin embargo, a la aparición del gaélico, al menos para identificar la sede de la reunión en Irlanda del Norte.
Desde el mundo en desarrollo hay que lamentar otro desvanecimiento: el de la presencia y relevancia de líderes del Sur en la mesa de los poderosos. Esta presencia se había institucionalizado a través del llamado G-5 –Brasil, China, India, México y Sudáfrica. A partir de 2005, los líderes de estos países participaban en algunas sesiones de trabajo y, si bien nunca influyeron mucho en el texto de la declaración final respectiva, al menos se cumplía la formalidad de no expedirla antes que los cinco la consideraran. Llegaron a participar también en el proceso preparatorio de las cumbres. Ahora, nada de eso ocurrió.
Hubo una reunión previa a la cumbre, denominada Apertura al crecimiento, en la que estuvieron presentes funcionarios de diverso nivel de 15 países de África, coordinados aparentemente por Etiopía. Se concentró en el tema de los recursos naturales, quizá como reacción, se dijo, a la creciente presencia de China en la explotación de esos recursos, en especial los no renovables.
Tras esa reunión previa, los países en desarrollo desaparecieron del radar, como dicen algunos ingeniosos. La desaparición se concretó en el portal oficial de la cumbre, mantenido por el gobierno británico: www.gov-uk/government/topical-events/g8-2013. Aparece ahí un listado de los 15 documentos producto de la reunión, en ninguno de los cuales se menciona a los países del Sur. No se menciona que algún líder de país en desarrollo haya participado en la cumbre de Lough Erne.
En otro listado, más amplio, se incluyen 101 anuncios relacionados con la cumbre: uno de ellos, fechado el lunes 17, se titula Viceprimer ministro Nick Clegg se reúne con presidente mexicano Enrique Peña Nieto hoy en Londres
. Quedó en claro que el primer día de la cumbre –cuando se discutió la situación económica global y se expidió el comunicado respectivo– Peña Nieto se encontraba en Londres, conversando con Clegg. No se perdió de gran cosa.
La discusión económica del G-8 fue esta vez muy escueta. Como era claro que no se reconciliaría la diferencia de fondo en la orientación de la política económica; es decir, el dilema entre austeridad e impulso al crecimiento, sólo se trató de encontrar un lenguaje suficientemente ambiguo para que todos pudiesen aceptarlo. En efecto, la fórmula promover el crecimiento y el empleo es nuestra principal prioridad
, es inobjetable en tanto no se entre en detalles sobre cómo traducirla en términos de acciones de política. El lenguaje encontrado para el comunicado es un prodigio de equilibrio: “Acordamos impulsar la recuperación global mediante el apoyo a la demanda [como quieren los expansionistas], el cuidado de las finanzas públicas [como prefieren los austerians, neologismo de Paul Krugman] y aprovechando todas las fuentes de crecimiento [como desean todos]”. En una situación en que Europa continúa estancada o en abierta depresión, y la recuperación estadunidense se ve lastrada por los cortes presupuestales obligatorios impuestos por los republicanos, era imposible negar que siguen siendo débiles las perspectivas económicas globales
y las vulnerabilidades continúan presentes en 2013
. Como el horizonte sigue nublado, el comunicado no va más allá. Para los líderes del G-8 el horizonte se cierra el año en curso. No hay espacio para el mediano y largo plazos.
La cena de trabajo del lunes se dedicó a los temas políticos. En Lough Erne, la política internacional tuvo un nombre: Siria, y una discusión en la que aparentemente Putin asumió la minoría de uno
. Este fue el tema que más atrajo la atención de los medios, cuyo tono general se refleja en el enfoque del reportaje de The New York Times publicado el martes 18: sobre el agravamiento de la guerra regional en Siria, los líderes evitaron un choque con Rusia no mencionando en el comunicado los temas controvertidos que los dividen, entre ellos el destino del presidente de Siria, en cualquier eventual arreglo de paz con los rebeldes. Se acordó apoyar la celebración de una conferencia que procure una solución política al conflicto; se ofreció ampliar la ayuda humanitaria; se condenó el uso de armas químicas y la violación de los derechos humanos en Siria. Con un enfoque más amplio, se agregó una alusión de apoyo a la seguridad y transición a la democracia en Libia y, en general, a procurar una paz duradera en el Oriente Medio. Otra vez, sin los detalles en los que se aloja el diablo de los desacuerdos, las declaraciones y comunicados pueden acomodar a todos.
No dejó de llamar la atención el énfasis del G-8 en las cuestiones fiscales, centradas en las corporaciones privadas trasnacionales y en las acciones de éstas para eludir impuestos mediante transferencias internacionales de utilidades y otros recursos financieros. Este tipo de asuntos se discutía, más bien, en el G-7 (en el que no participa Rusia) y en las reuniones de los ministros de finanzas, más que en las cumbres. Los 10 compromisos de la Declaración de Lough Erne, relacionados con la regulación de las grandes corporaciones multinacionales, parecen, en una primera lectura, un viaje a la tierra de la fantasía. Con la experiencia de las limitaciones y resistencias que han enfrentado los intentos de regulación de las instituciones financieras después de la crisis que ellas mismas provocaron, hay que preguntarse si es factible establecer, a escala global, un andamiaje de regulación suficiente para desterrar las prácticas de elusión de impuestos inscritas en el código genético de las corporaciones privadas trasnacionales.
En otoño, en San Petersburgo, el G-20 retomará algunos de estos temas para otro ejercicio de construcción de circunloquios.